¿Por qué no se puede criticar el dogma trans?
Atletas, escritores y académicos universitarios denuncian la intransigencia de este movimiento y cómo cualquier crítica conlleva ser cancelado
Madrid Creada:
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A la atleta Ana Peleteiro le han llovido las críticas por sus últimas declaraciones sobre los atletas trans. «Se deben abrir las puertas a las personas trans, pero en el deporte no profesional», decía en una entrevista y lograba poner de acuerdo en su contra a unos y a otros. A unos, porque barría para casa: transexuales en el deporte, sí. Pero no en el profesional que es donde le perjudicaba a ella. No acababa de mojarse abiertamente sobre el tema de los trans y el deporte, pero sí en lo que le afectaba abiertamente a ella. Bonita manera de estar con las mujeres (las biológicas). A otros, por tránsfoba: por negar a las mujeres trans su derecho como mujeres a competir en la misma categoría que ella. Tanto la han criticado que, oh sorpresa, han llegado incluso las amenazas. «Desde hace unos días llevo recibiendo un enorme acoso por las redes. Una cantidad innumerable de personas que me insultan, me desean la muerte, le desean el mal a mi familia e incluso mensajes de odio pidiéndole a Dios que ojalá me parta una pierna o cualquier lesión grave que me aleje de las pistas», explicaba en un comunicado difundido a través de sus redes sociales. «Me mojo y lucho por mis derechos como mujer», concluía el mismo, «y por los de millones de mujeres deportistas que opinan exactamente igual que yo pero a causa del juicio público no se atreven a abrir la boca. Por lo tanto, esto no es una cuestión ideológica o transfobia».
No es la primera vez que, ante manifestaciones discrepantes con el dogma trans, la reacción en redes por parte de miembros y simpatizantes del colectivo es airada e, incluso, directamente agresiva. Lo saben bien personalidades como Paula Fraga o Lucía Etxebarría. Así lo explicaba la primera en estas mismas páginas hace pocos meses: «El movimiento transgénero es profundamente sectario. No admite ningún tipo de crítica ni de contraargumentación. Y los que lo hacemos, ya sea desde el feminismo, desde el derecho o desde la divulgación política, nos convertimos automáticamente en el enemigo. Nos tachan de TERFS, de tránsfobos, de ultraderecha camuflada, de excluyentes. Es su manera de silenciarnos. Evitan el debate, porque saben que ante los argumentos no tienen nada que hacer. Por eso apelan en todo momento a la emocionalidad y manejan consignas y mensajes cortos y masticables, en su mayoría sentimentales y falaces. Es muy difícil confrontar con ellos desde la argumentación cuando enfrente solo tienes llantos e insultos. Nosotros instamos a pensar e informarse, ellos no. Desde el punto de vista mediático es muy complicado».
La segunda, escribía en Twitter a Peleteiro lo siguiente: «Ana Peleteiro, las que llevamos cuatro años recibiendo ataques mucho más salvajes de los que estás recibiendo tú, y por haber dicho exactamente lo que has dicho tú, no recibimos ningún apoyo tuyo en su momento. Sin embargo nosotras sí estamos aquí para apoyarte. Se llama feminismo». Olvida Etxebarría, eso sí, que hace cinco años, con el feminismo en su punto álgido y sin la sombra todavía de la ley Trans acechando, los acosos en redes y las amenazas las sufrían por parte de las feministas más beligerantes las mujeres que no se sentían representadas por un movimiento que adquiría un cariz cada vez más adanista, tuitivo y revanchista. Era el momento del «si no aportas, aparta», pero a empujones, y del ser mujer mal. Ahora, este generismo queer replica aquellas actitudes ejerciendo una crítica desabrida y despiadada contra todo el que discrepe lo más mínimo o se atreva a expresar la más pequeña de las dudas respecto a cualquiera de sus doctrinas. Sin aportar el menor argumento, apelando siempre a los derechos humanos y la justicia social como mantra indiscutible, evitando el debate y el intercambio de ideas, se presenta como víctima de todo mal y, consecuentemente, señalará siempre al otro como el causante de sus males: siempre que hay una víctima, hay un culpable. También Alba Palacios, primera futbolista trans, contestaba a Peleteiro sin salirse del dictado: «Es un flaco favor para los derechos humanos, no solo los de las personas trans». Y mientras tanto, las amenazas y los denuestos.
Y si alguien sabe, precisamente, de esa beligerancia deslustrada del colectivo trans, ese es Jose Errasti, coautor con Marino Pérez del libro «Nadie nace en un cuerpo equivocado». Los autores han visto canceladas comparecencias y presentaciones, han tenido que ser protegidos por la policía ante las amenazas y acosos de grupos y asociaciones trans e, incluso, han visto las paredes de la universidad complutense forradas con las páginas arrancadas de su libro y amenazas explícitas garabateadas sobre ellas. Lo último: la cancelación por parte de TV3 de su intervención en un documental que, con motivo del día del Orgullo Gay, trataría el tema del transgenerismo. Tanto Errasti como Silvia Carrasco, profesora de Antropología en la Universidad Autónoma de Barcelona, fueron entrevistados durante más de dos horas en las que analizaban el transgenerismo desde el punto de vista social, filosófico y político. Unos días antes de su emisión se les comunicó por parte de la dirección que se habían eliminado por completo sus intervenciones. El motivo, explica Errasti, que «la cercanía electoral desaconsejaba nuestra presencia en el programa, ya que el tema del transgenerismo es un tema sobre el que discuten los partidos y podría sancionarles la Junta Electoral si aparecíamos».
Curiosamente, los testimonios de toda persona que coincidía con las tesis transactivistas no fueron eliminados y aparecían sin problemas. Sin problemas y sin puntos de vista diferentes ni análisis científico del fenómeno. «Estamos ante un claro caso de censura», apunta Errasti. «Uno especialmente grave, pues viene de un medio de comunicación público, hecho desde la misoginia y el pensamiento retrógrado para imponer este delirio». Respecto a los modos de este movimiento, explica Errasti: «La expresión de un sentimiento es, hoy en día y en esta sociedad, el criterio de verdad. Un llanto hoy tiene mayor valor probatorio que un acta notarial. Si lloro, tengo razón. Y antes eso, no cabe duda. En esta sociedad sentimentalizada, que potencia al máximo la idea de intimidad, del yo interno, la idea de que algo que se creía material es ahora sentimental, recibirá aplausos. Y si tiene que ver con el sexo, que tiene repercusiones emocionales, pues es muy fácil que lo secundario se imponga sobre lo principal».
Y precisamente es esa sentimentalización la que explica cómo un colectivo tan minoritario ha sido capaz de imponer su agenda y su doctrina en la conversación pública, abortando toda posibilidad de debate, e imponiendo su voz y su postura sin la más mínima argumentación: o estás con nosotros o eres el mal mismo. «El movimiento trans ha sido muy inteligente», dice Errasti, «ha sido un acierto el unirse emocionalmente al movimiento LGB. Unir la identidad de género a la orientación sexual. Porque el tema de la orientación sexual está superadísimo en este país, nadie pone en duda los derechos a todos los efectos de la comunidad LGB. Al introducir en medio esa han conseguido que en el imaginario colectivo y de forma totalmente emocional, la más mínima oposición a la doctrina queer es una enmienda a la totalidad. La más mínima de las dudas sobre la lógica de sus teorías expresada en voz alta es estar contra los derechos sexuales de todas esas minorías. Y nada tiene que ver una cosa con la otra. Por mucho que griten, acosen, censuren y amenacen».