Crítica de teatro

“La voluntad de creer”: La fe para mejorarnos ★★★★☆

Pablo Messiez se apoya en Kaj Munk para abordar los límites entre ficción y realidad

"La voluntad de creer" estará en el Matadero madrileño hasta el 23 de octubre
"La voluntad de creer" estará en el Matadero madrileño hasta el 23 de octubreCoral Ortiz
Autor: Pablo Messiez, a partir de La palabra de Kaj Munk. Director: Pablo Messiez. Intérpretes: Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikele Urroz. Naves del Español en Matadero (Sala Max Aub), Madrid. Hasta el 23 de octubre.

La preocupación fundamental de Pablo Messiez en este montaje no ha sido, en puridad, la “escenificación” –en el sentido convencional que damos a esta palabra– de la historia ideada por Kaj Munk en Ordet, convertida luego en clásico del cine gracias a Dreyer. Y no me refiero a que su versión sea más fiel o menos fiel a las líneas argumentales del original y al tratamiento de la fe como tema de fondo –esto de la fidelidad es una controversia ya irresoluble–, sino a que esa trama se convierte casi en un mero disparador –pertinente y valioso, en cualquier caso– para llegar a otro asunto distinto que el director ya había abordado, aunque no tan directamente, en trabajos anteriores: los límites entre ficción y realidad.

Desde luego, la conexión entre ambas ideas está establecida con una solidez, conceptual y dramática, incuestionable: tener fe supone, cuando menos, contemplar una posibilidad; y esto obliga a dar entidad de realidad a algo que no puede ser percibido como tal en un sentido estricto. “Tanta certeza tonta, tanto tiempo sosteniendo cosas que al final no eran. Tanta muerte. Toda la vida rodeada de gentes inteligentes que lo sabían todo sobre todo y no sabían nada sobre nada (…)”, dice uno de los personajes, para acabar después preguntándose: “…Por qué no creer en algo nuevo. Por qué no la osadía; la posibilidad de una osadía”.

Tratando de dinamitar las fronteras entre la supuesta ficción que interpretan los actores y la realidad física de estos en el teatro, frente al público que ese día concreto los está viendo, Messiez se embarca en la honesta aventura de espolear a esos espectadores para que construyan, involucrando en ello a su imaginación, el mundo en el que viven de una manera más ética.

El teatro no hace magia y el resultado no puede ser, obviamente, la infalible rendición y conversión del espectador más escéptico, pero incluso este podrá salir de allí sintiendo el escozor del zarpazo que le han asestado. Y lo podrá sentir, entre otras cosas, porque no hay imposición de ninguna clase. De hecho, toda la propuesta está bañada en un hilarante humor, en ocasiones autorreferencial, que no hace sino poner de manifiesto la modestia y la autocrítica con la que el equipo artístico ha encarado el proyecto. En el plano interpretativo, dentro de un elenco de “viejos conocidos” de Messiez, destacan Carlota Gaviño, Íñigo Rodríguez-Claro y, muy especialmente, Rebeca Hernando, que no deja de provocar carcajadas con el desabrido carácter de su personaje, y José Juan Rodríguez, haciendo una originalísima composición nada menos que de Jesucristo.

Lo mejor

Algunos momentos cómicos, como la discusión en torno a la poesía y los poetas, son memorables.

Lo peor

La imposibilidad de difuminar en todas las situaciones dramáticas esa frontera entre realidad y ficción que busca la propuesta.