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Cine

Pedro Costa, arquitectura de un maestro

El director portugués se reencuentra en las salas con "La sangre", su debut en el cine y una de las óperas primas más reverenciadas del cine moderno

El director Pedro Costa, que estos días reestrena su ópera prima, "La sangre"
Pedro Costa: arquitectura de un maestroATALANTE / JOAO B.ATALANTE / JOAO B.

Sentarse frente al director Pedro Costa (Portugal, 1959) es hacerlo frente a un arquitecto del cine. El lugar, quizá común, de constructor de iconografía y delineador de planos, sirve aquí para definir una de las carreras más reverenciadas del viejo continente, con galardones y nominaciones en Cannes, Venecia o, incluso, los Globos de Oro. Pero el primer plano, valga la polisemia para el dibujo técnico y el término cinematográfico, es bien distinto a esa prolífica y prestigiosa carrera y es, de hecho, una especie de bosquejo de un cineasta que, antes de todo, se debe a quienes le enseñaron.

Costa, que atiende a LA RAZÓN sentado en el corazón mismo de Gijón, junto a una botella de vino blanco y tomándose de verdad el tiempo para pensar el material perfecto con el que dar forma a su respuesta, debutó en el largometraje en 1989 con "La sangre" ("O sangue"). Y fue en el último Festival de Cine de Gijón, precisamente, donde más de tres décadas después, pudimos ver la remasterización definitiva de su filme, esa misma que ahora recorre los cines más selectos de España de la mano de la distribuidora Atalante. "Me gusta este frío. Cada ciudad tiene un frío distinto, pero el frío de Gijón me gusta", comenta el realizador antes de reflexionar sobre un tiempo, el de sus comienzos en el cine, y un espacio, ese que ya había puesto en cuarentena a los directores con tendencia a filosofar.

"La sangre", de Pedro Costa, vuelve estos días a los cines
"La sangre", de Pedro Costa, vuelve estos días a los cinesATALANTEATALANTE

Un aprendizaje político

"La respuesta corta es que estoy bien. La larga me llevaría más tiempo del que tenemos, yo creo. Pero me gusta que me pregunten cómo estoy, pequeño Truffaut", bromea Costa con quien escribe antes de regresar al final de los ochenta, cuando con 29 años fue capaz de poner en pie una de las óperas primas más reverenciadas por la cinefilia. "Si uno ve la película, es obvio que yo estaba absorbido por una especie de atmósfera, una burbuja extraña y cinéfila. Mi máxima inquietud era el cine y desde hace años estaba esperando mi oportunidad. Llevaba casi seis años trabajando como asistente de dirección, pero no encontraba hueco", confiesa el director, sobre su trabajo a las órdenes de Jorge Silva Melo ("Agosto") o Vítor Gonçalves ("Uma Rapariga no Verao").

Y sigue: "Desde finales de los setenta, por la situación política, Portugal se venía abriendo por fin. Pero hubo muchos años de inestabilidad política y agitación, que me enseñaron mucho sobre cómo funciona la revolución, con golpes y contragolpes. Justo ahí fue cuando entré en la Universidad, lo que completó esa formación política con la sentimental. Creo que me olvidé un poco de la euforia de la revolución y los ochenta fueron una gran resaca como país", explica Costa, antes de entrar en su formación más específica: "Pasé brevemente por la escuela de cine, casi como excusa para encontrar trabajo, algo que por suerte pasó rápido. A partir de ahí fui rebotando de producción en producción, pero ya le iba dando forma a esta película. No con exactamente el mismo argumento, pero sí con el mismo espíritu de construcción de planos. Siempre quise hacer una anti-película, algo que pusiera en práctica todo lo que había aprendido de mis maestros, pero invirtiéndolo", añade.

Así, un joven Costa presentó al mundo "La sangre", donde seguimos la historia de dos hermanos abandonados por su padre que, además, encuentran un dinero de extraña procedencia. A partir de ahí, lo posindustrial se mezcla con el romance puro, lo social se encuentra con lo abstracto y, de alguna forma, la película consigue estilizarse en su propio relato, hacerse grande mediante lo iconográfico sin dejar de pegarse a los cánones narrativos de su tiempo. Firmando Costa, en verdad, el eslabón perdido entre el cine bigger-than-life que había marcado la década y el autorismo más a flor de piel que llenaría las secciones oficiales de los festivales más importantes durante la siguiente.

Maestro por derecho propio, pero en realidad editor caligráfico de tantos, cabe preguntarse entonces por la propia inspiración de Costa. ¿Quiénes son los maestros del maestro? "En ese tiempo, yo estaba obsesionado con João Bénard da Costa, como escritor y experto en el cine americano de los años treinta y cuarenta. Durante tres meses, todos los días, veía tres películas. Década a década. Empapándome de esas películas clásicas. Ahí fue donde aprendí todo, yo creo. También debería mencionar a Mizoguchi o Rivette, porque era un estudioso, pero sin ese cine clásico americano no se podría entender el mío. Al menos al principio", recuerda el realizador, antes de continuar: "Mi gran referente siempre fue Nicholas Ray, y de hecho copio un plano directamente de "Rebelde sin causa" (ríe). Pero no me gustaría dejarme a Jacques Tourneur, porque me parece que practicaba un impresionismo, nada social, que se valora poco hoy en día", completa.

"La sangre" es una de las películas más importantes del cine de autor europeo
"La sangre" es una de las películas más importantes del cine de autor europeoATALANTEATALANTE

Restaurada su película en 4K, algo que permitirá descubrirla a nuevas generaciones no solo ahora en cines, sino también más adelante a los estudiosos que se acerquen a su obra, es de rigor preguntarle a Costa por el concepto mismo de la revisión. "No la he visto. Muy poca gente me cree, pero no suelo ver mis películas una vez están terminadas. Me he acercado como asesor, pero realmente no es un proceso que me agrade demasiado", confiesa honesto. Y sigue: "Pero es una cuestión de crueldad (ríe). No puedo responder a si haría cambios o corregiría algo, porque sería ser demasiado cruel con el chico que dirigió originalmente la película. Él creía que debía ser así, y así es", añade el director.

Antes de despedirse, más cerca del maestro de obra que del tiralíneas al final del encuentro, Costa defiende el cine como mecanismo de cuestionamiento de la realidad: "A veces se dice que la película es poética, pero no estoy del todo de acuerdo. Mi cine trata de cuestionar cosas muy grandes, como el propio cine, pero también las más pequeñas, como los conceptos de ciudad o barrio, totalmente difuminados de manera consciente en la película. Si el cine no se piensa, no vale para nada, porque tiene el poder de ser más profundo que la pintura, la literatura o la música, tiene el poder de enfrentarse directamente a la realidad", sentencia didáctico, antes de apurar su Albariño.