Redes sociales: el algoritmo de la polarización
Marino Pérez Álvarez reflexiona en su nuevo libro, "El individuo flotante" sobre los efectos de la ultraconectividad en la sociedad de hoy
Madrid Creada:
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Tiene nuevo libro Marino Pérez Álvarez, catedrático de Psicología clínica en la Facultad de Psicología de la Universidad de Oviedo. Tras el exitoso (y polémico) “Nadie nace en un cuerpo equivocado”, escrito al alimón con José Errasti, pisa ahora el charco de las redes sociales y sus efectos (algunos perniciosos) en nuestras vidas cuando abusamos de ellas. Lo hace, con el rigor y minuciosidad que le caracterizan, en “El individuo flotante”, un ensayo fundamental para entender el impacto de las redes en sus usuarios. “Desde hace años me llamó la atención el paisaje de gente con móvil”, explica el profesor, “y su necesidad de hacer fotos en vez de ver las cosas. ¿Tendrán tiempo para verlas en casa? Y, ¿qué decir de los selfis?. Luego aparecieron estudios que mostraban una asociación de malestares con el uso de las redes sociales, y esto ya me llevó a ver lo que estaba pasando”. Empezó entonces a reflexionar sobre si quienes estaban mal usan más las redes o si es, en realidad, su uso lo que les producía malestar. “Y, en efecto, es esto último lo que ocurre, dándose además la paradoja de la soledad está en la base de esos malestares. ¿Cómo es que la soledad, sentirse desconectado, resulta de estar conectado a las redes sociales?”. Y de eso se ocupa en este libro. “Es paradójico sentirse desconectado como resultado de estar conectado”, explica. “Pero si se examina de cerca, se entiende, porque la conexión que brindan las redes tiene todos los ingredientes para hacerte sentir solo, desconectado de los demás. Para empezar, es una actividad solitaria, uno interactuando con una pantalla, aun cuando esté con otros. Solos juntos. Luego, esa interacción deja la impresión de que los demás son más felices que tú, debido a la selección de sosas suyas que comparten (en realidad exhiben). Esto lleva a que tú también selecciones cosas de ti (un yo ideal). Ahora estás a distancia de otros y de tu propia imagen proyectada. Y tú estás como estás. En este juego, los likes tienen un papel perverso consistente en cuantificar la comparación y suscitar la envidia. Los likes son el genio maligno de las redes sociales y la envidia su pecado capital. Cuando desconectas, tú sigues ahí solo, necesitando volver a conectarse, y así”. Y podría parecer que es algo democrático, que todos somos emisores y receptores de información, pero, curiosamente, hay desequilibrios en esto también. Y muy palpables: “En las redes sociales todos los usuarios son receptores y emisores. En este sentido, sería un sistema democrático, sino fuera que unos tienen más capital social (relaciones, información) y erótico (atractivo, glamur) que otros, resultando en más desigualdades (likes, seguidores, visitas), y así se llega a la envidia y la soledad”. Y a un narcisismo que podríamos llamar 2.0 y que tiene una extensión en la moralidad. El periodista Jose Ignacio Wert acuñaba para referirse a este fenómeno el término “selfie moral” y el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz ha hablado en más de una ocasión en sus artículos del “capitalismo moral”. “Es el narcisismo de la bondad”, apunta Marino. “Es una especialidad del narcisismo que se cultiva en las redes, consistente en mostrar que uno está del lado bueno de las cosas (dices que cuidas el planeta y tienes ecoansiedad) y eres sensible (la típica foto con tu mascota), inclusivo y cuqui. Todo esto puede ser sincero. Solo que no garantiza nada. Antes bien, debiéramos sospechar de estas y parecidas máscaras morales, como muestra Edu Galán en su libro no en vano titulado “La máscara moral: por qué la impostura se ha convertido en un valor de mercado.” La banalidad del buenismo es peligrosa. El postureo moral se hace porque atrae likes, lo que te confirma en lo cierto. Y quienes los dispensan se muestran del lado bueno y todos contentos”.
“Las redes sociales”, prosigue, “son un ejemplo de lo que Ortega llama los “bárbaros verticales”, para referirse a qué civilizado es el mundo tecnificado en el que vivimos, pero los usuarios de las tecnologías son como son. Las redes sociales no educan, sino que amplifican cómo uno sea. A los toscos, brutos e ignorantes les da cancha y encontrarán eco en otros iguales. Las opiniones polarizadas en dos, la de mi tribu y los otros (fachas y fóbicos de algo) hace el resto”. Una polarización que, desgraciadamente, parece cada vez mayor: “una polarización que, desgraciadamente, prueba que cada vez estamos peor informados. La información que nos sirven las redes está algoritmizada, hecha a medida de las opiniones y gustos de uno, confundiendo fácilmente tu información con la realidad. De esa manera, en todo los asuntos relevantes hay dos posiciones, la de uno (su partido, ideología) y la equivocada de los demás. No hay cuarenta y siete millones de opiniones (o de cuántos sean capaces de formarse una opinión), sino dos, lo que no se corresponde con la pluralidad y matices de los asuntos”. ¿Hacia dónde vamos entonces y qué podemos hacer al respecto? Parece que poco: “Los adultos quizá debiéramos recuperar el sentido común y un sano escepticismo, en vez de estar a la última. Leer libros como este y otros que desenmascaran la lógica aviesa de las redes, ayuda. Los niños y adolescentes lo tienen peor, sin saberlo, conforme están formateados por el flujo de información e influencers de turno. Habría que empezar por la escuela, enseñando a los niños, no tanto a usar las redes sociales (que de hecho aprenden solos), sino a ver cómo las redes nos usan a nosotros. Ya sería un paso diferenciar conocimientos científicos de opiniones, ideologías y propaganda. Y, desde luego, limitar el uso del móvil y crear espacios de interacciones y juegos como los de toda la vida. Nos encaminamos a más individualismo, narcisismo y polarización, a tomar los sentimientos como criterio de verdad en sustitución del discurso razonado. Se hace necesario tomar conciencia de lo que trae el uso salvaje de las redes para los usuarios más empedernidos”.
“La misma dedicación del libro a mi sobrino de 13 años la extiendo a los demás: hay vida más allá de los teléfonos móviles”, concluye.