Historia

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«No pasarán», lo que Carmena no ve del asedio de Madrid

La exposición de la Casa de la Panadería sobre la capital en la Guerra Civil está marcada por su tendenciosidad más que por la objetividad y un criterio pedagógico

Una pancarta con el lema «¡No pasarán!» cruzaba la madrileña calle Toledo
Una pancarta con el lema «¡No pasarán!» cruzaba la madrileña calle Toledolarazon

La obsesión de los enemigos de la libertad es crear una memoria colectiva sobre el pasado. Necesitan construir un relato histórico que justifique su discurso político. Las condiciones son la manipulación del lenguaje y la tergiversación de los hechos y personas.

La obsesión de los enemigos de la libertad es crear una memoria colectiva sobre el pasado. Necesitan construir un relato histórico que justifique su discurso político. Las condiciones son la manipulación del lenguaje y la tergiversación de los hechos y personas. Esto ha pasado desde Herodoto, pero ha sido objeto descarado de lucha política a partir del siglo XIX, cuando los socialismos idearon la Historia como una confrontación a muerte entre sujetos colectivos llamados «clases sociales». Esa imposición de una «verdad histórica» ha sido más flagrante e insultante cuando se ha hecho desde el poder, como en el XX, haciendo coincidir la política con la historiografía.

El asunto no tendría importancia sin dos implicaciones: el traslado de ese relato a la escuela para adoctrinar a las nuevas generaciones, y que se haga con dinero público sin posibilidad de réplica. Eso es lo que ha ocurrido con la exposición «No pasarán. 16 días. Madrid, 1936», de la que no habrá un reverso titulado «Pasaron. Madrid, 1939», que aportaría una perspectiva complementaria, ni otra que podría ser «Entre unos y otros nos mataron. Madrid, 1936-1939». Es más; la exposición financiada con dinero de todos los madrileños está orquestada por Gonzalo Berger, profesor de turismo en una institución adscrita a la catalana Universidad Pompeu Fabra, y Tania Ballò, directora de cine y escritora. Ninguno de los dos es especialista en el Madrid de la Guerra Civil, lo que hubiera sido conveniente, como hicieron en el Londres de 2010. En la capital inglesa se celebró entonces una exposición sobre los 70 años del bombardeo nazi sobre la ciudad, donde el pueblo resistió. Aquel trabajo sí lo realizaron especialistas.

La exposición del «No pasarán» se inauguró el 3 de abril en la Sala de Bóvedas de la Casa de la Panadería, en la Plaza Mayor, y contó con la presencia de Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, y de Ada Colau, su homónima en Barcelona, cuyo conocimiento histórico quedó patente en la calificación de «facha» al almirante Pascual Cervera, muerto en 1909. En la muestra, abierta hasta el 1 de julio, se expone la versión populista de izquierdas de la resistencia al avance franquista entre el 7 y el 23 de noviembre de 1936.

Eslogan soviético

En esos días, dicen los comisarios, se mostró que la lucha no fue entre dos Españas o un pueblo dividido, sino «una batalla de la democracia contra el fascismo, de la libertad contra el autoritarismo»; lo que viene a ser la repetición del eslogan soviético ideado para la ocasión por el propagandista Willi Münzenberg. Así lo escribió Félix Schlayer, embajador noruego, describiendo el «reclutamiento» en una cárcel en noviembre de 1936, donde el comunista Díaz, tras levantar el puño, exhortó a los presos: «La República se ve amenazada por el fascismo, que ha intentado suprimir la libertad del pueblo e imponerle su yugo». Luego se acercó a uno y susurró: «¡Da el paso, de ello depende tu vida!».

La iniciativa ha partido del teniente de alcalde de Madrid, Mauricio Valiente, quien, a pesar de su admiración por las dictaduras comunistas y su homenaje a los chequistas, dirige la Oficina de Derechos Humanos y de Memoria del Consistorio. La pretensión del edil es «reconciliar a los madrileños con su Historia», porque, según la comisaria Tania Ballo, «Madrid tiene que dejar de ser la ciudad franquista por excelencia». La muestra reúne material muy conocido, como la cartelería de inspiración soviética y nacionalsocialista propia de la época, junto a otro más interesante como las «fotos vivas» de Pedro Sara, filmaciones, o documentos del dictador Franco sacados del Archivo de Salamanca.

La tesis de la exposición es que el pueblo, con alegría según los autores, convirtió Madrid en «la primera ciudad que resistió al fascismo». El protagonismo, dicen, estuvo en los barrios, los talleres y las calles, en «sus hombres, sus mujeres, sus viejos, sus jóvenes», mostrando un «comportamiento colectivo» en «defensa de la libertad». Fue esa «gente anónima» la que defendió la ilusión republicana toda vez que el gobierno de Largo Caballero había huido a Valencia.

Es la historia del pueblo, aseguran, no la de los grandes hombres, como Buenaventura Durruti o el general Rojo, ninguneado sorprendentemente en la exposición porque sin él no se entiende el plan de defensa de la capital. Se trata, en definitiva, de construir una «memoria colectiva» del pasado antifascista de la capital, popular, afirman Berger y Balló, y, por tanto, «democrático».

La sensación es que los comisarios de la exposición han descubierto la guerra en Madrid gracias a este trabajo, y que venían a la capital con una idea preconcebida que debían demostrar para solaz del político que financia la muestra. La técnica, la perspectiva y las palabras utilizadas suenan a muy antiguo. De ahí que el lenguaje utilizado sea propio del comunismo de los años 30, lo que es legítimo pero pobre en sentido académico. El concepto de «pueblo» se utiliza muy a la ligera y con trazo grueso, ya que como tal los comisarios entienden solamente a los que se sumaron a las milicias, mientras que el resto, la mayoría, es privada de su condición de «pueblo». A esto se añade, según se lee en las cartelas de la exposición, que «pueblo» es antónimo de fascismo, monárquicos, sublevados, rebeldes y nacionales. Por supuesto, Berger y Balló eluden decir que los regulares de las tropas franquistas eran marroquíes.

Paracuellos

El contexto histórico de la exposición es insuficiente. El armamento de las milicias sindicales y partidistas parece resultado de un ánimo colectivo de paz, libertad, democracia y República, cuando en realidad, el desprecio al régimen era compartido, y cada uno buscaba la imposición por la fuerza de su paraíso socialista. Hubiera sido conveniente dar a conocer que al error de los días siguientes al 18 de julio de repartir armas entre la población civil se sumó la licencia de los soldados decretada por el gobierno. De esta manera, ante el caos, se rectificó con un decreto para la creación del Ejército Popular con la militarización de la gente armada y se llamó a quintas en octubre de 1936.

El gobierno de Largo Caballero añadió a la orden que quien no se sumara a la defensa sería tratado como «desertor»; es decir, que sería fusilable. Luego todo se llenó de comisarios políticos soviéticos con la llegada del embajador de Stalin, el criminal Marcel Rosenberg, quienes ordenaron y purgaron a los indisciplinados milicianos. Es curioso, o no, que en esa lucha interna por el poder muriera el anarquista Buenaventura Durruti, el 20 de noviembre, no sin que antes se produjera un enfrentamiento entre los «alegres» milicianos antifascistas y los Guardias de Asalto republicanos.

En ese relato del pueblo contra el fascismo no queda bien explicado por qué en los primeros días del cerco de Madrid, entre el 6 y el 10 de noviembre, se produce la aniquilación de «contrarrevolucionarios» en Paracuellos del Jarama y otros lugares. ¿No eran personas? Tampoco se entiende bien el fracaso de las tropas franquistas ya que los comisarios se dedican a exaltar la alegría y el heroísmo del «pueblo», pero no se responde a preguntas básicas para un historiador: ¿Cómo fueron derrotados? ¿Quién quedó al mando de la ciudad y quién fue defenestrado? ¿Qué repercusión política, social, propagandística y militar tuvo? Nada. Solo lenguaje comunista e imágenes.

La “memoria democrática” acaba ahí, en el rechazo a las tropas de Franco. No debió ser democrático el resistirse a las checas y sacas que muy bien describió con bochorno Manuel Chaves Nogales, el periodista republicano favorito de Azaña. ¿Hubo resistencia de los hombres, mujeres, viejos y jóvenes a la injusticia totalitaria de las checas en noviembre de 1936? Los comisarios de Mauricio Valiente no lo dicen. Un historiador riguroso, de los que contrastan la información, quizá hubiera testado los testimonios del otro Madrid, del que sufrió la dictadura comunista, los asesinatos, robos y violaciones, esos que, siendo también “modistillas” y “obreros”, vivieron escondidos en sus casas esperando el paseillo. Esa gente, y que yo conocí, hablé y traté, tenían una “memoria” muy distinta de la guerra, del papel de los sindicatos y partidos “republicanos”, de los “interrogatorios”, de las mujeres que asaltaban las tiendas al grito de “¡UHP! ¡UHP!” mientras apuntaban con sus rifles, amenazaban y robaban. No hablo de Paracuellos, Aravaca, Casa de Campo y demás destinos “democráticos”, sino de las víctimas de la vida cotidiana. Esas “personas anónimas” que pasaron hambre en el “Madrid republicano” mientras los dirigentes del “No pasarán” vivían a cuerpo de rey. También eran pueblo y no había “alegría”.