Green Day: "Dookie", anfetaminas y Sunny Delight
Green Day celebran el 30 aniversario de un trabajo que convirtió el punk-rock en superventas: ansiedad, alienación y melodías que, en vez de quitarlas, daban ganas de vivir
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El sueño de la soleada California se había extinguido a finales de los años 80. Las promesas de la clase media, que aspiraba a una casa con jardín, dos coches y tres hijos, habían sido incumplidas. Familias rotas, desprotección social y un profundo descontento dominaban a una generación que se sentaba frente a su futuro cancelado. Como todo el mundo sabe, ese es el mejor caldo de cultivo para que suceda algo en la música y ese era el desarraigo en el que se habían educado Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Frank Edwin Wright III (conocido como Tré Cool), que hicieron gasolina con su desencanto e incapacidad emocional cuando formaron Green Day, el trío que, en 1993, grabó «Dookie», el disco que volvió el punk rock superventas. El grupo celebra ahora el aniversario del disco (que se lanzó oficialmente en 1994) con una reedición llena de tomas inéditas y dos directos (uno de ellos en Barcelona) que permanecían inéditos y que se publica el 29 de septiembre.
Al otro lado de la bahía de San Francisco, en Berkeley, Armstrong y Dirnt masticaban su ansiedad sin la edad legal para beber a base de una dieta de anfetaminas y Sunny Delight. Tenían muy poco que hacer salvo asistir al Gilman, una especie de club autogestionado por chicos un poco mayores que ellos siguiendo las ideas de la cultura del «hardcore» y de los grupos independientes, que durante toda esa década había cambiado las formas de hacer y de entender la música. Billie Joe tocaba la guitarra, Mike el bajo y fueron reclutando una serie de baterías poco convincentes para su primera formación, Sweet Children, cuyo nombre cambiaron por parecerse demasiado a Sweet Baby, otro grupo de pop punk local. Sin embargo, uno de los fundadores del Gilman, Lawrence Livermore, vio algo en esos chicos pálidos (peinados con un «mullet») que apenas tenían 16 años y les ofreció grabar un disco para el sello que dirigía –un refugio para músicos callejeros– desde una habitación poco más grande que un armario, Lookout Records.
Sin embargo, para entender completamente el momento, hay que remontarse al momento en que todo cambió: en el verano de 1990, Nirvana había parado el mundo con «Smells Like Teen Spirit» y «Nevermind» arrasó. Su colosal éxito ligado al de la MTV cambió las reglas del juego y demostró que muchas cosas estaban pasando por debajo de los radares de las grandes compañías. Estas, claro, se lanzaron a la búsqueda del nuevo Kurt Cobain y comenzaron a fichar grupos independientes como quien agita la gravilla para encontrar una pepita de oro. Sin embargo, después de drenar las escenas del «hardcore» y el «grunge» ningún grupo consiguió un efecto semejante y eso que The Replacements y Hüsker Dü fueron fichados y promocionados por las grandes compañías. Nirvana fichó por la subsidiaria de Geffen y otra de esas bandas independientes, R.E.M., lo hizo por Warner, en uno de los movimientos más sonados de la escena independiente. Además, en 1992, Los Ángeles ardió hasta los cimientos en unos disturbios callejeros que demostraban la rabia contenida en las calles, la tensión racial y la ira destructiva que se acumulaba en los suburbios. Rage Against The Machine publicaron su debut y su «Killin’ In The Name» entre proclamas chicanas y marxistas.
[[H2:La «libromóvil»]]
Rob Cavallo, un joven cazatalentos sin rango en Reprise, una subsidiaria de una multinacional, Warner, se enamora de Green Day. Cavallo tenía el respeto de la escena independiente local porque había tomado las riendas de los trabajos de The Muffs. Ese hecho abrió las puertas, pero lo que fue realmente decisivo es que Cavallo logró tras muchas súplicas satisfacer una condición que ponía el grupo para firmar con cualquier sello: una furgoneta para sus giras. Hasta la fecha, el grupo había dado más de un centenar de conciertos a año a bordo de los más decrépitos vehículos. Había, incluso, girado por Europa con su propio dinero. No querían billetes de primera clase, pero necesitaban seguir tocando. Cavallo consiguió una biblioteca ambulante de segunda mano que se convirtió en un mito rodante de la escena punk rock local.
El disco, nacido de la angustia adolescente y la incapacidad para encajar en el mundo, era diferente del resto de álbumes surgidos de la escena independiente en un sentido determinante: escucharlo no quitaba las ganas de vivir, sino que las daba. La música alternativa, por el contrario, se había convertido en un aburrimiento o bien era deprimente. Aunque su origen fueran las mismas tribulaciones, el mismo grito ahogado, su fórmula punk-pop invitaba a corear estribillos y seguir las melodías, no al compadecimiento y a equiparse con una soga y un grueso nudo. «Dookie» tiene todos los pecados de la urgencia juvenil: demasiadas cosas sonando a la vez y quizá demasiado rápido. Suena al cóctel favorito de sus jóvenes creadores: anfetaminas y Sunny Delight, rabia y melodía. Por supuesto que incurre en clichés amorosos y tiernas lamentaciones desde la habitación, pero también rezuma hartazgo, zozobra psicológica, autoironía y una declaración de intenciones: «No me estoy haciendo mayor, me estoy quemando», cantan en «Burnout», el tema que abre el disco.
«Dookie» habla de enterrar emociones y aspiraciones, de aceptar la derrota social y la orgullosa marginación. De ser un fracasado y un inadaptado pero estar más vivo que los que viven convencionalmente. En asuntos de discurso y origen, Green Day eran perfectamente equiparables a Rancid, NOFX o Bad Religion, sus compañeros de generación, a quienes nunca se les discutió el pedigrí independiente: habían dormido en las mismas casas okupas y girado por los mismos tugurios, pero de aquella escena californiana, quienes triunfaron fueron ellos y The Offspring («Smash» apareció prácticamente a la vez). Al trío de Berkeley su propia comunidad les dio la espalda por ello. «Muchos de los que nos criticaban, de acuerdo, pertenecían a nuestra escena, pero generalmente eran chavales que se ponían puritanos pero tenían detrás el fondo fiduciario de sus padres por si algo se torcía. Nosotros no teníamos nada. Vivíamos la mitad del año en el coche», dice Mike Dirnt en el libro de Ian Winwood «Smash», que encapsula toda aquella generación.
El éxito fue el pecado original. El segundo crimen eran las melodías, que se percibían en algunos sectores del «underground» como una especie de muestra de debilidad y aspiraciones comerciales. Recibieron la consiguiente acusación de vendidos, aunque, en honor a la verdad, ese sello melódico era el mismo de Lookout Records, que Livermore había puesto en marcha seleccionando bandas deudoras de los Buzzcocks y siendo calificado por ello de pop-punk como si se tratase de un insulto. Green Day solo abandonaron Lookout por una sencilla razón: el sello era incapaz de satisfacer la demanda de copias de «Kerplunk», su segundo trabajo, que apenas fue un éxito local. Habría sido una debacle lanzar «Dookie» en un sello de aficionados. En su acuerdo de salida, el grupo aceptó y siempre ha respetado que Lookout siga comercializando sus dos primeros trabajos.
«Declaro que ya no me importa / estoy quemado y me consumo / y cada vez más aburrido», empieza diciendo el disco, como una especie de orden judicial para acceder a la habitación y la psique de todos los adolescentes de Estados Unidos del momento. Se trata de un álbum impregnado de alienación y soledad que todavía, tres décadas después, da gusto escuchar. Un disco imperfecto, grabado en directo, con mensajes que sirven para 2023: «Mi madre mi dice que consiga un curro, / pero a ella no le gusta el que tiene».
El disco, publicado oficialmente l1 de febrero, y tardó en arrancar. La MTV ya era la plataforma masiva de escucha de música y estamos en la era de los videoclips. «Longview» fue el primer single y no pasó de resultados modestos, igual que «Wellcome to paradise». Pero entonces llegó «Basket Case» y el disco empezó a vender 200.000 copias a la semana. Cavallo, que había renunciado a cobrar como productor a cambio de un porcentaje de las ventas, se compró una casa a tocateja y ascendió en Warner. Un día quedó con Green Day para darles la noticia de que eran estrellas: «Les dije que llevaban más de cinco millones de copias vendidas. Ellos contestaron: ‘‘vale’’. Y salieron a comprarse un perrito caliente». La prensa musical les había ignorado y ellos estaban tan acostumbrados al fracaso que su baja autoestima no tenía remedio. Pero terminaron por creérselo cuando alcanzaron los 15 millones de discos.