Sentir la música en un cráter
Tras una ausencia de 15 años, el Festival de Música Visual de Lanzarote lucha por consolidarse como una apuesta única.
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Tras una ausencia de 15 años, el Festival de Música Visual de Lanzarote lucha por consolidarse como una apuesta única.
Imaginen esto un segundo: «Uno entra en un ritual en ese inmenso cráter en cuyo centro se ubica el escenario. Es el lugar donde los músicos interpretan su obra. El volcán se ilumina plenamente y se crea un efecto de luz y el sonido se reparte de manera envolvente. La vivencia es total, todos los sentimientos afloran y se convierte en algo único». Así describe Ildefonso Aguilar, fundador y director del Festival de Música Visual de Lanzarote, cómo es la experiencia de asistir a un evento que, tras 13 primeras ediciones, tuvo un parón de 15 años. El pasado renació y éste aspira a recuperar parte de su historia con un arriesgado cartel y un entorno único a partir del 6 de octubre. «Sí, aquí es todo más fácil, lo admito», bromea Aguilar.
El artista y creador del certamen recuerda que, en su origen, se trató de algo único en toda Europa. «Llegamos a ser el evento más importante de música contemporánea de aquellos años, con un plantel de artistas y compositores increíbles. Sin embargo, por cuestiones políticas de cambio de instituciones locales se detuvo, no había mucho interés», recuerda. Por allí pasaron Brian Eno y otros primeras figuras de la música. También supuso para la isla algo importante: «Es una oferta turístico cultural que la diferencia, aunque ya de por sí tiene afluencia de turistas con cierto nivel intelectual y cultural que se interesan por algo más que el sol y la playa. Además, realza la personalidad de los espacios naturales de la isla, que son absolutamente únicos y siempre consideré, y así continúo pensado, que son lugares especiales para generar sensibilidades», comenta Aguilar acerca de la experiencia de presenciar un concierto en la Cueva de los Verdes o los Jameos del Agua.
Emociones fuertes
Aquí es donde entra en juego el apellido del evento: «Visual». «Efectivamente. Ya mucha gente conoce las cuevas, las grutas magníficas. Pero adecuadamente iluminadas y sonorizadas se genera una belleza que va más allá de la simple audición». Los sentidos se disparan, pero la idea de un concierto en un cráter no debe ser apta para espectadores aprensivos, ¿no?. «(Risas) Suena todo muy dramático, pero no hay que temer. Se provocan emociones fuertes aunque también se crea una generación de paz, de tranquilidad y de relajamiento fascinantes», señala.
Aunque pueda parecer que se necesita una disposición especial para ir a este festival, cuanquiera puede disfrutarlo. «Efectivamente. Gran parte del público que acude no conoce la trayectoria de los artistas, pero llegan atraídos por la propuesta. Hemos comprobado que quienes van salen encantados y descubren que hay músicas alternativas de gran belleza aunque no sean aficionados o conocedores previamente». A priori, lo de la «música contemporánea» asusta. «Sí, suena como a algo elitista o rompedor, o agresivo o caótico. Y no es así; también lo es, pero hay multitud de intérpretes que trabajan con enorme belleza y sintonía con la naturaleza», explica Aguilar. Entre las principales apuestas de esta edición, el director destaca a Bruno Chevillon, un contrabajista que tocará en solitario en el interior de la Cueva de los Verdes. «Su propuesta es de una belleza y una sensibilidad exquisita. Creo que va a ser muy atractivo», avanza. «Otra de las más interesantes será T Percussion, que llevan la marimba y el vibráfono a un convento de Teguise, el de Santo Domingo, que tiene características especiales de acústica», comenta. Para los más trevidos, el pianista Nik Bärtsch, presenta un espectáculo «aparentemente monótono y repetitivo pero muy rico y envolvente al final».