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Asociaciones de los amigos de la ópera (I)

larazon

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Empecemos hoy por un cuento. Érase una ciudad en la que el transporte público fundamental lo constituían los tranvías.
Empecemos hoy por un cuento. Érase una ciudad en la que el transporte público fundamental lo constituían los tranvías. Al cabo del tiempo se empezó a considerar que no eran el medio más adecuado dados los problemas que planteaba el tener que circular obligatoriamente por vías inamovibles. Se inventó entonces el trolebús, que permitía una mayor movilidad al ir sobre ruedas y poderse desplazar en lo que permitieran los cables y guías a través de los que obtenían su energía para funcionar. Al cabo del tiempo se pensó que se había llenado la ciudad de cables elevados y que era hora de quitarlos. Empezaron a proliferar los autobuses, que tenían plena movilidad, pero se vio que aquella tampoco era una solución y que convenía facilitarles la circulación aislándolos de los demás vehículos colocando carriles por los que sólo pudieran ir ellos. Al final se llegó a la misma solución inicial de los tranvías pero con más contaminación. Sí, así de estúpidamente nos comportamos a veces los humanos. Pues bien, en música ha sucedido otro tanto en España. Durante muchos años fueron los ciudadanos y empresas quienes mantuvieron la ópera en nuestras ciudades a base de constituir e integrarse en asociaciones de amigos de la ópera. Quienes las gestionaban lo hacían por amor al arte sin percibir un duro. Mas he aquí que los diferentes gobiernos se alarmaron ante el poder de estas asociaciones, llegando a considerarlas un peligro y decidieron que había que eliminarlas o restringir sus actividades. Se entró así en la financiación pública de los teatros y, poco a poco, hasta se les privó de abonos a las asociaciones que aún continuaban apoyándolos limitadamente. Pasamos a pagar todos la ópera, porque es un bien cultural. Sin embargo no tardó en comprobarse que las administraciones públicas no sólo gestionaban peor, sino que no tenían los fondos precisos para mantener las superestructuras administrativas que habían creado. Se llegó a la conclusión que lo mejor o, mejor dicho, lo imprescindible era que la sociedad civil acudiese a financiar los teatros. Hoy, para mantenerlos, cada vez es más la aportación privada y la taquilla. Volvemos casi a la situación primitiva, pero con algunas peculiaridades como el que los gestores cobran lo que no cobraban los anteriores, los costes se han disparado y, en consecuencia, también los precios de las localidades, llegando a ser inalcanzables para la mayoría, aunque, eso sí, se siga declarando que la ópera es un bien cultural. Pues otro tanto, medítenlo, sucede con unos nuevos presupuestos que cometen los mismos errores que ya sabemos a lo que nos llevaron con Zapatero. Seguiremos hablando de los amigos de la ópera y de lo otro.

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