Pablo Messiez: «Escribo sin saber muy bien de qué van mis obras»
Sigue de dulce. Dos reposiciones en dos días: hoy, «Todo el tiempo del mundo», en El Pavón, y, mañana, «He nacido para verte sonreír», en La Abadía
El año pasado no pudo ser más ajetreado para el director y dramaturgo argentino Pablo Messiez: la gira de su exitosa obra «Todo el tiempo del mundo»; el estreno en La Abadía de «He nacido para verte sonreír», escrita por su paisano Santiago Loza; y su atrevida revisión de las «Bodas de sangre» de Lorca, para el CDN, lo han tenido felizmente ocupado hasta entrar en un nuevo año en el que, de momento, no se contempla el descanso: mientras los dos primeros montajes mencionados vuelven estas fechas a la cartelera madrileña, él anda en Barcelona ultimando «El tiempo que estemos juntos», un texto propio enmarcado en una producción del Teatre Lliure que se estrenará en febrero. Desde que dirigiera en 2015 la exitosa obra de Alberto Conejero «La piedra oscura», Messiez ha pasado de cautivar a un grupo de avezados espectadores en las pequeñas salas de Madrid a reclamar la atención del gran público en los grandes teatros nacionales. Y lo ha hecho intentando no traicionarse artísticamente.
–No puede uno decir que se haya acomodado...
–No, espero que no. Uno no sabe nunca que es lo que ven los demás en ti; pero supongo que, en mi caso, habrá sido precisamente algo de la continuidad en el trabajo, del recorrido realizado. Tras el éxito de La piedra oscura traté de no marearme y de seguir centrado en lo que yo quería hacer realmente. Uno puede perderse en el deseo de los otros. A veces te llaman para hacer tal o cual cosa que puede estar muy bien, pero te das cuenta de que no es en el fondo tu camino, y entonces toca decir que no, aunque sea, como digo, interesante y atractivo.
–Ahora repone «He nacido para verte sonreír», una historia sobre una madre que intenta comunicarse con un hijo que vive en el aislamiento de su enfermedad mental. Es una función dura que no parece tener mucho que ver con su teatro.
–Bueno..., puede ser. A mí es que el teatro de Santiago Loza me apasiona, y tenía muchas ganas de hacer algo de él y de mostrar su teatro al espectador de aquí. Lo cierto es que me gustan cosas muy distintas.
–Es una obra cuyo argumento se asienta más en la realidad que los textos que usted escribe.
–Sí, pero también es verdad que hay un tema en la obra que sí tiene que ver mucho con mi propia obra, que es el del mundo de lo cotidiano. Y Santiago lo mira desde un lugar muy particular y muy interesante.
–También se repone, en este caso en El Pavón, «Todo el tiempo del mundo», una obra que sí ha escrito usted y que tiene una extraordinaria complejidad en su estructura argumental. A pesar de ello, el aplauso fue unánime. ¿Dudaba de que pudiera no entenderse bien?
–Dudas tengo siempre (risas), pero intento no pensar en el público y concentrarme en lo que me gusta o no me gusta a mí. Hay cosas que ni yo mismo entiendo bien hasta que la función está ya cerrada; pero las coloco porque digamos que tengo la intuición de que quieren decir algo. No me importa que no se entienda algo, porque en la vida no todo se entiende. Son más las cosas que no sabemos de los otros que las que sí sabemos.
–La obra es en realidad muy filosófica y, a la vez, tremendamente divertida. Y una de sus virtudes es que cada espectador puede armar la historia de una manera distinta a como lo hace el de al lado.
–Sí, así es. Yo trabajo sin un plan previo; aquí incluso el tono de comedia fue apareciendo sobre la marcha. Es una manera de trabajar muy gozosa, porque hace que al final, en lugar de confirmar algo que ya sabía, vaya descubriendo cosas en compañía de los actores. Es lo mismo que hace el espectador, y es verdad que cada espectador descubre unas cosas distintas.
–Da la sensación de que escribe habitualmente con el propósito de dirigir sus textos.
–Sí, es así. No me considero un dramaturgo en el sentido de alguien que escribe como oficio. Yo escribo para montar mis obras; y me viene muy bien saber quién va a encarnar esos textos. No solo qué actores, sino qué personas los van a encarnar; porque cada persona, cada vida, da su impronta a ese texto.
–Supongo que, entonces, reescribe mucho.
–¡Muchísimo! Todo el tiempo. Incluso retoco algunas cosas después de estrenar.
–Precisamente, lo que está haciendo ahora en el Lliure es fruto de la reescritura.
–Sí, escribí una serie de textos para dar un taller; pero luego han ido creciendo hasta armar una obra completa. Estoy muy contento con este proceso. Esta idea de trabajar a ciegas me interesa mucho. Intento aventurarme en algo de lo que no sé nada, hasta descubrir, al final, de qué va la obra. También tiene como tema central el tiempo, y también es bastante complicado explicar el argumento. ¡Es una marcianada! (risas).