«Los Beatles provocaron una larga lista de víctimas a su alrededor»
Craig Brown retrata a la banda más influyente de la historia del pop en una biografía que parte de actores secundarios y anécdotas
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Su campo magnético era gigantesco. Los Beatles podían cambiar la vida de una pequeña llamada Chrissie Hynde en su casa de Akron (Ohio) e inducir las dudas de Doug Springsteen acerca de la sexualidad de su hijo Bruce en Nueva Jersey cuando éste decidió cortarse el pelo a tazón por la fascinación de una imagen remota y un sonido grabado. Imaginen de qué forma eran capaces de afectar la vida de cuantos pasaban a su alrededor físicamente, aunque fuera solo un segundo. «Me interesaban las historias contenidas en la gran historia. La del hombre que se convirtió en un beatle cuando Ringo se puso enfermo. Y la manera que aquello afectó a su vida que, básicamente, quedó arruinada por apenas diez días de estrellato. Nunca se recuperó de aquello. O la del policía Norman Pilcher, que básicamente colocaba drogas a los famosos para acercarse a ellos como un ‘‘grupie’’ y que terminó como el policía patán, expulsado del cuerpo», explica Craig Brown, autor de «1, 2, 3, 4 Los Beatles marcando el tiempo» (Editorial Contra). «Los Beatles volvían loca a la gente que se les acercaba de muchas formas diferentes. Provocaron una larga lista de víctimas a su alrededor», sostiene Brown.
Otro de esos trágicos secundarios fue Pete Best, despedido de la banda y reemplazado por Ringo Starr solo seis días antes de que los Beatles lograsen su primer éxito. Best nunca entendió por qué decían que él era un mal batería («estábamos hartos de él», dijo Lennon, que escurrió el bulto a la hora de despedirle, como sus compañeros) y su antigua casa en Liverpool es hoy un museo donde el nombre de su sustituto está prohibido y se muestran centenares de recuerdos de los «fab four» como si el tiempo se hubiera detenido en 1962. Dio unos mil conciertos y grabó 27 temas pero su batería permanece como «la tumba del soldado desconocido». También Stu Sutcliffe, el beatle que abandonó al grupo para quedarse en Hamburgo y murió precisamente en 1962. Incluso Leslie Cavendish, el peluquero del cuarteto que escribió un libro sobre la relación de cada uno con su pelo y que sirve a Brown para dedicarle un capítulo magistral a las devastadoras repercusiones capilares de los de Liverpool. Birmania y la Unión Soviética prohibieron bajo penas de prisión imitar aquellos tazones. No todas son, obviamente, historias tristes, pero sus vidas quedaron definidas para siempre por su relación con el grupo, como centenares de personas. La prueba es que todos escribieron un libro: su peluquero, sus ex parejas, jefes de prensa, directores de Apple, publicistas, Epstein y sus ayudantes...
Hay montañas de biografías «periodísticas» del cuarteto, algunas de una minuciosidad abrumadora, de manera que, si el mundo necesitaba otra, definitivamente se parecía a esta. Brown cuenta todo lo necesario para conocer la vida del grupo de música más influyente de la historia «pero sin los trozos aburridos», como precisa Kiko Amat en el prólogo. Se construye como un «collage» de imágenes y anécdotas, de «pasajes cortos como canciones de pop, como si fueran un disco suyo», dice Brown, que se sirve de noticias de periódicos, cartas de fans, telegramas, recuerdos personales y cualquier material que permita explicar una dimensión o ángulo de unos protagonistas de los que, aparentemente, ya se había contado todo. Incluso recoge las diferentes versiones de un mismo hecho (pongamos cuando le cortaron a traición un mechón de pelo a Ringo o una pelea a puñetazos de Lennon) que se han contado en un buen número de esos montones de biografías existentes. Y el gran mérito de esta narración es que, a partir de supuestos detalles menores o asuntos tangenciales entra de lleno en la complejísima historia que quiere contar. Y resulta muchísimo más divertido.
La fórmula ya le había dado grandes resultados al autor en su semblanza de la princesa Margarita, la hermana de Isabel II, a la que también retrató a partir de este tipo de flashes. No es que ambos sujetos sean muy parecidos, «pero en Inglaterra los Beatles son inevitables, son parte del mobiliario de cualquier vivienda, como la Casa Real. Ella bebía más de la cuenta y también se drogaba y adoraba estar entre famosos. Era un producto de su época, los años 60, a pesar de ser mayor que el grupo, y me temo que sus parecidos se reducen a eso».
La lista de personajes es increíble: está Magic Alex, un estafador de origen griego que les persuadió para comprar cuatro islas en el Egeo y que fue el protegido de Lennon. Está la intransigente tía Mimi, Cassius Clay (que pensó que eran todos «mariquitas»), fans anónimos que hablan con sus posters, el diente de Lennon que sale a subasta, Gorbachov, Frank Sinatra (que les odia), Elvis (que no entiende nada), miembros de la aristocracia y embajadores que les tratan con condescendencia... y por supuesto, una buena lista de detractores ilustres entre los que se cuentan Kingsley Amis o Anthony Burgess. No faltan algunas explicaciones del origen de ciertas canciones, las disquisiciones en torno al significado de la morsa («I am the Walrus») y, por supuesto, los actores principales como los cuatro fantásticos (« John Lennon era el más difícil. Podía ser simpático pero elegía ser borde, casi un malote, y tenía una capacidad increíble de energía teniendo en cuenta la absurda cantidad de drogas que tomaba en el 68 y 69», dice Brown), Brian Epstein, Allen Klein y la inefable Yoko Ono tienen un retrato de vivos colores entre los 149 capítulos del volumen.
Como decíamos, en torno a casi cualquier detalle de esta historia hay diversos puntos de vista. Sin embargo, un enorme consenso emerge en torno al papel disruptor de Yoko Ono en la vida de los Beatles. «Me temo que solo hay división acerca de si era una buena artista o no... Y no, no ayudó a la estabilidad del grupo, porque ella se sentaba en el estudio de grabación, adonde ni siquiera accedía Brian Epstein, y parece ser que un día se comió las galletas de George Harrison, que se enfadó mucho. Pero pienso que se hubieran separado igualmente sin su aparición, aunque hubiese sido seis meses después. En ese momento ya estaban todos cansados y de mal humor unos con otros», apunta Brown. «Puede hablarse, hasta cierto punto, cuestiones de organización. Cuando se muere Epstein entra Allan Klein, que era, básicamente, un criminal. Paul McCartney estaba en contra, aunque lo acepta. Pero Paul dijo recientemente que, si tienes a cuatro personas que son percibidas como dioses en grupo, llega un momento en que solo pueden ser más haciéndolo individualmente. En resumidas cuentas, una cuestión de ego. Aunque es posible que ya hubieran agotado lo que eran capaces de hacer juntos. Pero eso nunca lo sabremos», dice el escritor.