Nao d'Amores

Cachiporrazos (y títeres) contra el buenismo

La segoviana Ana Zamora, junto a su compañía, rescata una tradición que intentó levantar Federico García Lorca en 1920

Eduardo Mayo en un momento del "Retablillo"
Eduardo Mayo en un momento del "Retablillo"Nao d'Amores

Advertencia para los seguidores de Nao d’Amores, que no son pocos: esto no es una función al uso de la compañía que lidera Ana Zamora. Lo cual no significa deba tener repercusiones negativas en términos de calidad. Los segovianos salen de su zona de confort (ese teatro primitivo español) para explorar nuevas, aunque no desconocidas, áreas: los títeres. «Nao navega hacia el presente porque hemos encontrado otro espacio de valor histórico; y que no se esperase no significa que no sea importante», justifica Zamora de otra pieza nacida durante la explosión de la Covid, «otra hija de la pandemia». Concretamente, de cuando el encierro le pilló en la Academia de Roma.

Y, aunque la compañía defienda que «el títere siempre ha sido parte de nuestra esencia», la directora reconoce que «por mucha apariencia facilona que tenga el montaje, es todo lo contrario. Los ensayos han sido más lentos y complicados». Si Nao d’Amores se caracteriza por la esquematización de las obras y la «limpieza absoluta», añade, de los textos, «en este caso, no daba más de sí porque la reflexión sobre el títere de cachiporra es el medio de expresión menos poético que existe. Y es que la poesía ayuda mucho en la creación», explica del protagonista de Retablillo de don Cristóbal (en el Teatro de la Abadía), una marioneta que cambia el mundo a cachiporrazos. «No hay trampa ni cartón».

Eso sí, Zamora hace otra observación: «Títere no es sinónimo de teatro infantil, que sea para todos los públicos no quiere decir que sea para niños, que también lo pueden ver perfectamente, pero conviene saber a qué se va», comenta sobre una dinámica interiorizada en la tradición segoviana, pero que no permea igual «en el resto de lugares», como Madrid, sin ir más lejos, y la directora señala directamente al culpable: «El problema no es nuestro ni del espectáculo, sino que vivimos en una sociedad bastante mojigata y lo políticamente correcto ha hecho que las cosas básicas del teatro popular sean vistas como violencia, escatología, chistes verdes...». Sin embargo, Federico García Lorca, autor del texto, tenía ese don de darle lírica a buena parte de todo lo que tocaba y eso «puede crear confusión para el público bienpensante».

Polémicas al margen, esta pieza responde a la necesidad de reflexionar sobre el títere de cachiporra (primo hermano de otros «familiares» europeos como Pulcinella, Guiñol, Punch o Kásperle) y «valorar su sentido dramático, que condensa la mirada crítica, satírica y popular, que tanto necesita nuestra escena contemporánea». Y ahí Lorca tuvo la culpa de rescatar esta tradición moribunda en los años 20 del siglo XXal empeñarse en integrar estas marionetas en el gran teatro de su tiempo.

  • Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: hasta el 24 de abril. Cuánto: de 7 a 17 euros.