Fotografía
Robert Doisneau, más allá del beso
La retrospectiva sobre la obra del icónico fotógrafo llega a París, mostrando su interés por la infancia y su propuesta lúdica y, a la vez, realista
La mayor exposición en dos décadas sobre el fotógrafo francés Robert Doisneau abrirá este jueves sus puertas en París para mostrar a un autor cuya obra colosal -compuesta por unas 450.000 imágenes- va mucho más allá de la icónica foto del beso ante el Ayuntamiento de París, tomada en 1950 para la revista "Life". "Esta exposición es muy diferente porque el hecho de que sea muy conocido ha hecho que se le caricaturice, lo que significa que siempre vemos las mismas fotos de él", explica a EFE una de las hijas del fotógrafo, Francine Deroudille, quien junto a su hermana Annette Doisneau ha estado implicada en la selección de obras que se podrán ver hasta el 12 de octubre en el Museo Maillol.
"Lo hemos encasillado como un fotógrafo sentimental de París, que hace fotos sonrientes de niños y cosas así", detalla Deroudille. Pero Doisneau, nacido en Gentilly en 1912 y fallecido en Montrouge en 1994, fue eso "y muchas otras cosas también". La muestra, titulada "Robert Doisneau. Instants donnés" y comisariada por Isabelle Benoit junto a las hijas del fotógrafo, hace una declaración de intenciones ya desde su cartel: en vez de haber escogido una de las imágenes más reconocibles de su carrera, el Maillol ha optado por "El salto" (1936), una fotografía de un niño subido a un muro derruido que solo se había publicado una vez. La instantánea ilustra, pese a eso, varios de los elementos más reconocibles de la mirada de Doisneau: su interés por la infancia, su enfoque humanista y su propuesta a la vez lúdica, realista y poética.
La exposición, compuesta por unas 400 fotografías, recorre también su faceta como retratista y el desfile ante su objetivo de personajes ilustres como Pablo Picasso (en la célebre foto en la que unos panes gigantes se confunden con sus manos), Orson Welles o Marguerite Duras. Menos conocidas son las obras de las secciones dedicadas a su trabajo bajo demanda, como su etapa en la revista Vogue, en la agencia Rapho o sus fotografías publicitarias, como la que realizó para un anuncio del refresco Orangina.
"Cada vez que recibía un encargo intentaba mirarlo de forma un poco oblicua, para poder salirse por la tangente hacia lo que quería mostrar", matiza su hija sobre estos capítulos de su carrera. Pero el gran redescubrimiento de esta muestra son, ante todo, las fotografías más sociales que Doisneau realizó en fábricas siderúrgicas y minas, donde trabajaban hombres con dedos amputados y niños cubiertos de carbón, así como sus fotos de prostitutas y de personas de la calle en los barrios del exterior de París. "Se va a ver todo un aspecto de fotografía social dura, oscura, que no esperamos realmente de él", avanza Deroudille.
Retratista de lo humano
Doisneau, a nivel personal, era en realidad muy similar a sus fotografías más amenas: alguien muy discreto pero con mucho sentido del humor, siempre en busca de las cosas divertidas de la vida, según su hija. "Era alguien extremadamente pudoroso -rememora Deroudille-, no mostraba nunca las cosas impúdicas de la vida, y era alguien extremadamente sensible, aunque al mismo tiempo podía tener una actitud bastante radical. Si alguien no le gustaba, por ejemplo, no se le enfrentaba, pero se iba".
Nunca buscó sentar cátedra ni ser un teórico, afirma Deroudille, por eso a ella siempre le chirrió que lo etiquetaran, al igual que a otros de sus colegas, como humanista. Pero ahora, en un momento en el que el humanismo "no está en su mejor momento", reconoce que el término se adapta bien a la mirada casi sociológica de su padre. En cualquier caso, la exposición busca conectar la obra de Doisneau con nuevos públicos y explorarla más allá de "El beso", que en el Maillol cierra la exposición presentada en forma de instalación colgante.
"Debía tener un estatuto distinto", explica la también comisaria Isabelle Benoit sobre la foto, que aunque es una de las imágenes más famosas de la historia no estuvo exenta de polémicas, ya que el propio autor reconoció años después, en medio de litigios legales con un matrimonio que afirmaba ser la pareja protagonista, que era un posado y no una escena espontánea.
Pero nada de esto impide, según Benoit, que siga siendo parte de nuestro imaginario y que, aún en el siglo XXI, aparezca periódicamente como símbolo de esperanza y humanidad, como ocurrió en Francia tras los atentados de 2015 o durante la pandemia de covid-19, con la estampa modificada para incluir mascarillas.