Pérez de la Fuente disecciona a España
El director enfrenta a los dos genios de la pintura en su nuevo montaje, que habla de la idea de nación y su fractura, y en marzo estrenará «Dionisio Ridruejo», de Ignacio Amestoy
El ajetreado momento que atraviesa Juan Carlos Pérez de la Fuente puede resumirse en una palabra: «España». El que fuera director del Centro Dramático Nacional durante ocho años y, desde 2004, impulsor de proyectos propios tiene a la vista tres estrenos, aparentemente diferentes, pero en los que asoma un denominador común: la defensa de una idea de país, el que compartimos, con las oportunas preguntas y reflexiones. Así ocurre en el primero de sus estrenos, que hoy levanta el telón en el Matadero de Madrid, «Dalí versus Picasso», de Fernando Arrabal. De entre los desvaríos egregios y el diálogo entre los dos artistas del título surge la preocupación por España en un momento crítico, la Guerra Civil. El mismo tema de fondo aborda su siguiente proyecto, con el que Pérez de la Fuente regresa al CDN, esta vez como invitado: «Dionisio Ridruejo. Una pasión española». Con el texto de Ignacio Amestoy, escrito en plena Transición, que estrenará el 14 de marzo en el Teatro Valle-Inclán, el director apuesta por la revisión de una figura fundamental en la literatura y la historia recientes de España. «Dalí versus Picasso» tiene lugar el 29 de abril de 1937. «Dionisio Ridruejo», la noche en que murió el poeta y falangista, en 1975. «Son obras las dos que hablan de la encrucijada de España», reflexiona a modo de síntesis el director.
Constitución y democracia
Pérez de la Fuente lamenta que estos días parece que de la Guerra Civil y de la Transición no hubiéramos aprendido gran cosa. «La convivencia de este pueblo es muy difícil. Estar continuamente haciéndose y deshaciéndose es muy apetecible, pero no podemos tener siempre las costras dispuestas a abrirse. De esta España uno llega a varias conclusiones. La primera es que tenemos una democracia. Es imperfecta, pero costó mucho. ¡No borremos aquello! Para llegar a la Constitución, se sentaron juntas personas muy diferentes con un objetivo común: que nunca se repitiera la contienda, que fue algo terrible. No volverá a ocurrir... pero ahora uno tiene extrañas sensaciones». Y reflexiona sobre la cuestión catalana: «Yo les pediría a unos y a otros que no se levanten de la mesa. Y, en los nacionalismos, que no nos fiemos de los políticos, que la gente lea. Las mentiras a veces vienen de todos los bandos. Pero ahora mismo en Cataluña...». No termina la frase, pero añade, sobre el reparto de su «Dalí versus Picasso», que encabezan Antonio Valero y Roger Coma: «Era necesario que el personaje de Dalí lo hiciese un actor catalán: Dalí tenía mucho acento. A lo largo de todos los años que he hecho teatro público siempre he contado con actores catalanes. Y me han entendido perfectamente. Nadie mejor que ellos saben de lo español, porque son españoles».
El director recibió a LA RAZÓN (antes que él nos da la bienvenida Óscar, el perro que le regaló Ana Diosdado) en su despacho, un baúl de los recuerdos conquistado por premios, fotografías firmadas, figurines originales, viejas cartas, numerosos libros y bocetos de escenografías, como los coches herrumbrosos de «El cementerio de automóviles», su primer Arrabal en el CDN. Luego llegaría «Carta de amor (como un suplicio chino)», aquel brutal monólogo en el que Arrabal hablaba de la «madrastra historia», y, en definitiva, de la España partida en dos por la Guerra Civil. Si ha habido alguien que ha luchado por recuperar a Arrabal para la escena española ha sido Pérez de la Fuente. Dice el director de Talamanca sobre este texto nuevo del dramaturgo melillense que «Arrabal está cerrando ciclo, aquí aparece potenciado todo su universo con estos dos genios de la pintura española. Está la imaginación, el humor, la locura, la ceremonia, el rito... Y la juventud. Cuando fui a verlo a París, me di cuenta de que tiene la misma edad que mi padre, pero con esa mirada de niño travieso con ganas de seguir rompiendo. Es el Arrabal más clásico y a la vez el más joven». Y es que hablamos de un texto de 2013. A sus 81 años, y tras superar un ictus el año pasado, el autor parecía lozano y eterno ayer en Madrid, en la presentación de la obra. Lleva desde 1955 viviendo en París, y ayer aseguró sentirse más «del exilio» que español y dijo ver difícil un regreso. «A Arrabal le duele muchísimo España. Yo sé que ha sido seducido por el Gobierno francés para que se nacionalice. No lo va a hacer, pero yo le diría a las autoridades españolas que no dejen que muera sin adquirir su legado, que es único en el mundo».
En la obra, Arrabal imagina un encuentro a partir de un hecho real: lo primero que hizo Dalí al ir a París fue visitar a Picasso. «He venido a verle antes de ir al Louvre», le dijo, y Picasso, sobrado de ingenio, le respondió: «Ha hecho usted muy bien». A partir de aquí, los hechos ceden ante las interpretaciones: su relación fue extraña, la de un discípulo que admiraba al maestro y un maestro que, acaso, mirara con recelo al discípulo. Volvemos a 1937: «Picasso era Dios. Tenía 56 años –explica Pérez de la Fuente– y nadie discutía ya quién era. Dalí tenía 33, pero con una personalidad muy marcada. Arrabal hace una anotación interesante: el 29 de abril de 1937 se supo que la ciudad de Guernica había sido bombardeada. Y ese mismo día se desarrolla la obra. Cinco después, el 4 de mayo, el presidente de la República, Albert Lebrun, inaugurará la Exposición Internacional de París». Fue en enero de ese año cuando Max Aub encargó a Picasso una obra, que acabaría siendo el «Guernica». Las fechas son importantes, pues la obra juega a hacer suya una leyenda sobre la creación del lienzo: ¿estaba ya pintado desde antes? «Es una gamberrada maravillosa de Arrabal –prosigue Pérez de la Fuente sobre el texto–. No la puedo explicar, pero de haber sucedido lo que él cuenta, a lo mejor tendríamos que descolgar el ''Guernica'' de las paredes del Reina Sofía». Hipótesis al margen, una tesis sobrevuela el texto: «Arrabal está hablando de la gran ceremonia de la locura española. Partamos de la base de que la obra está escrita ahora mismo. Al final está hablando de los desheredados de la tierra, de la crisis que estamos viviendo».
Picasso se encontraba en aquellos días sumido en una crisis creativa y en una particular batalla de mujeres: acaba de conocer a Dora Maar, pero está casado y con hijos. Tanto ésta como Gala aparecen en la pieza a través de las voces de Julieta Cardinali e Irina Kouberskaya –la segunda grabó su parte vía Skype desde Argentina–. «No me cabe la menor duda de que tenemos el ''Guernica'' gracias a Dora Maar, una mujer que acabará siendo católica, apostólica y romana. A Picasso le interesa la política lo mismo que a mí la cría del gusano», sentencia el director. Y es que, recuerda, «al comienzo de la Guerra Civil,Salvador Dalí es trotskista, pero Picasso ingresará en el Partido Comunista francés ocho años más tarde, el 5 de octubre de 1944. En la obra se van a decir cosas muy interesantes. La labor de Arrabal a lo largo de su vida ha sido desmitificarlo todo y dejar en cueros lo español de forma obsesiva». Por eso, a la luz de la obra, recuerda Pérez de la Fuente que a Dalí «mucha gente no le perdona su flirteo con el franquismo, pero nos olvidamos de que Picasso se queda en París durante varios años, en la Francia ocupada por los alemanes. Curiosamente, en la obra nos encontramos con un Dalí de izquierdas y un Picasso conservador».
El texto de Arrabal nos sitúa esa noche en un gran salón destartalado de París. En medio de la estancia, dos obras: «Construcción blanda con judías hervidas. Premonición de la Guerra Civil», de 100 x 99 centímetros, de Dalí. Al fondo, el «Guernica», con sus 349 x 776. Ya que el enorme lienzo es de sobra conocido por todo el mundo, el director ha optado por una escenografía que tan sólo lo insinúa: veremos sólo su reverso.
El 14 de marzo, el director se enfrentará a otra subida de telón en el Teatro Valle-Inclán y a otra ración de locura. En escena, un juego teatral que hace pensar en el «Marat-Sade» de Peter Weiss o en el más reciente «Transición», visto en el CDN: dos internos en el gimnasio de una penitenciaría, o acaso un psiquiátrico, en junio de 1975. Uno cree que es Dionisio Ridruejo. Otro está convencido de que es Franco.
«Amestoy escribió este texto en torno a los días del golpe de Estado de 1981. Ridruejo había muerto años antes, en junio de 1975: su gran desgracia fue que no vio morir a Franco. hay algo agónico, sacrificial, en él. En estos días que tanto se habla de Suárez, uno piensa que, de haber vivido Ridruejo, posiblemente hubiera sido presidente. Suárez lo hizo, y muy bien. Pero era desde dentro desde donde debía venir, para unos la traición y para otros la revolución que llevara a España a una democracia». Y añade: «Lo que nos queda de Dionisio Ridruejo es un poeta y un falangista con una honradez poco vista en España. No se puede entender la Transición sin analizarle, por su evolución. Pero este pueblo que es olvidadizo casi no sabe quién es».
Ridruejo, reivindicado por el teatro
Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, Soria, 1912 – Madrid, 1975) fue una figura clave del siglo XX en España. Falangista, poeta e intelectual, se alistó en la División Azul, pero lo que vivió en el frente ruso le hizo renegar de esta unidad –fue tachado de traidor por muchos–, lo que lo condenó al ostracismo y al exilio. Juan Carlos Pérez de la Fuente estrenará en marzo «Dionisio Ridruejo. Una pasión española», un texto de Ignacio Amestoy escrito en 1981. «En un mundo como el actual, en el que los políticos se aferran a los cargos, a los sillones, te das cuenta de que este hombre lo tuvo todo, pero eligió un camino muy difícil, el de decirle a Franco lo que pensaba, y empezó un exilio interior: en Ronda, en Cataluña...». Era, prosigue el director, «un hombre incómodo. No puedo reflexionar mucho sobre la relación emocional que mantenía con el dictador, pero me da la sensación de que era como ese hijo que Franco no llegó a tener, e imagino que éste lo pasó mal, que le revolvía que le hubiera salido más que díscolo. Si no se lo cargó fue porque no podía hacerlo». Trasladado por el régimen a Roma, «allí empieza a reflexionar sobre cómo veía él la Falange, una visión que tenía mucho de romántica. El primer día de ensayos dije: vamos a empezar cantando el ''Cara al sol''. Él fue uno de los autores de la letra. Creía en eso y lo dice en una entrevista muy interesante en RNE en 1975: había algo muy romántico». Era el atractivo estético del fascismo, con sus símbolos y discursos. Eso estará en el escenario: el director ha apostado por una escenografía dominada por la bandera española con el Águila de San Juan –el «aguilucho» preconstitucional, como muchos lo llaman–. «Con un par», ríe Pérez de la Fuente, consciente de que puede ser una opción controvertida. Se trata, en definitiva, de luchar contra los prejuicios que persisten en torno a la figura de Ridruejo: «Él hizo un recorrido doloroso. Era un demócrata que fundó un primer partido –la Unión Social Democrática Española–. Pregunta a los que convivieron con él, a Sánchez Dragó, a Múgica... Todos coinciden en su sencillez. Era un hombre muy culto pero nada pretencioso. Venía a pulir, a animar, a ser testigo de un tiempo. Nadie le podía negar que él sabía lo que era el fascismo. Había estado caminando por ahí y había transitado hacia la democracia».