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El día que Jackson se convirtió en zombi

Cinco años después de su desaparición, el Rey del Pop genera 1.100 millones de dólares en beneficios. Un libro analiza al zombi más rentable del planeta

El día que Jackson se convirtió en zombi
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Michael Jackson fue el primer zombi de la historia de la humanidad. Acabó sus días encerrado en una mansión, con la piel del rostro recauchutada hasta la saciedad y con sus constantes vitales al ralentí gracias a un cóctel poco glamuroso de analgésicos para soportar los terribles dolores de su autoflagelación. Jackson había llegado hasta allí tras un proceso público de alienación sin precedentes. Cuando falleció, hace ahora cinco años, era ya un ser post humano, sin raza ni sexo, resultado de la automutilación. Porque, en el fondo, someterse a cirugía estética –el gran vicio de Jackson– es como hacer un «collage» de uno mismo. Cortar un trocito de tejido de aquí para colocarlo allá. Provocar una herida en una parte para ocultar una inoportuna señal de la fallida biología. Pero hay otra señal de la verdadera naturaleza zombie del cantante: sigue ganando dinero, mucho dinero. No sólo eso, desde su óbito, ha publicado dos discos, una película y dos espectáculos de teatro musical. Es el fallecido vivo más rentable del mundo, y sigue trabajando después de muerto: el día antes de despedirse de este mundo acumulaba una deuda de 370 millones. Hoy, sus ganancias ascienden a 1.100 millones a repartir entre sus sonrientes herederos. ¿Respuestas? Una de ellas, y no es por insistir, es que los zombis seguirán persiguiéndote para comerse tu cerebro después de la muerte física. La otra, es que el «Rey del Pop» es la consecuencia de una era. Una personalidad que, según se concluye de la lectura de «Jacksonismo» (Editorial Caja Negra), existió en un tiempo determinado del pop y sólo en ese tiempo podría haber ocurrido. Michael Jackson como síntoma.

La cirugía era uno de los vicios caros de Jackson hasta que el quirófano se convirtió en su más pesada cadena al cuello. Las operaciones se convirtieron, irónicamente, en la caída del telón que dejó ver sus contradicciones y el alzamiento de ese velo lastimero, esa mascarilla o pañuelo que cubría su rostro, le ocultaba del sol. Cada fotografía suya de una época gritaba aquello de que la cara es el espejo del alma. El periodista británico Mark Fisher ha recopilado algunos de los ensayos más interesantes para retirar los parches y remiendos de la imagen de un personaje contradictorio. Críticos como Ian Penman, Simon Reynolds, Barney Hoskins y Steven Shaviro aportan su visión del personaje en un libro que no es complaciente, sino vieja (y buena) escuela de periodismo musical.

Sin una vida normal

La primera situación que plantea Fisher es que Jackson nunca conoció algo parecido a la vida normal. Era 1969 cuando los Jackson 5 debutaron. En ese año acababa de morir Brian Jones pero ninguno de los demás del «club de los 27» y el rock estaba a punto de vivir algunas pesadillas. El soul y el funk eran la promesa de una vida mejor. Y el elegido era el más pequeño de la familia, quien «con 11 años veía dibujos animados protagonizados por él mismo. ¿Quién no se volvería un poco loco bajo esas circunstancias?», se pregunta Fisher en conversación con este periódico. El autor no se decanta entre las dos visiones que habitualmente se dan del artista: por un lado la víctima de una adolescencia disfuncional (con abusos incluidos) y por otro el megalómano y narcisista que se perdió por sus propias excentricidades (tales como construir un parque temático en casa). «En lo que casi todos los analistas coinciden es en que Jackson padeció una forma de locura que era inevitable, dadas sus circunstancias, producto de su infancia anómala y que se agravó cuando logró una fama sin precedentes. No había hoja de ruta entonces para guiarse por un éxito de esas dimensiones, cuyo alcance la MTV y el surgimiento del VHS elevaron casi al punto de la saturación global», comenta Fisher. Y es que los tres primeros singles del «Off The Wall», el disco de debut en solitario de Jackson, dejaron estupefacto al mundo. Fue el nacimiento del dúo con Quincy Jones y una auténtica máquina de éxitos que puso en órbita un cohete como fue «Thriller», un álbum que para los ensayistas que participan en el libro es la obra maestra del dúo Jones-Jackson y que supondría para la historia del pop y la biografía del menor de los Jackson Five algo así como echar queroseno a la hoguera. «Pero empezó ese año como un artista y lo terminó como un trozo de madera», sostiene Greil Marcus en una de las múltiples comparaciones del artista con un Pinocho desnortado. Él y su Gepetto firmaron multimillonarios contratos con Pepsi y otras marcas y ahí comenzó el delirio en la vida del artista, los calificativos rimbombantes, la autoproclamación de Rey del Pop, el «totalitarismo kitsch» de las estatuas gigantes que su discográfica instaló en las principales ciudades. Jackson fue, poco a poco, encerrándose en sus dominios, tanto en los físicos de su mansión como en su progresiva incapacidad a hacer declaraciones públicas con algún tipo de sentido, pareciéndose cada día más a un «dictador a la millonaria».

Delirio narcisista

En lo que respecta a la música, los espectáculos de presentación de sus siguientes trabajos fueron todos ejemplos de una enorme grandilocuencia. Coros de niños como de iglesias góspel, la sublimación del aparato de baile, las coreografías con humo y ventilador para agitar la melena, personajes cruzando el escenario en tirolina... un aparato propagandístico excesivo que sólo podía surgir en los noventa, cuando los medios de masas eran unidireccionales, limitados y actuaban coordinadamente. Hubo quien se dio cuenta: en la entrega de los Brit Awards de 1996, cuando Jackson interpretaba «la horrible y mesiánica» (Barney Hoskins) «Earth Song», un espontáneo subió al escenario para mofarse de lo que estaba viendo: Jarvis Cocker, líder de la banda británica Pulp, se plantó en medio del número y fingió dirigir una flatulencia a los espectadores. Pero ya era tarde.

Puede que en el delirio narcisista, o movido por la ciega ambición de la industria discográfica de la época, Jackson llegó a patentar un movimiento de su cuerpo, esa inclinación antigravitacional que utiliza en el vídeo de «Smooth Criminal», como si no fuera más que una parte de un proceso industrial. En lo artístico, «Jackson lanzó la música dance negra hacia otra dimensión a toda velocidad. El mundo de coreografías en el que hoy vivimos –de Prince a Beyoncé y Rihanna– tiene ahí su inicio. No innovó llevando la música afroamericana a otro sitio –como sí hicieron Hendrix, James Brown, Stevie Wonder o Ray Charles–, sino que llevó más allá el concepto de ''entertainer'' negro», dice Hoskyns. Sin embargo, para otros autores, hay obras maestras en su carrera, como «Billie Jean», que es para Fisher uno de los mejores singles de la historia de la música, una «cristalina alucinación auditiva, un soul cyborg, porque no hay que olvidar que Jackson fue también el creador de un alienígena idioma de hi-hiiis, ooooohs y u-hus, entre otras formas de hipos». Para Paul Lester, sin embargo, «hay algo en Jackson que evidencia promesas no cumplidas y ambiciones artísticas no realizadas», y hay tiempo en las páginas del libro para soñar sobre qué podría haber hecho con la producción de Aphex Twin o Beck, y para mantener el debate sobre si fue «el Sinatra negro» por su fuerza interpretativa pero poca habilidad compositiva.

Sin embargo, su vida personal discurrió por los cauces del desastre. A su fallecimiento, y dada la deuda que acumulaba, sus herederos plantearon una subasta de los bienes de Jackson, y los lotes previstos a la venta decían mucho de su personalidad. Podía pujarse por el «Trono del Pop» (bañado en oro, con cabezas de cupidos y de leones y otras criaturas), un tríptico en el que se retrataba a Jackson como la Santísima Trinidad y varios retratos en los que el cantante aparecía caracterizado como miembro de la familia real de Inglaterra. Un millar de objetos que exhibían un grado extraordinario de obsesión consigo mismo. Una colección bizarra, híbrido que Charles Holland describe como «Jeff Koons, Ludwig II de Baviera y Toys'R'Us». «Michael era un alma herida disfrazada de superfreak».

Pero aún hay más. Excentricidades como campanas de oxígeno, amistad con chimpancés, el rancho Wonderland, las cirugías, casarse con la hija de Elvis Presley, las denuncias de abusos a menores... «Para decirlo suavemente, Jackson bailaba con una gracia líquida, pero era una desgracia en muchos sentidos. Para decirlo de forma cruda, personalmente me sentiría incómodo dejando a mis hijos al cuidado de una persona que ha creado discos que amo» (Paul Lester). «Pero si todos los penosos años del Rey del Pop, entre adicciones, abusos, escenas de mal gusto y vergüenza ajena, no nos han dejado ninguna lección, sin duda los culpables somos nosotros», dice Hoskyns.