Un cuento feroz
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De Rimsky-Korsakov. D. Ulyanov, S. Skorokhodov, A. Lavrov, O. Petrova, A. Kravets, V. Gimadieva, A. Vinogradov, S. Blanch. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Director de escena: Laurent Pelly. Director musical: Ivor Bolton. Teatro Real. Madrid, 25-V-2017.
La última de las quince óperas de Rimsky-Korsakov llega al Teatro Real por vez primera cuando aún no se han visto otras de similar enjundia como «La ciudad invisible de Kitezh», «Sadko» o «La novia del Zar» y tras la de cámara «Mozart y Salieri» presentada en la Fundación March. Esperemos que no tarden. Barcelona la conoció en 1944 y el Teatro de la Zarzuela en los años 70 con una compañía rusa. Estamos ante un cuento pergeñado en momentos difíciles para compositor, en el que se ha visto algo más que la historia absurda de un zar caprichoso con un valido que es un gallo de oro: una crítica al sistema político de Nicolás II, a su pueblo y al nacionalismo musical ruso de finales de siglo. El caso es que su autor no llegó a disfrutar su estreno porque la censura ejerció sus funciones durante cuatro años, los suficientes para Rimsky. Todo esto nos sirve para elucubrar a quienes escribimos estas crónicas, ya que el público lógicamente se queda, sin más, con el feroz cuento de Pushkin trasladado a los intereses musicales del compositor por el libretista Vladímir Belski. Laurent Pelly logra dos dianas en estos días, puesto que en el Liceo se repone su aclamada «Hija del regimiento», vista también en el Real así como su «Hansel y Gretel». En coproducción con la Ópera Nacional de Lorena y el Teatro de la Moneda ha diseñado una escena, sobre un suelo empedrado de negro como color fundamental, nacida de una pesadilla del Zar Dodón, que permanece toda la obra en encamado en pijama, aunque se ponga encima la armadura en la escena de la batalla en un momento que recuerda la estatua ecuestre de Pedro el Grande en San Petersburgo. La dirección maneja sutilmente la comedia en tonos oscuros y combina con pleno acierto el humor con su lado más corrosivo y grotesco. La talla de un director de escena se mide siempre en los movimientos de los coros y Pelly lo hace con auténtica inteligencia, como a los solistas. Hay un gran trabajo por expresar los caracteres. Ivor Bolton se vuelve a acercar al repertorio ruso tras hacerlo en Salzburgo hace seis años con «El Ruiseñor», de Stravinski, y «Iolanta», de Chaikovski. La partitura, con tintes wagnerianos y orientales, brilla por su orquestación, con una importante participación de las maderas, rememorando momentos de otras muchas de sus obras y citando también temas folclóricos. Sin embargo, no abunda la variedad temática y el extensísimo dúo del acto II entre los dos protagonistas pesa excesivamente, a pesar del contenido con trasfondo erótico. Bolton, la orquesta y el coro realizan una labor brillante. Entre los actos II y III, mientras se cambia el escenario, el propio Bolton al piano y el concertino tocan un breve interludio basado en temas de la ópera. Dmitry Ulyanov demostró ya en los «Hugonotes» en versión de concierto en el mismo Real hace media docena de años que posee una voz de bajo con sonoridad. Es un Dodón ideal. Venera Gimadieva es también figura conocida en el coliseo. Aunque se trate de una soprano lírico-ligera es capaz de solventar todas las coloraturas de un papel que tiene una extensísima intervención en el eterno segundo acto. El resto del reparto cumple también a la perfección y merece reseñar a la bailarina Frantxa Arraiza en el papel escénico del gallo, que canta Sara Blanch desde el foso. La ópera de Rimsky-Korsakov encandilará más o menos al público, pero el Teatro Real ofrece una producción excelente, quizá la mejor para la obra en las últimas décadas. Más no se puede pedir.