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Rossini entre las cabras

Crítica de clásica: «AURELIANO IN PALMIRA». Gioachino Rossini. Intérpretes: Michael Spyres, Jessica Pratt, Lena Belkina. Coro del Teatro Comunale de Bolonia. Orquesta Sinfónica G. Rossini. Dirección musical: Will Crutchfield. Dirección escénica: Mario Martone. Decorados: Sergio Tramonti. Vestuario: Ursula Patzak. Pesaro, Teatro Rossini, 12-VIII-2014.
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Tras la lujosa «Armida» de apertura, con «Aureliano in Palmira» nos pareció asistir a un Rossini para tiempos de crisis. Empezando por la propia obra (estrenada en La Scala de Milán el 26 de diciembre de 1813), que no se encuentra entre las más afortunadas de un autor que aún estaba indagando en la búsqueda de un propio estilo. Así, son numerosas las referencias a la justo anterior, y mucho más brillante, «Tancredi». Lo más curioso es la utilización de varios pasajes que aparecerán en el «Barbiere di Siviglia» (entre ellos la obertura y el coro inicial, que se convertirá en la célebre cavatina de Almaviva «Ecco ridente il ciel»), tratados aquí con suma urgencia dramática, como en el vibrante final del primer acto. Mario Martone acertó plenamente en 2004 y 2012 con una «Matilde di Shabran» que sirvió de vehículo de lucimiento de Juan Diego Flórez, tanto escénico como vocal, con unas grandes escaleras que giraban al trepidante ritmo rossiniano. En esta ocasión ha acudido a un modesto realismo casi de postal, donde no faltan los moros y cristianos de nuestras fiestas populares y hasta un pequeño rebaño, en el momento en que el desterrado héroe Arsace se refugia entre los pastores.
Este papel es el único de toda su producción en que el compositor acudió a una voz de castrato (tesitura que afirmó abiertamente que no era muy de su agrado), el famoso Giovanni Battista Vellutti, para quien escribió una parte de enorme virtuosismo. La mezzosoprano de Uzbekistan Lena Belkina, caracterizada a lo Juana de Arco, se mostró musical, con voz cálida aunque no de mucho volumen y buena resolución de la coloratura, aunque tal vez no produjo esa sensación de «fenómeno sonoro» de su predecesor.
Afortunadamente, sí lo hicieron el tenor estadounidense Michael Spyres y la soprano australiana Jessica Pratt, como el emperador romano del título y la destronada reina Zenobia, quienes afrontraron con holgura todas las pirotecnias y acrobacias de sus respectivos roles. El también norteamericano Will Crutchfield se sumó a la grisura general con una dirección de pocos matices y escasa sutileza.
Después de tanta penuria, fue un auténtico bálsamo volver a revisitar el «Viaggio a Reims» pensado por Emilio Sagi hace ya casi quince años y que desde entonces se mantiene incombustible como trampolín de nuevos talentos, entre los que hemos descubierto este año a soprano española (¡de 23 años!) Isabel R. García, así como la briosa batuta del igualmente jovencísimo maestro mexicano Iván López-Reynoso, demostrando una vez más que la música del Rossini más inspirado triunfa por encima de los tiempos oscuros y nos arranca una sonrisa siempre inteligente.