Teatro

Teatro

«Ostia»: Amor de hermano

Sergio Blanco completa su doblete en El Pavón Kamikaze con una oda al prójimo en la que enlaza su infancia con la historia del puerto de Roma

Sergio Blanco (dcha.) se sube por primera vez a las tablas con este montaje ideado exclusivamente para realizarlo junto a su hermana Roxana (al fondo)
Sergio Blanco (dcha.) se sube por primera vez a las tablas con este montaje ideado exclusivamente para realizarlo junto a su hermana Roxana (al fondo)larazon

Sergio Blanco completa su doblete en El Pavón Kamikaze con una oda al prójimo en la que enlaza su infancia con la historia del puerto de Roma.

Fue en su día Roxana Blanco la culpable de que su hermano Sergio se introdujera a la fuerza en esto del teatro: «Cuando era una adolescente y empezó sus primeros cursos me llevaba con ella –explica el dramaturgo–. Asistía a los ensayos y, de alguna manera, mientras ella se iba formando como actriz yo lo hacía como director, cuya labor no es más que organizar un texto en el espacio a partir de una mirada»; y ahora él es el responsable de dejarle a ella sin vacaciones: «Actúa en la Comedia Nacional, así que durante once meses no puede salir de Montevideo y por eso aprovechamos su descanso para girar con esta obra», «Ostia».

Uno en París, la otra en Uruguay, este periodista en Madrid y Skype en casa de todos. Fue a través del chat donde se comenzaron a forjar los primeros ensayos de la función que aterriza el 27 de diciembre en El Pavón Kamikaze y con la que el uruguayo completa el doblete en la calle Embajadores –también es el autor de «Tebas Land», en cartel hasta el 7 de enero–. Encendieron la «cam» y comenzó un camino en el que dos de los Blanco –son tres hermanos en total– iban a restaurar su infancia y adolescencia, pero con las licencias que les permite el género de la autoficción, «que no es una autobiografía, donde existe un pacto de verdad. Aquí lo hay, pero de mentira y acuerdo con el espectador que, a partir de mi vida, le voy a engañar», define un Sergio que sube por primera vez a las tablas con este montaje. Con ello, se proponen regresar a tiempos de Raffaella Carrà, Atari, Mary Poppins y «Kramer vs. Kramer» –enumera el director–; a sus primeras confesiones, disputas, llantos, risas y emociones con Roxana; «a un ecosistema cultural que recordamos los que estamos entre los 40 y los 50 que empezaba a parir la postmodernidad y, a la vez, tocamos temas que generalmente nadie quiere abordar como la enfermedad, las drogas, la soledad, la muerte, la sexualidad...». Hacer bueno eso que dijo Artonin Artaud de que «el teatro es como la peste, llega a una ciudad y saca lo peor de ella», rememora el uruguayo.

Pero «Ostia», sobre todo, es la historia de dos hermanos que ligan su pasado al de «una de las ciudades más importantes de la cuenca mediterránea en la Antigüedad», define Blanco: Ostia Antica –a apenas 30 kilómetros de Roma, donde residía el director cuando escribió la pieza–. Y se arranca: «Nada tiene que envidiar a Pompeya, a la que ha acompañado el folclore del Vesubio y la literatura. Éste fue el primer lugar en el que Eneas, fundador de Italia, puso un pie; el principal puerto de Roma y desde donde se conquistó el mundo entero; después vino la época de las invasiones bárbaras, que la destruyó; el Barroco, que le quitó todo el mármol para restaurar Roma; la era en la que Mussolini hizo sus primeros proyectos urbanos; y la muerte de Pasolini», repasa. «Es una ciudad muy intensa y, de algún modo, esta autoficción enhebra la historia de Ostia y la nuestra –continúa–. Porque reconstruir el pasado de dos hermanos es muy similar a levantar una ciudad a partir de las ruinas. Una arqueología en la que la verdad no existe. En la obra nos damos cuenta de que es una tarea muy difícil».

Un texto con caducidad

Una empresa en la que, pese a la complejidad, le sobra el resto del planeta. «Nadie puede meterse», zanja Sergio Blanco. Le gustó al director la idea de coquetear con «un texto orgánico, que muere», dice. Solo para ellos dos. Roxana, Sergio y nadie más: «Como escribano he prohibido que la haga nadie hasta 50 años después de mi muerte, que es cuando ya se pierden los derechos y pertenece a la propiedad pública». La intención del autor es poner en valor el «vínculo», repite una y otra vez, entre hermanos. Conflictivo, pasional y complejo: «Todo vínculo de hermandad es un campo de batalla donde uno libra las primeras querellas que lo construyen como persona. Porque los hermanos están para eso, es como un experimento de lo que va a ser la jungla de la vida. La idea de la pelea supone siempre un encuentro. Ya en Grecia utilizaban el mismo termino, ‘‘pólemos’’, para referirse a la guerra y al encuentro». Recurre así al «Canto a mí mismo», de Whitman, que tradujo Borges: «Todo lo que diga de mí también lo digo de ti porque cada uno de mis átomos es tan mío como tuyo». Porque Blanco quiere «partir de la lágrima para llegar al diluvio», de su historia a la de todos. «Si no, la autoficción termina en un narcisismo que no es bueno», explica.

Retrocede así hasta Adán y Eva, «los primeros hermanos desde el punto de vista de que tuvieron el mismo creador». Le sirve esta reflexión al director para indagar en uno de los cuatros «grandes tabús de esta sociedad, junto a la zoofilia, la necrofilia y la antropofagia: el incesto. Nunca lo vi como nada malo si las dos partes consienten. Solo en la escena puedo realizar este incesto con Roxana sin que se me condene. Pero no es únicamente un vínculo sexual, sino pasional». Y recurre de nuevo al pasado, esta vez a Babilonia, para extender el término «hermano» a «prójimo»: «Ellos empleaban la misma palabra para ambos conceptos y debemos tomarlo de ejemplo para mirar al de enfrente», cierra.