RE: Selvático animal

Álex de la Nuez: «La tempestad es lo que me ha hecho ser la persona que soy»

Inició su carrera en Zombies, y forma parte de la mejor historia del pop y rock español de los últimos 40 años: estuvo en Tequila y cosechó un gran éxito con Christina Rosenvinge

Álex de la Nuez, músico español que cuenta con un exceso de biografía
Álex de la Nuez, músico español que cuenta con un exceso de biografíaMiquel Benítez

Aunque muchos no lo sepan o no se acuerden, Álex de la Nuez (Madrid, 1962) forma parte de la mejor historia del pop y el rock español de los últimos 40 años. Hablamos de un músico que inició su carrera en Zombies, aquel efímero e inolvidable grupo liderado por el fallecido Bernardo Bonezzi, que luego dio el salto a Tequila en su momento de clímax y que a finales de esa década, la de los ochenta, tuvo un éxito considerable, junto a Christina Rosenvinge, con el dúo Alex & Christina. De la Nuez recuerda sus inicios sin un gramo de nostalgia y traza con lucidez el mapa sonoro y el contexto social de ese momento: «La formación de Zombies fue anterior a la Movida. Ni siquiera había llegado la Nueva Ola. Antes de 1980 todo era rock agresivo, con grupos como Cucharada. Yo no tenía muchas aspiraciones de ser músico profesional, pero me hizo mucha gracia lo que hacía mi compañero de colegio Bernardo Bonezzi. Fui a verle un día y me pareció curioso, innovador. Yo venía de grupos de música instrumental y me dije: coño, si esto es lo de los Beatles de toda la vida, cantar y tal. En diciembre de 1979 tocamos en El Sol, la mítica sala, y tres meses después estábamos haciendo una maqueta con el famoso Capi (Miguel Ángel Arenas) para Hispavox. Firmamos para RCA con una facilidad brutal, porque aquello fue apoyado desde todos los lados para dar la imagen de un cambio político y de que España se había lavado la cara. De ahí salimos la primera hornada, que fueron Radio Futura, Alaska, nosotros y Ejecutivos Agresivos». Aquel grupo dejó un clásico del pop español firmado por Bonezzi, «Groenlandia», y a partir de entonces a su autor le acompañó la etiqueta de genio, algo que De la Nuez corrobora: «Bonezzi fue un genio por su visión y por su capacidad para innovar. Y luego lo demostró haciendo música para cine. Y debo decir que nunca buscó el éxito a cualquier precio, eso fue una absoluta casualidad».

Fue después de aquello cuando Ariel Rot, que entonces triunfaba en Tequila, lo llamó para que sustituyese a Felipe Lipe, el bajista. «Fue como si me llamara Mick Jagger, la requeteleche», confiesa el músico. «Aquel era el momento de mayor empuje de Tequila, porque acababa de salir la canción “Salta!!!” y habían lanzado el disco en Japón. El grupo estaba burbujeante, aunque, claro, ya había fricciones. Estuve dos años en Tequila y fue una experiencia gratísima. Musicalmente, la mejor de mi carrera sin duda. Porque aprendí muchísimo».

Bonita escucha

Tuvieron que pasar siete años hasta que arrancó el dúo que mayor éxito le ha dado, Álex & Christina, aunque él, entonces, no fue consciente de ello: «Empecé a darme cuenta de que se ha convertido en un clásico hará unos cinco años. Yo hacía la música y Christina las letras. Fuimos novios durante muchos años y, curiosamente, rompimos a la vez que firmamos el contrato con Warner. Fue un poco como lo de José María Cano y Ana Torroja, que estuvieron juntos ocho años, justo hasta que salió Mecano. Creo que gustamos a la gente por la mezcla de una música que era de bonita escucha y una imagen impecable. Nos empapábamos de las revistas de moda inglesas, tipo “The Face”, no éramos un producto en absoluto». Álex nos explica cómo surgió su canción de mayor éxito: «Estábamos en el estudio de Nacho Cano y Christina me dijo “mira lo que se me ha ocurrido, es que me parece un poco atrevido lo de ‘¡chas! y aparezco a tu lado’”, y yo la animé para que tirara para delante porque iba a llamar mucho la atención. Y no me equivoqué».

Pero a partir de la disolución del dueto, y a excepción de su mayor éxito comercial, «Dame más» (1994), una versión que Álex hizo del «Give it up» de la Steve Miller Band, su carrera musical se ha mantenido en un segundo plano. Ejerció de productor (Objetivo Birmania, Azúcar Moreno), compositor para otros (Greta y los Garbo, Thalía), compositor de música para anuncios y, para poder vivir, trabajó en locales de moda de Madrid como relaciones públicas. Pero el artista que no ha estado nunca en el alambre no puede transmitir nada, es imposible, y lo que sí tiene Álex es un exceso de biografía: «Empecé en Archy en el 92 o 93. En mi barra tuve a Björk, y jugué al billar con Robert Palmer. Porque toda la gente de las compañías de discos, cuando terminaban el día de promoción, se acordaban de mi sitio y llevaban allí a los artistas. Luego trabajé con la actriz Patricia Vico en varias discotecas. Recuerdo esos años con cariño, porque fueron un aprendizaje. El único sitio en mi vida en el que lo he pasado fatal ha sido el colegio, porque lo odiaba, pero todo lo demás ha sido una gran escuela. Años después me fui a Barcelona porque no podía vivir sin ver crecer a mi hijo. Me surgió la posibilidad de meterme en un restaurante y estuve allí seis años, y aprendí muchas cosas. A llevar la parte de la publicidad y las redes, pero también a servir mesas. Y no pasa nada».

Hoy, Álex, músico químicamente puro y muy valorado y respetado en su gremio por quienes entienden de música, sigue componiendo y cuenta con un canal de YouTube en el que aborda, entre otras cuestiones, el lado más ingrato de su profesión: «Tengo un capítulo dedicado al fracaso y explico cómo gracias a él soy la persona que soy. Cuando las cosas van bien se llama bonanza, y en la bonanza uno no se mueve. Lo que me ha hecho ser la persona que soy es la tempestad, me ha hecho crecer como ser humano». Álex, en fin, lo tiene claro: «Yo no escribo para tener éxito, sino porque me gustaría hacer una canción mejor que “Yesterday”». Ese, y no otro, debe ser el propósito de todo artista.

ÁLEX, LEVÁNTATE Y BAILA

Javier Menéndez Flores

Nadie miente como Madrid, que nos engañó fuertemente a todos. A los estudiantes, a los artistas, a los aspirantes a vividores, a los que huían del sol como vampiros enloquecidos y a los que partió en trece el machete de la química, otra célebre embustera y asesina. La Movida aún no había comenzado a cocinarse, carecía, incluso, de boceto y, por supuesto, de nombre, pero la ciudad palpitaba ya como un corazón recién extirpado en la mano de un hechicero. Y un ejército de soñadores llegados desde los cuatro puntos cardinales se derramó por la ciudad igual que un agua insubordinada a la que no era posible frenar.

Todos aquellos gallegos, valencianos, extremeños, vascos, andaluces, catalanes y hasta un tipo de Cuenca iban con los ojos abiertos como si les hubieran arrancado los párpados. Y los espoleaba el convencimiento de que aquello era un Hollywood accesible en donde si se alineaban los planetas como Lucifer manda podían convertirse en estrellas de cine, de rock, de la pintura o de cualquier otro arte que se encontrara en el extremo opuesto al de un trabajo embrutecedor y pedestre, como aquellos que desarrollaban sus padres o sus hermanos mayores en sus lugares de origen. Álex, estudiante del Liceo Italiano, bello como un príncipe de cuento, debía andar por los diecisiete cuando notó aquel pinchazo en la cabeza: montar una banda de pop. No fue una veleidad pasajera, un capricho del momento, sino que detrás del brillo de su estampa latía un músico puro, y ese tipo de llamadas no se pueden desoír de igual modo que nadie deja de respirar de manera voluntaria. Y a partir de ese instante su historia empezó a escribirse y aquel germen iba a actuar en él con oscilaciones constantes entre la bendición y la condena.

Y llegó Bonezzi con su adolescencia anciana. Y después los stonianos Tequila, esas bombas humanas a punto de estallar por causa del éxito y el vicio y el exceso de juventud. Y luego aquella rubia hermosa y espabilada con sangre danesa con la que hizo ¡chas! y apareció a nuestro lado. Qué bello era vivir desmedidamente, carajo, y cuánto orégano tenía aquel monte que parecía infinito.

Pero uno monta un negocio con todo su entusiasmo y, aunque el material empleado sea de primerísima calidad, pueden venir mal dadas y entonces hay que ponerse a achicar el agua de la barca antes de que esta se hunda. Porque cuando la vida se empeña en torcerse no hay forma de hacerle cambiar de parecer.

Y después del éxito tocó ponerse el mono de superviviente y bucear en las profundidades de la noche, entre pijos, macarras, busconas, camellos y modelos que pasaban más horas en una barra que en una pasarela. De máscaras, en suma. Armaduras para resistir los embates de la existencia. Pero el hilo con la música jamás se quebró, ya fuera en forma de producción, de composición de jingles, de conciertos en cualquier lugar, donde fuese. Y «Dame más» volvió a llevar el ambiente festivo a su casa, hasta que del mismo modo que llegó, sin avisar, ahuecó el ala.

Pocos músicos españoles saben lo que es caerse una vez y otra y volver a levantarse con una mezcla de resignación y orgullo. En el siglo que lleva ya en el esquizofrénico negocio de la música, a Álex eso le ha sucedido un millón de veces. Pero siempre retoma la tarea, vuelve a intentarlo, persevera. Como Sísifo, como Rocky.

La música es un océano infinito y quienes surfean sus olas saben que en cualquier momento puede originarse un tifón. Pero a Álex ya nunca lo va a pillar desprevenido.