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“Misa en Si Menor”, de Bach: Mirada intermedia

David Afkham diseñó un orgánico muy parecido al que propuso Mena días atrás en la “Pasión”
Gonzalo Alonso
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Bach: “Misa en Si menor”. Robin Johannsen, Sophie Harmsen, Jeremy Ovenden, Konstantin Wolff. Coro y Orquesta Nacionales. Director: David Afkham. Auditorio Nacional, 9 de abril de 2022.
Dos grandes obras bachianas: tras la “Pasión según San Juan” por las huestes de la RTVE en el Monumental (cuya crítica se acaba de publicar en estas páginas), la “Misa en Si menor” por las formaciones de la Nacional en el Auditorio. Dos partituras maestras una detrás de otra. Así da gusto. Y en interpretaciones muy decorosas. Pasamos a comentar a continuación la de la “Misa”.
Afkham ha diseñado un orgánico muy parecido al que propuso Mena días atrás en la “Pasión”, aunque con dos contrabajos en vez de tres: 45 coristas, 37 instrumentistas, con cuerdas agudas a la izquierda, con trompetas, continuo y resto a la derecha. El “Kyrie” se desarrolló mansamente, algo falto de vida, con excelente acentuación. En el “Christe eleison” sonaron hermosamente, como toda la tarde, los violines.
En el cierre del “Kyrie” apreciamos un ligero destemple en las sopranos, efecto a veces repetido en otros números dentro de una actuación general del Coro más que aceptable, aunque sin resolver por completo las arduas dificultades que presenta la composición, una de las más difíciles del repertorio. Las imitaciones del “Cum Sancto Spiritu”, al final del “Gloria”, no quedaron muy limpias y en este punto y en otros en los que el contrapuntismo se hace más presente, no se consiguió la necesaria claridad. No la hubo, por ejemplo, en el comienzo del “Credo”, ni en el coro a 5 del “Et resurrexit”. Pero el “Crucifixus”, a 4, salió bordado.
Muy bien Afkham, siempre seguro en las indicaciones, en el diseño rítmico del “Sanctus”, bien entonado, y solícito en los acompañamientos, con “obbligati” de alcurnia: Octavio con la flauta, Anchel y Puchades con el oboe y el oboe d’amore, Colom con el violín. Brillante en todo momento Blanco, que se lució con su clarín a los cuatro vientos. Quizá a menor altura Navarro en su solo del “Quoniam tu solus sanctus”. El continuo, con el fagot de Masiá, el chelo de Quintana, el contrabajo (magnífico) de García Araque y el órgano y clave de Oyarzábal, funcionó estupendamente. Afkham, que se manifestó con autoridad y en lo que fue una versión que podríamos calificar de intermedia –entre lo rotundamente barroco y lo discretamente romántico-, mantuvo el mando y la autoridad y concertó con inteligencia, siempre atento a las voces protagonistas. Curiosa la lentitud del “tempo” en el “Agnus Dei”.
Los cuatro solistas vocales dejaron algo que desear, en especial Wolff, que es un barítono lírico más bien engolado, incapaz de servir con autoridad sus dos arias, que le exigen cubrir una zona grave de la que carece por completo, la citada “Quoniam tu solus” y “Et Spiritum Sanctum Dominum”. El tenor Jeremy Ovenden es un ligero sin mucha chicha, casi siempre afalsetado y con extraño aire de indolencia. Muy amanerado su “Benedictus”. La mezzo Sophie Harmsen es en realidad una soprano disfrazada, de timbre opaco y grave inexistente. Aunque cantó con arrobo y gusto el “Agnus”, sus medios no le dan para más. Quizá la más discreta y aceptable fuera la soprano Robin Johannsen, una lírico-ligera, más esto que aquello, templada y afinadita, sin mayor relieve.
Éxito franco al final, con aplausos para todos, incluido por supuesto, el director del Coro, García Cañamero. Y un deseo por nuestra parte: que se eliminen cuanto antes las asesinas y amortiguadoras mascarillas, las mayores enemigas de las voces bien proyectadas.

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