Los años fugitivos de Dylan
"Another Self Portrait (1969-1971)", que acaba de salir a la venta, documenta el exilio voluntario durante una de las épocas más extrañas del legendario músico
Situémonos en contexto. A finales de los años 60, el mundo entero parecía a punto de explotar. Richard Nixon enviaba a los cachorros de América a morir en Vietnam, la guerra fría ponía misiles sobre las cabezas del planeta, los jóvenes de todo el mundo salían a las calles para exigir dignidad y Charles Manson pintaba las paredes con sangre. La música se había convertido en cronista de este bárbaro apocalipsis, pero muchos se preguntaban: ¿Dónde está Bob Dylan?
El denominado (para su disgusto) portavoz de una generación vivía recluido en los bosques de Woodstock, aparentemente ajeno a toda esta locura. Se dedicaba a pintar, criar una familia numerosa, pasear entre los árboles, leer la Biblia y de vez en cuando a escribir canciones. Y casi nada se sabía. Pero ya se sabe que la peor forma de pasar inadvertido es intentando escapar.
"Another Self Portrait", el décimo volumen de sus retrospectivas "Bootleg Series", recoge 35 canciones inéditas hasta ahora que ofrecen una perspectiva del universo musical que entonces habitaba en Dylan. Mientras las emisoras de radio se llenaban de canciones políticas, lisérgicas y hedonistas, Dylan abrazaba el "folk", el "country"y los sonidos más tradicionales. A contracorriente, como casi siempre.
¿Qué había pasado para que el contestatario Dylan abrazara las formas musicales más conservadoras en plena revolución social? Para responder a esto hay que remontarse dos años atrás. En 1966, Dylan era junto a los Beatles la personalidad musical más influyente. Obras como "Highway 61 Revisited"o "Blonde on Blonde"habían elevado la música hacia fronteras hasta entonces inexploradas y Dylan permanecía en los altares. Pero todo cambió cuando sufrió un grave accidente de moto que le obligó a permanecer postrado largas semanas. Entonces, Dylan vivía a velocidad de vértigo: era una enorme celebridad, las masas ponían sus vidas a su disposición, firmaba contratos literarios y cinematográficos, daba la vuelta al mundo con sus giras, mantenía peligrosas adicciones, no distinguía amigos de enemigos... Una vida esquizofrénica. Y el accidente le obligó a la reflexión. Su inmediata decisión fue cortar con todo. Drásticamente. Pasó a vivir una vida familiar y a tocar con sus amigos de The Band por el puro placer de hacer música. Además, y según confesaría él mismo años después, ya no era capaz de repetir su conocida fórmula de escribir canciones.
"Quería huir de la ardua competitividad de la vida moderna. Tener hijos había cambiado mi vida y me había aislado de casi todo el mundo y de prácticamente todo lo que sucedía. Aparte de mi familia, nada tenía mucho interés para mí, y lo veía todo desde otra óptica", escribió en su libro de memorias "Crónicas".
Pero detrás de ese lado luminoso, la tranquilidad del hogar, había otra parte muy oscura. La gente no se había olvidado de Dylan y numerosos lunáticos aparecían cada día intentando acceder a la intimidad de su ídolo. Literalmente, se metían en su dormitorio, se bañaban en su piscina, jugaban con los niños de la casa y escarbaban en su basura buscando Dios sabe qué. "Me encontré perdido en Woodstock, vulnerable y con una familia que proteger", confesó el músico con inequívoca tristeza.
Junto a su familia, Dylan buscaba refugio en la música. El disco "John Wesley Harding"(1967) había sorprendido por su vocación acústica y la aparente sencillez de las letras. "Nashville Skyline"(1969) fue todavía más transgresor, al proponer un estilo decididamente "country". Pero nada fue como "Self Portrait"(1970), un álbum doble lleno de versiones que desconcertó a todos y se llevó críticas negativas casi unánimemente.
Infeliz en el acoso al que se veía sometido en Woodstock, Dylan tomó la decisión de regresar a las calles de Nueva York. Concretamente al Greenwich Village, barrio entonces de inequívoco ambiente bohemio y donde él empezó su carrera a comienzos de los 60. Qué error. Los accesos a su vivienda se llenaron de fanáticos y en su puerta se manifestaban los miembros del llamado Frente de Liberación de Dylan, exigiendo a no sé sabe qué fuerzas sobrenaturales que permitieran al músico ser el de antes, el portavoz de su generación.
A Dylan le costaría unos cuantos años más soltar lastre y definir su nueva vida. En 1974, tras ocho años sin girar, volvería a los escenarios. Luego encadenaría dos discos soberbios ("Blood on the tracks"y "Desire"), acometería su extraordinaria gira de la Rolling Thunder Revue, se divorciaría de su mujer Sara, abrazaría la religión más militante, se entregaría a una vida en la carretera y mil cosas más. Pero esa es otra historia. La que ahora recoge su nuevo "Bootleg Series"pertenece a unos años en los que Dylan abrazaba una descomunal paradoja: era fugitivo en su propia casa.
El universo musical de Dylan
"¿Qué esta mierda?", preguntó el prestigioso crítico musical Greil Marcus en la revista "Rolling Stone"cuando salió el álbum "Self Portrait". Ahora, en la revista "Uncut"propone una revisión de su vieja idea y con el nuevo volumen del "Bootleg Series"que las canciones están "vivas de una manera extraordinaria". ¿Hay para tanto? Todo es cuestión de gustos. Lo que aparece en "Another Self Portrait"son las canciones sin el criticado revestimiento orquestal del álbum original y descartes. También hay tomas alternativas de otros discos y ensayos. Quizá sean los temas que aprecieron en "Self Portrait"lo menos notable.
La toma de "Spanish is the lonving tongue", con él solo al piano, es ciertamente escalofriante. Por otra parte, extraña por qué Dylan dejó fuera de "Self Portrait"canciones como "Pretty Saro", "Annie's going to sing her song", "Railroad Bill", "Thirsty Boots"o "These hands", mejores que las elegidas para el álbum original.
El disco también incluye un buen número de tomas alternativas de las canciones que finalmente aparecieron en "New Morning", otro de los puntos más interesantes de la entrega. Reconforta escuchar versiones diferentes de buenas canciones como "If not for you", "Time passes slowly"o "Went to see the gypsy".
Así, "Another Self Portrait"supone un agradable vistazo a una época muy criticada del artista y, especialmente, una posibilidad de abandonar definitivamente un disco como "Self Portrait", sin duda uno de los puntos más flacos de la discografía de Dylan. ¿Quién necesita "Self Portrait"teniendo "Another Self Portrait"?
De todas formas, tampoco conviene dejarse por el entusiasmo. Aquí no hay grandes obras maestras, puesto que en esa época Dylan sufría un notable bajón en un nivel creativo que se mantuvo en las nubes hasta 1967. Fue una época de transición hacia una siguiente etapa, la de mediados de los 70, donde alcanzó una cima.
Lo que sí funciona en este "Bootleg"es que sirve como un documento impecable para conocer las raíces de Dylan, un tipo que no sólo viene del "rock and roll", su fuente original, sino del "folk"y el "country & western".
La dura vida del comprador de disco
El nuevo volumen de "Bootleg Series"pondrá a prueba la paciencia de los compradores de discos, esa especie en extinción. El disco doble costará unos 24 euros, algo normal. Pero resulta que habrá una edición "deluxe"con cuatro CDs que incluirá el concierto de la Isla de Wight, de 1969, y una innecesaria versión remasterizada del original "Self Portrait". El precio de esta edición será de cerca de 140 euros. Es decir, que el completista o, simplemente, quien desee tener el concierto de la Isla de Wight pagará por él cerca de 120 euros.
¿Merece la pena dicha inversión? No es muy seguro. Principalmente porque el concierto de la Isla de Wight es realmente flojo, aunque entonces le sirviera al protagonista para llevarse un pastón. Un nada inspirado Dylan ofrece una interpretación anodina de canciones tan emblemáticas como "Highway 61", "Like a rolling stone"o "Mr. Tambourine Man"y demás. Ni siquiera parece claro que The Band sea en esta ocasión el grupo de acompañamiento idóneo.
Por otra parte, es la primera vez que se puede obtener este concierto en condiciones, pues en el mercado pirata nunca se obtuvo una grabación unificada de todo el concierto de una misma fuente, y no siempre la calidad fue buena. Lo incuestionable es que con estos precios la industria dispara contra los pocos que todavía tienen el vicio de comprar discos.