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Manuel Vilas: «Con la novela he rescatado mi vida»

Publica «Ordesa», una confesión bella y descarnada y un intento de salvar a su propia familia a través de la verdad de un libro extraordinario

Manuel Vilas
Manuel Vilaslarazon

Publica «Ordesa», una confesión bella y descarnada y un intento de salvar a su propia familia a través de la verdad de un libro extraordinario.

Los vivos y los muertos estamos todos revueltos. Igual que el pasado y el presente, o la poesía y la prosa. Esa es la brújula de Manuel Vilas, que se confiesa en «Ordesa», una poderosa y cruda novela en la que trata de conocer su pasado. En este feroz relato están los padres muertos del narrador, su alcoholismo y su divorcio. Y en la devastación hay una bellísima escritura poética de color amarillo con España al fondo.

–Después de escribirla, habrá puesto en orden algunas cosas dentro de usted.

–Ha sido una exploración de mi intimidad y una salvación familiar. He devuelto a mi madre y a mi padre a la vida y a un diálogo conmigo. Con esta novela he rescatado mi vida y además creo que veía mi pasado como un tiempo enigmático, porque cuando pierdes a tus padres ya no queda nadie que te lo cuente. El libro nace cuando muere mi madre en mayo del 14. Y por eso es un libro sobre la muerte de mis padres, un libro de duelo en buena medida. Y también una purgación, hay catarsis porque hay una precisión del dolor, un intento de nombrarlo y buscarlo. Y cuando consigues nombrarlo se consigue la liberación.

–O sea, que ha encontrado la paz.

–Sí. Me costó mucho encontrar el tono. En las primeras redacciones era un libro diría casi siniestro o excesivamente descarnado y tenía que controlarlo. He trabajado mucho, porque no quería contar solo desdichas. La poética de libro es la de las dichas y quebrantos.

–¿Investigó sobre sus padres?

–Sí, a pie de casa familiar, entre papeles. Porque mi madre no dejó una foto sana. Era como las tribus africanas que piensan que les robas el alma si les haces una foto. Tenía una relación con la fotografía muy trágica y por eso no quería que la retrataran. No existe una foto de la boda de mis padres, ni existió jamás. No la hubo ni la hay y las que salen en el libro me las dieron otras personas. No estaban en casa y por eso es todo tan enigmático. Mi madre era una persona muy atávica, muy primitiva, tenía un origen campesino de un pueblo de Huesca. Quizá la tierra, el campesinado español y ese contexto casi de la noche de los tiempos le dieron un carácter muy peculiar, como un Macondo oscense.

–¿Cómo venció el pudor?

–Uno no va contando su vida familiar por ahí, pero creo que si tú la cuentas con honestidad y sentido de la verdad, el lector te compra ese pacto porque en la honestidad de la narración el lector encuentra cosas que le han pasado. La impudicia por la impudicia es absurda, el tema es si se da a cambio de algo. De la verdad de una vida. Pero eso hay que manipularlo con cuidado. Había cosas en las primeras narraciones, cosas que el lector... tuve que manejar un material inflamable sobre hasta dónde se puede narrar la vida privada.

–El relato es muy intenso, ¿está «rebajada» la realidad?

–Sí, porque hay límites que el lector no admite. Yo lo pensé así. Kanusgard no, llega unos límites brutales. Yo creo que en la narración autobiográfica late mucha emoción. El lector se siente comprendido desde el punto de vista emocional y creo que en este tiempo, debido al excesivo ruido político y económico lo emocional es como un remanso.

–La impudicia en su libro está justificada: ¿quién no tiene cuentas pendientes con sus padres?

–La literatura paterno filial es uno de los grandes temas. Estás en el mundo porque alguien tuvo la voluntad de traerte. Probablemente el libro es la exploración de quien hizo eso por mi. Y mientras viven, la necesidad de decirles a tus padres que son importantes, no la ves.

–En el camino de las impudicias, y si no quiere no me conteste, menciona un suceso con un sacerdote que su mente bloquea.

–Es real. Y también es verdad que está bloqueado. Tuve un episodio de tocamientos y no supe verbalizarlo. Sufrí tanto... Y al escribir este libro tenía que contarlo. No se lo había contado a nadie. Pero lo llevo dentro como un enorme susto, una gran perplejidad. No comprendía. Incluso, estúpidamente, pensé que había hecho algo bien y me estaban premiando. Es un suceso horrible. Es horrible. Mi confusión era brutal y me causó una sensación de culpa tremenda. Más tarde hay otro episodio de tocamientos que sí se lo digo a mi tío y este la arma. Y eso fue muy positivo porque supe verbalizarlo. Era una España... demencial. Había una represión sexual tan salvaje que saltaba por donde menos te lo esperas.

–En ese camino de espinas también hay problemas con el alcohol.

–Es un tema que he tratado y es de los difíciles y comprometidos del libro. Pero lo he hecho. Hace tres años que no bebo, pero entre el 2013 y el 2014 bebía muchísimo.

–O sea que está el proceso de escritura y el de desintoxicación.

–Sí. Tuve un problema de alcoholismo. Y lo dejé el 9 de junio del 14.

–¿Cómo explicaría el proceso?

–Era una elección ortográfica entre la uve y la be. Vivir o beber.

–¿No hay ni una sola mentira en este libro?

–No. Ni una. Puede que donde la memoria me falla haya imaginación. Los ingresos hospitalarios son ciertos. Es verdad y no me importa decirlo. El problema es no vivir para contarlo.

–¿Que es la religión para usted?

–Fui educado en el catolicismo y recibes una educación en la que todo era pecado y todo llevaba a la culpa. Y esa idea de que la vida privada no se contaba también está ahí. Eso explica la falta de tradición de literatura de confesión en España por el peso del catolicismo, que veía la confesión para el confesionario.

–¿Se ha preguntado cómo puede afectar la novela a sus hijos?

–Esa pregunta me la hacen todo el trato...

–Vaya, lamento reincidir.

–Creo que todo el libro está envuelto en amor, lo que pasa es que el amor tiene dentro muchos cajones y armarios y en algunos hay desolación. Hay aceptación, hay empatía, no hay juicio moral. Tampoco sé hasta qué punto se puedan sentir interpelados en el libro.

–De fondo, está España.

–Yo veo un país que pierde la energía en cosas que no favorecen la casa común. Es como una cuadrilla de albañiles que discuten todo el santo día sobre cómo van a hacer una pared y pasa el día y la pared está sin hacer. Se pierde energía en cosas metafísicas.

–40 años y la Constitución no vale.

–Es una maldición española. Somos ingobernables. España es un país maravilloso que ha gozado de un gran desarrollo, pero parece que cada 40 años tengamos la necesidad de matarnos y de suicidarnos. Eso me parece muy triste.