"Power Play": bailando sobre la tumba de la socialdemocracia
Con brío y espíritu "punk", la serie creada por Johan Fasting y dirigida por Yngvild Sve Flikke ("Ninjababy") llega a Filmin para contar la historia real de la política noruega Gro Harlem Bruntland
Madrid Creada:
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Explica irónico Johan Fasting, creador de la serie "Power Play" (ya disponible en Filmin), que lo que ha querido contar es "el fin de la izquierda socialdemócrata en Noruega" y, por consiguiente, el descalabro de una manera de entender el mundo en todo el norte económico. "Y también hablamos, supongo, de la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra", bromea el showrunner, acompañado de la directora Yngvild Sve Flikke ("Ninjababy"). Ambos responden a LA RAZÓN sobre una de las producciones televisivas del año, ganadora del premio a Mejor Serie la pasada primavera, en el Festival de Cannes y un estudio gamberro sobre cómo las políticas progresistas fueron avasalladas por una representatividad de cartón en el norte de Europa.
"Power Play", en doce capítulos que no llegan a la hora de duración, se las apaña para contar todo ello de la mano de la historia de Gro Harlem Brundtland, política clave para entender la historia reciente de Noruega y que luego llegaría a ser directora de la Organización Mundial de la Salud. Con una cuidada estética de celuloide, y rodada en unos exquisitos 16 mm, la serie de Fasting y Flikke, tal y como "Borgen" o "House of Cards" en su momento, exploran la política contemporánea desde una perspectiva historicista: estamos hablando del avance de los derechos feministas en Noruega, pero eso no priva a la serie de establecer paralelismos inconscientes con la política estadounidense o, si nos ponemos más sesudos, también con nuestra Transición. Veloz y caótica, "Power Play" se vuelve más adictiva después del segundo capítulo, cuando empezamos a conocer los resquemores, miedos y pasiones de la casta nórdica y, de paso, nos empezamos a reír de sus patéticos anhelos, todo mientras el partido progresista del país se derrumba en luchas internas y heroínas inesperadas.
-PREGUNTA. ¿Cómo se decidieron a hacer la serie? Y, sobre todo, ¿cómo encontraron el "look" definitivo para la serie?
-JOHAN FASTING. Dos de los creadores, Kristin Grue y Silje Storstein, porque al final nos hemos juntado tres personas, tenían claro desde el principio que querían hacer una serie sobre la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra en Noruega. Me llamaron y empezamos a darle forma, pero se acabó convirtiendo en una historia breve del Partido Laborista Noruego (Arbeidarpartiet, o DNA). Y respecto al aspecto visual, queríamos contar la historia del partido y de la política nacional más allá de los escenarios públicos, las jugadas que se cuecen por detrás. Nuestro punto de vista siempre fue anti-autoritario, por lo que queríamos que estuviera contado por y para el ciudadano de a pie, no como una cuestión trascendental. Ahí nos dimos cuenta de que ello nos permitía alcanzar nuevas libertades narrativas, jugar con quién está contando la historia, por ejemplo. No tenían que ser los personajes que la vivieron los que la contaran, ni tampoco la Primera Ministra explicando cómo fue para ella, tenía que estar contada desde fuera, desde un punto de vista anarquista. La idea de los guiones, por ejemplo, era romper todas las reglas posibles para asegurarnos de que la anarquía y el odio por lo gubernamental lo consumieran todo. Y entonces llegó Yngvild.
-YNGVILD SVE FLIKKE. (ríe) No podemos dejar de mencionar a John-Erling Holmenes Fredriksen, que se ha encargado de la fotografía. Durante el desarrollo visual de la serie, trabajé muy pegada a él. Al final, la industria audiovisual noruega es muy pequeña, por lo que todos nos conocemos y conocemos el trabajo de los demás. "Power Play", en cierto sentido, sirvió para olvidarnos de lo que habíamos hecho hasta entonces, romper con nuestras propias reglas. Sé que puede sonar raro, y todo el mundo me lo ha dicho al contarlo, pero me parecía la manera más obvia de contar esta historia. Todas las ideas de la sala de guionistas nos sirvieron para empujar la serie hacia lugares más interesantes, más colaborativos. Fuimos a más, también porque queríamos acercarnos a una audiencia más joven. Eso pasaba, entre otras cosas, por añadir cámaras al rodaje, buscar distintos ángulos. Fue caótico, anárquico y difícil, pero estamos muy orgullosos del resultado.
-P. ¿Rodar la serie en 16 mm, en película y no en digital, aportaba más a ese caos anárquico? ¿No complicaba las cosas, en el sentido de no adaptarse al cine de guerrilla contemporáneo más tradicional?
-Y. S. F. Todo fue gracias al equipo técnico, fue perfecto. Me preocupaba mucho lo de rodar en analógico, porque soy de las que repiten mucho las tomas. De hecho, es la primera vez que ruedo en 16 mm a esta escala, con tantas horas de metraje. Y fue complicado, porque teníamos una cantidad calculada de celuloide al día, para no irnos del presupuesto, que resultó ser conservadora de más. El equipo tenía más fe en mí que yo misma. Pero el productor se acercó a mí y me dijo que no me preocupara, que lo importante era el uso del tiempo, no el del celuloide.
-J. F. No fue fácil de pelear, pero mi argumento era que si queríamos acercarnos al documental, tenía que hacerse desde la cámara al hombro y desde el celuloide. Eso era lo que volvería real el aspecto visual de la serie. Además, la cámara de 16 mm era mucho más fácil de mover y no era tan aparatosa la preparación. Rodar en Oslo en invierno implica miles de circunstancias que no se pueden controlar, y eso era exactamente lo que queríamos, que ese caos traspasara la pantalla. Pero es que, además, esa falta de preparación nos permitía ahorrarnos mucho dinero. Con lo que todo el mundo ganaba.
-Y. S. F. La idea siempre fue jugar con el tiempo, había que volver atrás de una manera que se respirara natural. Así que si íbamos a disolver el tiempo, también había que disolver el espacio. De hecho, durante un momento, pensamos en rodar toda la serie en videocámara, en los formatos Mini-DV de principios de siglo que cualquiera tiene por casa. Hice algunas pruebas pero no me gustó, porque la calidad no era suficiente. Creo que el formato de 16 mm hace que la serie se vuelva completamente atemporal. Tengo la sensación de que si te sales de las cámaras Alexa de ARRI de hoy en día, ya estás siendo más creativo que el 99% de series ahí fuera.
-P.- Han hablado de acercar la serie a audiencias más jóvenes. ¿Cómo de familiar es la figura de Gro Harlem Brundtland para los jóvenes en Noruega?
-J. F. Diría que nuestra audiencia potencial está formada por muchos sectores de la sociedad, incluidos aquellos ya mayores que votaron por ella, pero nuestro objetivo era acercarnos a los adolescentes y adultos jóvenes. Diría, de hecho, que está serie está pensada para gente en los veintitantos con inquietudes políticas. Y, entre ellos, diría que hay una cierta noción de quién fue ella, pero no tienen ni idea de cómo llegó al puesto, ni quién la rodeaba. La mayoría de los personajes serán completamente desconocidos para ellos, así que la idea era presentar a los personajes como si nadie tuviera idea de quién es nadie. Eso nos ayudaba a establecer paralelismos entre aquella Noruega y sus políticas y la actual. Pero es algo que también se puede extrapolar a la política estadounidense o la británica y, de hecho, nuestro productor alemán nos contaba que podría ser perfectamente el biopic de Angela Merkel. Ahí está el valor universal de una historia tan intrínsecamente noruega.
-P.-¿Tiene que ver eso con el éxito global de la serie? El hecho de que la muerte de la socialdemocracia, en cierto sentido, sea también la muerte de una forma de entender la democracia en todo el mundo durante los últimos diez años... "Borgen", por ejemplo, trataba sobre Dinamarca... hasta que dejaba de hacerlo.
-Y. S. F. Puede ser, pero creo que en "Borgen" había algo de pensamiento positivista, en el sentido de situar a una mujer como Primera Ministra cuando aún no había ocurrido. En Noruega sí. Pero aún así, me sorprende mucho cómo la serie ha encontrado su público en varios países del mundo. Yo pensaba que se trataba de una cuestión estrictamente noruega, pero no, porque se trata de la desaparición de muchos derechos conseguidos durante décadas. Y eso se puede aplicar a Noruega, al resto de países nórdicos, pero también a Europa y a ciertos aspectos de Estados Unidos. Todo el norte económico se está haciendo más de derechas, más vorazmente capitalista, robándole derechos al ciudadano. "Power Play", en realidad, trata sobre cómo corrompe el poder, o cómo puede corromper el poder a una persona. También trata sobre los ídolos en la política, sobre los salvadores. Y esas lecturas tienen que ver también con lo que nos rodea. Yo tengo dos hijas adolescentes, y a ellas el nombre de Gro Harlem Brundtland no les dice nada. No es un ídolo. Entonces, como Johan (Fasting) pueden ser mucho mejores juezas que yo, que estoy intoxicada de la lectura que se ha hecho históricamente de su figura. Yo nací en 1974, así que recuerdo el revuelo, recuerdo ver a todos los personajes en las noticias. Queríamos mostrar que, no hace tanto, toda la política noruega estaba compuesta de hombres blancos.
-J. F. Los tres creadores nacimos en los ochenta, así que no teníamos demasiada idea de quién era quién. Por eso nos interesaban más los hechos que las personalidades, y por eso creo que la gente puede interesarse por la serie aunque no sepa nada del país. Y fue increíble, porque en cuanto empezamos a investigar las políticas progresistas de la época te encontrabas con Bernie Sanders, o con Joe Biden y Hilary Clinton. Poniéndolo en perspectiva, para entender el mundo, fue bastante increíble.
-Y. S. F. Para mi generación de mujeres noruegas, ella es muy importante. Diría, incluso, que no seríamos las mismas, no habríamos conseguido los mismos avances. Así que cuando escuché que la serie se ponía en marcha. De hecho, lo primero que se me vino a la mente fue "The Crown", porque con sus luces y sus sombras, llevó al país a otra era. Sin victimismos, sin poner su condición de mujer delante de nada.