Padre del nuevo cine polaco
Cuando faltaba una década para que el Nuevo Cine Alemán pusiera en remojo las culpas del nazismo, Andrzej Wajda entendió que el revisionismo histórico era el único modo de hacer despegar el cine moderno en un país que, machacado por la guerra, estaba siendo colonizado por el realismo socialista. De las ruinas de la Segunda Guerra Mundial nació aquella célebre trilogía –«Generación», «Kanal» y «Cenizas y diamantes»– que le convertiría en el padre del Nuevo Cine Polaco que en los 60 lideraron cineastas como Polanski y Skolimowski. El problema es que estos se exiliaron al poco tiempo, huyendo de los censores prosoviéticos, y Wajda se quedó: ya por aquel entonces sus actos de resistencia se habían transformado en actos oficiales, y sobre sus hombros cargó con la responsabilidad de filmar la crónica sociopolítica de Polonia. De voz de la conciencia crítica pasó a ser símbolo nacional, orientando su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos cuando convirtió en ídolo de masas a Lech Walesa.
A su interés por el relato histórico, que pervive hasta sus últimas películas, le salió un competidor que renovó la imagen internacional del cine polaco en tiempos en los que el deshielo del bloque comunista empezaba a subir el caudal de los ríos del país. Kieslowski acometía el retrato de Polonia desde la opacidad sensible de un melancólico, partiendo de la intimidad trágica de las relaciones interpersonales, sometidas a un orden político que no podían controlar. Desaparecidos Wajda y Kieslowski, que reaccionaron cada uno a su manera a una realidad urgente, aún es pronto para saber si el cine polaco contemporáneo, de muy limitado alcance fuera de sus fronteras, ha encontrado una manera de reaccionar a las paradojas de uno de los países más ultraconservadores de la Europa comunitaria.