Patetismo en el duelo

Cómo ganar la batalla del relato para no deprimirse

Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro se unen en la dirección de «El mal de la montaña» para salirse del discurso oficial que rigen las redes y el postureo

Fernando Delgado-Hierro (izda.) y Francesco Carril dirigen y protagonizan la función
Fernando Delgado-Hierro (izda.) y Francesco Carril dirigen y protagonizan la funciónManuel Fiestas Moreno

Dentro del «boom» surcoreano en el que se ha sumergido la cultura mundial conviene mirar a uno de sus filósofos de cabecera, a Byung-Chul Han. Escribe en su ensayo La expulsión de lo distinto (Herder) que los tiempos en los que existía «el otro» ya han pasado. «El otro como misterio, el otro como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, el otro como infierno, el otro como dolor va desapareciendo. Hoy, la negatividad del otro deja paso a la positividad de lo igual [...] El signo patológico de los tiempos actuales no es la represión, es la depresión». Son las palabras que suscribió Francesco Carrilen el momento que las leyó y que ahora hace propias en El mal de la montaña, la pieza de Santiago Loza que estrena en el Teatro Español y codirige junto a Fernando Delgado-Hierro.

Los personajes de El mal... bien podrían aparecer en el libro de Han. No se atreven a estar en silencio y por ello hablan. «Callarse sería mirarse y eso les da miedo», explica Carril de un relato cruzado de cuatro jóvenes que buscan consuelo. Comienza la función con la angustia de Manu (interpretado por el propio Carril), que narra a su amigo Tino (Delgado-Hierro) el episodio de su ruptura con Pamela (Ángela Boix). Separación que estaba resultando perfecta hasta la irrupción de un mendigo que orina en la acera de enfrente. Pero lo que atormenta a Manu no es la ruptura en sí, sino la aparición en la historia de algo que se escapa al marco de su relato, de algo que lo vuelve vulgar y lo aleja del relato novelesco. Porque los personajes de esta obra desean el control de la realidad a través de sus propias palabras. Es la realidad la que debe acomodarse al relato y no al contrario.

El montaje se adelanta en la sensibilidad de los tiempos actuales, donde las redes sociales determinan a unos individuos que han tomado una posición de relatores de sus propias vivencias en mitad de un marco virtual y en el que solo cabe aquello que es válido al filtro de su discurso. Pero Manu no está solo en su luto. Las voces de los demás van en consonancia, como la obsesión de Pamela con que su ex novio no soportara su nombre; o la narración de Tino de una relación fallida en la que tuvo que ocultar su ausencia total de deseo; o la agresividad de Ramo (Luis Sorolla) con aquellos a los que considera una amenaza.

Aquella depresión como «signo patológico» del presente de la que hablaba Byung-Chul Han la certifica Carril: «Tocamos mucho el tema de la obsesión y mis abuelos no saben muy bien qué es eso de la ansiedad, lo entienden como una especie de nerviosismo». Y es por eso, dice, que las palabras del texto de Loza le despertaron el «humor» y el lado «más patético del ser humano en mitad del duelo»; a pesar de que, como puntualiza Sorolla, los personajes tengan «cero conciencia» de ella. Hasta su autor lo ignora: «Surge el humor a pesar de que Loza no sea consciente de ello».

Para la versión teatral que se estrena en el Español, Carril y Delgado-Hierro aseguran que han eliminado los argentinismos propios del original, pero que, aun así, se mantiene ese miedo de la clase media argentina por caer en la pobreza (que aquí se convierte en universal). Sobre el escenario de la sala pequeña (la Margarita Xirgu) se podrá sentir esa falta de oxígeno, ese (El) mal de la montaña, que, para Delgado-Hierro, es «una metáfora del estado del cuerpo. Es la intuición de que algo sucede físicamente y de que esa falta de aire tiene que ver con la obsesión, la ansiedad. Casi como un estado del alma».

Pero esta pieza de Loza –al que los dos directores descubrieron en «He nacido para verte sonreír»: Delgado-Hierro como actor, y Carril como espectador– también recoge todo aquello que una generación, la suya, «no quiere ver», cuentan sus directores. «Es la cámara de eco: hoy solo tenemos las respuestas de la gente de nuestro alrededor. Creamos burbujas de pensamiento que nos protegen de los demás y de lo que no se parece a nosotros –añade Delgado-Hierro–. Y eso nos hace pensar que lo que vivimos y sentimos es la realidad». Todo eso lo recoge un montaje que, en boca de Sorolla, demuestra que «la obsesión lleva al egocentrismo y te encierra» en un lugar «donde el otro se diluye». Mientras que para Boix tienen entre manos la metáfora de la desconexión de los personajes consigo mismos. Lo que hace que nos planteemos la necesidad del otro y de lo diferente».

Y, con esas, Carril vuelve a mirar a Han: «Es lo completamente distinto lo que se queda mirándolo a uno. Así es como provoca miedo. […] Hoy el mundo es muy pobre de miradas. Rara vez nos sentimos mirados o expuestos a una mirada. El mundo se nos presenta como placer visual que trata de agradarnos. Del mismo modo, tampoco la pantalla visual tiene el carácter de una mirada. Windows es una ventana sin mirada. Nos protege justamente de la mirada».

  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 3 de abril. Cuánto: de 13,50 a 18 euros.