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DJ Nano: “Quiero hacer esto toda mi vida. Será el cuerpo quien me pare”

Es uno de los DJ españoles más exitosos, como acaba de demostrar en Ifema con su icónica fiesta Oro Viejo. Este ex legionario encontró la salvación en la música y solo busca una cosa en la vida: «hacer disfrutar del momento»

Entrevista a DJ Nano en el Teatro Principe Pio.
Entrevista a DJ Nano en el Teatro Principe Pio.Jesús G. FeriaLa Razon

A José Luis de los Cobos Garaña (antes Garaña de los Cobos), madrileño y madridista sin fanatismos («soy muy del Madrid pero sin que me cambie el día»), nadie más que su madre le llama Jose Luis. Para todos es Nano, Dj Nano, showman más que músico y dj pero no discotequero. «Es que a mí nunca me interesó la fiesta, no he sido nunca muy fiestero», explica. «A mí lo que me gustaba era la música, me gusta la producción, trabajar con eso. Pero no me llamaba la atención las drogas o el alcohol. Lo que yo he hecho siempre con la música electrónica ha sido trabajar». No es de extrañar que sea uno de los grandes de la música electrónica en nuestro país, el más famoso de ellos, aunque él le quita importancia. «Llevo muchos años en esto, casi treinta años dedicándome profesionalmente, y lo mío ha sido muy escalonado y trabajando mucho. No me siento el más famoso, ni cuando estoy ahí arriba me siento poderoso. Es verdad que voy a Ifema o al WiZink Center y se llena, tengo miles de personas delante, pero yo sigo manteniendo también mis sesiones en clubs. Es muy bonito ver cómo ha crecido esto, pero nunca me he sentido un dios. Y no es falsa modestia. Soy muy consciente de lo que conlleva todo esto, y de que no es cosa de un solo artista».

No debe ser fácil estar allí arriba, con un océano de almas vibrando a tus pies y no sentirse poderoso. «Yo una vez arriba», cuenta Nano, «lo único que pretendo es que disfrutemos todos de ese momento, el público y yo. Estoy dedicado al cien por cien a que todos ellos, que han pagado para venir a verme, disfruten y se vayan felices. Luego veo las fotos y los vídeos y yo mismo digo: “qué pasada, qué bonito”, pero en ese momento lo único que quiero es trabajar. Lo que sí siento es la predisposición del público, esa sensibilidad ante lo que está viendo. Saben que el evento se hace con sumo cuidado y cariño. Llevo muchos años, hago cientos de espectáculos por todo el mundo, y la gente me ha entendido siempre, de que hay gente que me lleva siguiendo toda la vida. En la pista se respira ese cariño y esa emoción, yo lo percibo. Soy un privilegiado».

De lo marginal a las estrellas

Como percibe también el cambio que ha experimentado la música electrónica, el pasar de ser asociada a lo marginal a llegar casi a nuevas estrellas de rock. «Sí, eso es así», confirma. «La música electrónica, un gran porcentaje de ella en su primera explosión, era música creada para discotecas, para tugurios oscuros, drogas de diseño, antros… Pero luego las cosas empiezan a expandirse, se empieza a conocer, empiezan a surgir un montón de artistas trabajando en la parte mas cultural, más que únicamente enfocado al ocio, y acaba siendo eso: cultura. No solo entretenimiento. El crecimiento de la industria ha sido bárbaro. Ya no somos solo un tipo que pone canciones, somos algo más que eso. Somos productores musicales que generan un espectáculo a su alrededor con una producción a la altura de cualquier otro. Ese crecimiento se ha notado sobre todo en la buena prensa, en apariciones en anuncios, por colaboraciones con otros artistas, bandas sonoras… A partir de los noventa empezaba a haber otros ritmos, a comercializarse, no solo era música industrial y machacona. Pero la gran explosión llega a partir de los 2000, cuando aparecen artistas de estadio (Tiësto, David Guetta…) que empiezan a colaborar con otros artistas de otros sectores. La gente encuentra otro sonido y se abre a esa música, y empieza a aparecer también un fenómeno fan». ¿Y en nuestro país? «En España tenemos djs increibles, auténticas estrellas», confirma. «Tenemos artistas enormes, tanto en el mainstream como en el underground: Paco Osuna, Andrés Campo, Pional… Son muchos y no me atrevería a destacar solo a uno. Esta industria no solo prima el talento, aunque es lo principal, también hay que dominar otras ramas. Llegar a ser un artista completo no es fácil. Hay que aprender a hacer empresa, a hacer equipo, hay otras ramas que controlar. Hay muchos tipos de djs, sigue habiendo pinchadiscos, pero el que hace un espectáculo tiene que ser un artista enorme, no solo por la psicología que debe tener, los trabajos propios, o las actitudes, sino a la hora de manejar un espectáculo como los que se manejan. Debe ser muy formado y muy preparado, no es solo un tipo poniendo música y dándole al play». Como Fatboy Slim, por ejemplo, en quien siempre se ha fijado Dj Nano: «Es un tipo que tiene una trayectoria enorme. Luego se puso a hacer electrónica, y su energía y actitud en el escenario me parece arrolladora. Y siempre ha sido él mismo, no se ha dejado influenciar. Tiene un carisma espectacular. Sus producciones me fascinan». «La música electrónica ahora mismo ya no es transgresora», dice el artista, «es un tipo de música más. Una rama que se puede combinar con cualquier otra música, un arma más para componer».

Valores militares

No deja de ser sorprendente que este tipo de cuerpo tatuado («mi cuerpo tatuado es un gran sinsentido»), que parece destinado a hacer lo que hace, fuese primero legionario: «El maltrato físico por parte de mi madrastra me volvió un niño conflictivo que acabó ingresando en la Legión. No es que la Legión me salvara, yo quería ser militar desde muy joven. A mí lo que me ha cambiado ha sido la música, que ha sido mi camino. La legión me dio la oportunidad de conocer la vida militar, del cuartel, y en un grupo muy fuerte. Respeto inmensamente a todos los militares. Es una parte bonita de mi vida de la que estoy orgulloso. Pero doy, en cierto modo, las gracias a mi asma (no pudo ingresar en el ejército por ello) por haber terminado dedicándome a la música». Un camino este que le ha dado grandes satisfacciones y que ha permitido que él nos la de al resto. «Yo me veo toda la vida haciendo esto», vaticina. «No sé hacer otra cosa y no quiero hacer otra cosa. Será el cuerpo el que me pida un día parar. Me veo haciéndolo toda la vida, con mayor o menor éxito. Será el cuerpo el que me pare».

Electrónica emoción

Desde el suelo raso de la pista de baile, donde la infantería galopa sin estilo, el ático de la cabina del «deejay» refulge como la morada de los dioses. Ese tipo inalcanzable bien podría ser Zeus. Y mientras lo miras, para lo cual has de levantar mucho el rostro, esperas que en cualquier momento caiga un rayo y él lo atrape igual que si fuera sólido y lo exhiba como el más alto trofeo de caza que quepa imaginar. Pero resulta que esa anómala estrella de rock nunca se ha sentido un ser superior, tan sólo un hombre mimado por la diosa Fortuna. Porque DJ Nano sí se sabe un privilegiado, un elegido. Y más aún cuando le da por volver la vista atrás.
El pasado tiene el rostro de una mujer mala, de un chaval que supura ira. Es el paisaje de la calle con su ley de la selva y el de la Legión con su disciplina de hierro helado. Ese es el itinerario de la vida de Nano antes de que una luz sonora, la música electrónica, lo arrollara. Y entonces el mundo, tal y como lo conocía, explotó. A partir de ese «Big Bang» –bendita sea mi suerte– la vida no ha dejado de ir hacia arriba, de acariciarle el lomo, de regalarle rosas sin espinas. He ahí el milagro de las aguas del Mar Rojo abriéndose en canal, en forma de ritmo monocorde, para mostrarle a un muchacho desorientado el camino a seguir. Y esa es una antorcha que no hay forma de apagar, porque es la linterna misma de la revelación.
Nada de eso habría sido posible si él no fuera un obrero de aquello que hace. Un currante que nunca olvida que poder dedicarte a lo que amas no es sinónimo de trabajar, sino otra cosa que exige el doble de esfuerzo. Pero cada vez que llegaba a una discoteca con sus vinilos y su imaginación, como el asesino profesional con su rifle provisto de mira telescópica o su pistola con silenciador, sabía que iba a realizar un encargo muy bien remunerado. Sólo que el suyo era insuflar vida, y ahí siempre fue infalible. Uno de los mejores.
En toda pista de baile en la que la electrónica es la homilía, la masa que la puebla es un piso piloto de la desconexión, un catálogo ilustrado del instante, puesto que allí el antes y el después tienen el acceso vedado. Bajo la luz parpadeante de los focos, los rostros que se mueven a cámara lenta han cerrado con llave sus cuentas pendientes y sus pecados. La letra de la hipoteca, la del coche, el jefe infernal, el conflicto con el amigo y la bronca con la pareja han quedado desarmados entre paréntesis. Y aunque en cada boca abierta y en cada cara con los ojos cerrados se esconde una novela en potencia, esas vidas no tendrán quien las escriba.
Por eso, DJ Nano se emplea al máximo para que todos esos cuerpos –esas almas– viajen muy lejos sin moverse de su pequeña porción de pista, de su isla. Para procurarles esa felicidad que sólo concede la desinhibición. Y para ello debe estar muy fino y no dejarse seducir jamás ni por la indolencia ni por el halago desmedido, los mayores enemigos de la excelencia.
Hay un tipo de música que es como el masaje de tu vida, porque ayuda a expulsar los demonios y a ignorar toda etiqueta. Una música reiterativa y atronante que a lo único que aspira es a la desnudez de los sentidos. Y mientras esa música retumba como un terremoto naciente, cualquiera puede llegar a sentirse Superman o Thor. A pesar de que Zeus no sea Zeus, tan sólo un hombre que se levanta y se acuesta cada día consciente de su condición de superviviente de lujo. Feliz año.
Javier Menéndez Flores