Little Richard, el dolor del padre del rock y la gran apropiación musical
Un documental reivindica la importancia del controvertido artista, mortificado por sus contradicciones y dolido con la industria blanca del rock
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Inventó el rock & roll porque sencillamente lo encarnaba. Su modo de vida, su presencia en el escenario, la temática (o la ausencia de ella) de sus canciones, su apariencia, prácticamente todo fue su invención. ¿Aporrear el instrumento? Lo hizo primero. ¿Llevar tupé? Elvis, medalla de plata. ¿Provocar con bailes sexuales? ¿Vociferar y aullar? ¿Fingirse muerto en el escenario? ¿Vestir estrafalariamente? ¿Sudar a mares arrastrado por por una posesión demoníaca? ¿Ropa interior femenina arrojada al escenario? Todo eso y mucho más lo hizo Little Richard antes que nadie, o al menos, todo a la vez. Richard Penniman inventó el molde del rock, por supuesto, tomando a su vez de aquí y de allá, y de él aprendieron todos: los imberbes Rolling Stones se quedaron boquiabiertos durante un mes haciéndole de teloneros y los Beatles, que compartieron con él algunas noches se dieron cuenta de que ese no podía ser su camino por haber nacido en otro planeta con la cadera soldada en posición fija. Fueron muchos los artistas que le imitaron, versionaron o copiaron y, según la tesis de Lisa Cortés, directora del documental «Little Richard: I am Everything», que acaba de estrenarse en salas, «no solo fue apropiado por los blancos, sino que también fue borrado, le negaron beneficiarse de lo que era su propia creación», dice en conversación con este periódico. Pero también, por supuesto, una historia humana llena de drama: vivió su vida con pasión y con terror. Su espíritu, que le elevaba y le impulsaba, también le destrozaba. Esta es la historia de un hombre mortificado.
Fue primero una criatura que pasó como un cometa, que impregnó a toda la escena musical y social de su impronta de alguna manera y que por primera vez introdujo la noción de peligro de una forma explícita en la música popular. El documental de Cortés hace un repaso cronológico necesario pero no exhaustivo de la figura del genio: fases de crecimiento que tienen lugar antes de cumplir siquiera 20 años. Escenas que abarcan el ambiente de blues de Macon (Georgia), el rechazo de su padre a su evidente homosexualidad, la influencia de Sister Rosetta Tharpe, su temporada ambulante con vendedores y mercachifles, el circuito chitlin y, por supuesto, su mutación en Princess Lavone, su primera experiencia como artista travestido, clave en la búsqueda de su yo artístico y personal detrás del telón de lo socialmente aceptable. Todas las estaciones que conformaron su aprendizaje de lo raro y lo prohibido. «El sur como la cuna de todo lo “queer”, lo diferente, lo gótico, lo extraño, lo no normativo, lo grotesco, el otro lado. No solo de sexualidad» dice la académica Zandria Robinson en el filme.
Uno de los grandes alicientes de la película es escuchar a Richard narrar su vida de viva voz o recordarla: «Cuando aparecí, querían que cantase como B. B. King o Ray Charles. No me dejaban cantar como Little Richard, pero yo no sentía el blues. Quería sonar distinto. Los jóvenes estábamos hartos de la música lenta», afirma. Como un cometa feroz surcando el cielo pasó «Tutti Frutti», que cambió la historia. Y monumentos como «Long Tall Sally», «Slippin And Slidin», «Lucille» o «Good Golly, Miss Molly». Una mezcla del rhythm & blues, gospel y soul con el ritmo de un tren de mercancías que terminó por llamarse rock & roll y que él invento, junto con Chuck Berry, otro de los grandes expoliados de la historia de la música.
En el documental, rico en recursos que van de entrevistas a grandes figuras de la música hasta imágenes de archivo que demuestran su brutal poderío escénico, Mick Jagger reconoce su deuda, adquirida cuando los Rolling Stones le hicieron de telonero durante 30 días consecutivos y no daban crédito a lo que estaban viendo: «Me di cuenta al verlo de que yo podía ser alguien en el escenario». John Waters, con su bigote fino mellizo del de Richard dice: «Todos los adolescentes blancos de Baltimore (ubicada en la costa este norte) crecimos escuchando las tres emisoras de música negra de la ciudad. Todos. Incluso los que eran racistas». «Pero son las canciones que odian tus padres las que forman la banda sonora de tu vida», dice el maestro transgresor del cine.
Resultó paradigmático su discurso de bienvenida al Rock & Roll Hall of Fame a Otis Redding en 1989, más de veinte años después de su muerte, en el que Richard se despachó a gusto: «Uno de los más grandes compositores que ha existido, incluyéndome a mí, Jimi Hendrix y todos los que han estado conmigo. James Brown, The Beatles y los Rolling Stones. Mick Jagger estuvo conmigo también. ¿Te acuerdas, Mick? No había cama para ellos y dormían en el suelo», dice con su fino bigote y un traje con brillantes bordados. Richard albergó durante décadas un sentimiento de amargura, de falta de reconocimiento no solo achacable, claro, a la supremacía blanca, sino también a la errática gestión de su propia carrera. «Ese resentimiento lo tuvo durante años porque sentía que otros se habían beneficiado de lo que empezó, pero al final de su vida consigue quedarse en paz con su legado», dice Cortés a este periódico. Durante la película, el viaje lo realizamos con él y con su descontento. Asistimos a la versión blanda de «Tutti Frutti» que publica Pat Boone y que logra mayor éxito que su alarido primigenio, o, por supuesto, la de Elvis. Avanzamos en su carrera, en la que nunca recibe un Grammy hasta que, en 1993 se le concede a su trayectoria artística. Por supuesto, no fue el único al que le sucedió. «Cuando salí a la escena, las chicas blancas se desgañitaban por mí y eso al sistema no les gustaba. Yo no se suponía que debía ser el héroe para esas chicas», reconoce el cantante.
Por supuesto sus muy conocidas contradicciones están ampliamente tratadas en la película. Su homosexualidad en permanente lucha con sus creencias religiosas. O la aguda derivada racial: en los años 50, la segregación era legal y los negros y blancos no podían compartir espacios como audiencia ni tampoco tocar juntos en una banda de músicos mixta. Richard fue arrestado en múltiples ocasiones y golpeado por la policía pero ganó la batalla, especialmente la cultural, inoculando el veneno en la población bienpensante. Un mensaje no explícito, una bomba latente, un cuestionamiento indefinido de todo lo existente. Como un polvo de estrellas que cae delante de los ojos y parece un espejismo.
Cuando las imágenes todavía se muestran en blanco y negro, a comienzos de los 60, Little Richard se muestra «agradecido de que su material inspire a otros». Sin embargo, sus sentimientos al respecto irán cambiando y su lucha por el reconocimiento debido no terminará jamás. Eso sí, nunca se amilanó y buscó demostrarlo en el escenario. En 1969, cuando actúa en el Atlantic City Pop Festival, Janis Joplin deja mudo al público, que la ovaciona durante un larguísimo rato. A continuación es el turno de Little Richard, que pide a su equipo que corra hacia el hotel y le traiga su traje de espejos. Janis Joplin estaba junto al escenario, muda, cuando proclamó con el pelo cardado: «¡Todos a desmelenarse con el magnífico Little Richard, de Macon, Georgia! ¡Que todo el mundo sepa que yo soy el rey del rock & roll!». Y «Lucille» no dejó ni una sombra de dudas al respecto.