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El viejo Keith se vuelve sentimental

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  • La Razón es un diario español de información general y de tirada nacional fundado en 1998

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Ocurrió a comienzos de los años 70. A Keith Richards le encantaba meterse un chute de heroína, coger el primer coche que tuviera a mano y salir a hacer kilómetros con el sol golpeándole la cara mientras entraba en ese estado de semiinconsciencia que tanto adoran los yonquis. Entonces vio cómo a lo lejos se acercaba un coche de la Policía. La reacción del drogadicto fue instintiva: para el coche en la cuneta, tira todo el caballo y esfúmate entre los árboles. Así que salió dando tumbos y se alejó todo lo que pudo. Lo siguiente que ocurrió fue tragicómico. Los policías se acercaron al coche y en el asiento de atrás encontraron a un pequeño. Era Marlon, el hijo de Richards, quien en su delirio barbitúrico se había olvidado de que en su viaje también llevaba al chico en el coche. Y resulta que ahora, 40 años después, el extravagante Richards publica un libro infantil llamado «Gus & Me» dedicado a la memoria de su abuelo Gus Dupree y a las labores propias de una relación entre abuelo y nietos.
«Cuando tienes tu primer nieto intentas ignorarlo. No al niño, sino al hecho. Luego, cuando crecen lo suficiente para decir ''abuelo'', te das cuenta de que están hablando contigo y es como, ''oh, vale...''. Los abuelos pueden hacer grandes cosas con los niños y, como yo soy uno de ellos, estoy aquí para elevar el perfil de los abuelos», afirma ahora con su peculiar forma de contar las cosas. «Gus & Me» es un pequeño escrito en el que Richards trata sus viejos recuerdos infantiles agarrado a la memoria de su abuelo, la primera persona que le transmitió un amor por la música y que le proporcionó su primera guitarra. «El vínculo especial entre niños y abuelos es único y debe ser atesorado. Ésta es la historia de uno de esos momentos mágicos. Puedo ser tan grande como el abuelo Gus era para mí», precisa.
Para hacerlo todavía más familiar, el libro incluye ilustraciones de Theodora Dupree Richards, hija del músico, quien utiliza los recuerdos y fotografías de su padre para poner un fondo colorido a cada una de las historias. «Ser capaz de explorar la relación entre mi padre y mi abuelo fue un regalo en sí mismo», asegura Theodora.
Fotografías de familia
Este es el primer libro de la hija de Richards, de 28 años, tras estudiar en la Academia de Arte de Nueva York y la Escuela de Artes Visuales. Encontró su inspiración rebuscando entre las fotografías que permanecían en la casa de los Richards en Dartford, recuerdos familiares en los que una guitarra –la que ponía el abuelo Gus sobre la chimenea– es uno de los más vivos de Keith. Cada vez que la veía, le pedía a su abuelo que la bajase y le tocara algunos de esos sencillos acordes abiertos que tanto le fascinaban. Un guitarrista nunca olvida cuál fue la primera guitarra que vio y cómo sonaba. De hecho, Richards parece haberle cogido el gusto al negocio editorial. Hace cuatro años sorprendió al sacar «Vida», su propia biografía, un género del que siempre renegó. Y le fue mejor que bien, pues las ventas sobrepasaron los dos millones de copias. Pero «Gus & Me» es su vuelta de tuerca más inesperada. En los últimos años, músicos como Bob Dylan, Paul McCartney, Madonna o Ringo Starr también han publicado diferentes libros con ilustraciones, unos con mayor éxito que otros. Y Bruce Springsteen también tendrá en breve otro más con «Outlaw Pete», un relato infantil que contará con ilustraciones de Frank Caruso.
Un auténtico vampiro
De todos ellos se sabe que son «padrazos», pero el caso de Richards es más llamativo si se conocen sólo los aspectos básicos de su biografía. Realmente, es difícil encontrar un personaje más amoral en la historia del rock and roll. La biografía del guitarrista de los Stones habla de un hombre profundamente egoísta en su profesión. Como un vampiro, y más allá de su incuestionable genio, chupó la sangre de todos lo que estaban a su alrededor para conseguir satisfacer sus propios placeres musicales y personales.
Pero otra parte de su biografía, la que normalmente ha provocado menos interés a lo largo de tantos años, habla de un hombre profundamente familiar que en el invierno de su vida disfruta de un placer más o menos cotidiano como es el de pasar el mayor tiempo posible con su familia y rememorar viejas batallitas cuando no está de gira con los Rolling Stones.
Una de esas batallitas las narra el propio Marlon en «Vida»: «Keith siempre me leía libros. Nos encantaban los de Tintín y los de Astérix, pero él no sabe francés y eran ediciones francesas, así que se lo inventaba todo. Sólo al cabo de unos años, cuando volví a leer un libro sobre Tintín, caí en la cuenta de que el muy cabrón no tenía ni idea de la historia y se la iba inventado sobre la marcha, algo que, teniendo en cuenta todo el caballo que se metía, las cabezadas aquí y allá y todo lo demás, no deja de ser impresionante». En su vida, y como en la de casi todos, Richards ha mezclado episodios memorables con sucesos trágicos. Uno de los más dramáticos ocurrió a finales de los años 70 con la muerte de su hijo Tara. Lo encontraron sin vida en la cama con sólo dos meses de edad. Aun así, no suspendió el concierto que tenía con los Rolling Stones aquella noche. Para Richards, el «show» siempre debe continuar. «Ahora hay un vacío gélido y permanece en mi interior», diría años más tarde.
Sin embargo, en «Gus & Me» no hay tiempo para historias tristes. Lo que aparece es la infancia de Richards y sus recuerdos, los de un muchacho feo que creció rodeado de afecto en tiempos difíciles, cuando Londres y sus suburbios vivían pendientes de las sirenas que avisaban de los bombardeos de la aviación nazi.
El viejo Gus fue la mejor compañía de Richards en aquellos días. Era un músico y director de orquesta descendiente de los hugonotes. Tocaba guitarra, violín y piano. Llevó orquestas de baile a principios de los años 30 y fue padre de seis hijas. La más joven, Doris, se casó con Bert Richards y de su unión salió Keith.
Django Reindhart, de memoria
Gus fue quien le enseñó cosas de Hank Williams, Jimmy Rogers y otros pioneros en escribir grandes canciones. Y de su madre aprendió el gusto por las melodías clásicas de voces luminosas como las de Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald. Y también gracias a esas primeras enseñanzas comenzó a memorizar los increíbles solos del músico gitano Django Reindhart, uno de sus primeros grandes héroes de la guitarra. Ya se sabe que las grandes emociones de la infancia son las que siempre perduran.
Todo esto, y algunas cosas más, es lo que contiene «Gus & Me», la nueva muestra de aprecio por la vida que ahora sugiere el viejo Keith. Quién lo iba a decir hace décadas, cuando el guitarrista burlaba a la muerte casi a diario. Ahora reivindica la categoría de «abuelo» y la necesidad de enseñar a sus nietos cómo crecer felices. En fin, la vida.