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cultura

Regreso al repelente y único Rafael Azcona

Se publica toda la narrativa del gran escritor, guionista de obras como «Los muertos no se tocan, nene», «El pisito» o «El cochecito»

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Un buen día José Ángel Mañas publicaba un libro que podía resultar provocador, «La literatura explicada a los asnos» (editorial Ariel), pero en realidad tiene un trasfondo culturalista. El autor de «Historias del Kronen», a la hora de escribirlo, tenía muy presente el ejemplo de Bertold Brecht: «Walter Benjamin, que era amigo suyo, contaba en alguna parte que Brecth tenía en su despacho, junto a su escritorio, un borrico de madera con un cartelito que decía “hasta yo debo de entenderlo”. De ahí el título, que lo que quiere decir es “la literatura explicada de tal manera que todo el mundo lo pueda entender», afirmó el narrador en una entrevista por entonces.

A partir de este enfoque, Mañas encaraba lo mejor de la literatura española, con capítulos breves y tono desenfadado, donde dejaba espacio para la reflexión sobre la escritura cinematográfica y otros registros literarios como las fábulas o incluso el cómic. De este modo, intentaba poner de relieve obras que no han merecido tanta fama y de bajar del pedestal otras que han sido mitificadas. En este sentido, el narrador madrileño tenía claro con qué obras se quedaría: «Coplas a la muerte de su padre», de Jorge Manrique; «La Celestina», de Fernando de Rojas; el anónimo «Lazarillo»; los aforismos de Baltasar Gracián; «Fortunata y Jacinta», de Pérez Galdós; «La Regenta», de Clarín; las memorias de Baroja; «Platero y yo», de Juan Ramón Jiménez; el teatro de Jardiel Poncela; los cuentos de Rafael Aldecoa; los artículos de Julio Camba; los ensayos de Eugenio d’Ors; los textos viajeros de Cela

En semejante canon personal aparecían otros autores contemporáneos, claro está, uno de los cuales había desaparecido cuatro años del libro de Mañas, en 2008, y que aún es gratamente recordado en el mundo del cine y magníficamente editado gracias a la labor de Pepitas de Calabaza: Rafael Azcona. De este afirmaba Mañas: «Era un trabajador lúcido y humilde. Decía que escribía guiones porque es más fácil que escribir novelas»; una afirmación irónica esta muy típica del que había sido miembro del equipo de redacción de una legendaria revista de la que la editorial citada preparó tres volúmenes: «Repelancias: todo Azcona en “La Codorniz”», abarcando sus colaboraciones de los años cincuenta.

Narrador fílmico

Ahora ese «todo Azcona» tiene continuidad en una caja en que el propio escritor niega su idea de que escribió guiones por ser algo más fácil que escribir novelas. Nada de ello, naturalmente, es fácil de ninguna manera si se desea alcanzar la calidad suficiente para que el paso del tiempo lleve a conservar la obra escrita. Y cabe decir que Azcona alcanzó la excelencia en todos los géneros que llevó a cabo, como esta «Obra literaria completa» contribuye a constatar. Se trata de siete volúmenes, que integran los siguientes libros: «El repelente niño Vicente»; «Memorias de un señor bajito»; «Cuando el toro se llama Felipe»; «Los muertos no se tocan, nene»; «El pisito»; «Los ilusos»; «Pobre, paralítico y muerto»; «El cochecito» y «Los europeos».

El aficionado al cine reconocerá en tales títulos algunos ecos de los ochenta guiones que escribió el autor logroñés, entre ellos los de películas como «El pisito» y «El cochecito» (además, tiene en su haber los de filmes como «El verdugo» o «Belle Époque»). En fin, todo un universo literario que, además, goza de una gran introducción por medio de un estudio de Bernardo Sánchez, que presenta los principales elementos de la mirada hacia el mundo que desarrolló Azcona tan brillantemente. «Hoy, aunque los tiempos remen en otra dirección, la lectura de sus libros nos proporciona un punto de vista del que carecen la mayoría de los productos que emanan de la industria del entretenimiento. Por si esto fuera poco, la visión que de España nos legó Azcona es quizá más certera que la de la mayoría de libros de historia o sociología. Su obra es un tesoro nacional», afirma el también autor natural de Logroño.

Así las cosas, se va reivindicando la faceta narrativa de un autor respetado como escritor de cine como pocos y que observó y entendió al ser humano en toda su esencia, consciente, en su ámbito laboral, de algo que el propio Sánchez comparte con el lector: «Azcona —esto me lo contó José Luis Cuerda— solía reprochar cariñosamente a los directores de cine con los que trabajaba que tanto chófer y tanto taxi los habían desconectado de la realidad». Él, al contrario, afrontó el vivir con una lucidez que supo transformar lo sufriente en humor hilarante y, sobre todo, una forma de reírse de uno mismo: de lo que uno es y lo que hace. Para muestra, echen un vistazo al inicio genial de su «Mi vidorra de escritor (autobiografía pequeñita)», en que hila las bromas de forma risueña y entrañable con el fin de «escribir bonitas cuartillas con la pretensión de meterle a la gente la risa en el cuerpo».

La mendicidad del escritor

Y a buen seguro que lo logró desde que se internó de joven en la creación poética y, ya en Madrid, y haciendo mucha vida nocturna en un café célebre de la época, empezó a publicar bajo seudónimo textos del género rosa que tecleaba en una Remington de alquiler allí instalada. De aquella imaginación portentosa saldría el personaje del repelente niño Vicente, del que se hizo también un libro de chistes y tiras de humor gráfico; u otros personajes como don René, que tiene la desgracia de haber tenido un hijo en Logroño y no en Sevilla, por lo que descarta que se vaya a convertir en torero; o Juliano Fernández, un tipo normal y corriente que se cruza con fenómenos paranormales, hasta alcanzar el dudoso cargo de Inspector de Tontos de Pueblo; o don Fabián Bígaro Perlé, que muere (inesperadamente) a los noventa y nueve años y cuyos velatorio, traslado del féretro y entierro son un canto a aceptar lo mortuorio burlándose de todo lo que lleva aparejado.

Realmente, como apunta Sánchez, Azcona incidió en asuntos, aunque quedaran ambientados a mediados del siglo pasado, que aún acompañan a la sociedad y que no pierden actualidad en ningún momento. Por eso, alude al problema de conseguir una vivienda en España por medio de otros personajes, Rodolfo y Petrita, que tras catorce años de noviazgo encuentran la solución a ello en un disparatado plan que pasa por casarse él con la anciana que le alquila la habitación en la que vive, por supuesto, con la esperanza de que la señora fallezca pronto.

Pero acabemos con una referencia más propiamente vinculada a lo literario que se puede disfrutar abriendo esta caja azconiana: «Los ilusos». Aquí se narra la peripecia de Paco, un joven pamplonica que, harto de ser un pobre desgraciado, decide marchar a Madrid para —el título de la novela se explica solo— convertirse en un gran escritor. Esto lleva a Azcona a recrear lo que sin duda vio él en sus primeros tiempos, cuando intentaba abrirse paso en el mundo de la escritura, esto es, un entorno compuesto de poetas que, a la vez, representa la precariedad tradicional del amante de las letras. «La vida de los bohemios de café sin café y sin consumición alguna», se concluye en el texto, agudo, satírico, hiriente incluso.