Teatro

Pablo Messiez resucita a Dreyer en «La voluntad de creer»

El Teatro Español presenta una obra sobre la voluntad inspirada en «Ordet», el gran clásico del cine europeo que Dreyer filmó en 1955

Una imagen de "La voluntad de creer"
Una imagen de "La voluntad de creer"Laia No

A excepción de Marina Fantini, todos los actores de «La voluntad de creer» –Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, José Juan Rodríguez, Íñigo Rodríguez-Claro y Mikeke Urroz completan el reparto– habían trabajado ya en varias ocasiones con Pablo Messiez. Si hay que embarcarse en una empresa tan difícil como esta, mejor hacerlo en buena compañía: esto es lo que ha debido de pensar el dramaturgo y director argentino. Desde luego, no son pocos los obstáculos que cabe encontrar a la hora de llevar al escenario una obra como «La palabra» (también conocida en nuestro país por su título original: «Ordet»).

En primer lugar, hablamos de un auténtico clásico del cine que no pocos tienen en un altar y que, por ello, consideran casi «intocable». En segundo, el tema que trata, que no es otro que el de la fe, es bastante espinoso para gran parte del público de hoy. En tercer lugar, desde un punto de vista formal, la película quedó impresa en la memoria colectiva, entre otras muchas cosas, por sus originales y minuciosos encuadres en blanco y negro, los cuales, casi más próximos a la pintura que al cine, se alejan bastante del «invariable» plano general que conlleva el teatro.

Por si parecía poco, y ya casi para colmo, en cuarto y último lugar, el momento culminante en el desarrollo de la acción de la película es… ¡la resurrección de uno de los personajes!, algo que el cine siempre puede resolver de forma convincente con la ingente cantidad de elementos que tiene a su alcance, pero que muy pocos podrán tragarse desde la butaca del teatro con la desnudez que exige la representación escénica.

Sin embargo, no nos olvidemos, Ordet fue obra de teatro antes que película. Y de esa obra, firmada en 1925 por el dramaturgo y pastor luterano danés Kaj Munk, ha querido beber en su propuesta Messiez, tanto o más que del filme rodado en el año 1955 por Carl Theodor Dreyer. «La obra de teatro original tiene mucho más humor, y en nuestra propuesta también lo hay –explica el director–. Diría que hemos hecho una tragicomedia en dos actos. Lo que hizo Dreyer con la obra de Munk fue ir quitando cosas, entre ellas, ese humor, para dejarla en el hueso, en la esencia. De la película hemos tomado, sobre todo, la estética. Nosotros hemos contado con Max Glaenzel (escenografía), Cecilia Molano (vestuario) y Carlos Marquerie (iluminación) para trabajar en un viaje que va desde el presente, con los actores compartiendo la sala, hacia la propia ficción de la obra. De manera que, a medida que nos introducimos en esa ficción, van entrando poco a poco los elementos escenográficos, tanto los de luz como los de vestuario, para llegar a la escena final de la resurrección con todos vestidos en una paleta de blancos, negros y grises, y una luz muy, muy contrastada», explica a este periódico Messiez. Ese punto de partida metateatral resulta importante para un director que parece preocupado desde hace tiempo por indagar en los límites que separan la ficción de la realidad: «Nuestra obra habla sobre la voluntad de creer, tal y como dice el título, y sobre la necesidad de creer; sobre cómo esa fe te puede aproximar al misterio; y sobre qué es lo que a uno le hace creer o no que algo es verdad –dice casi en un trabalenguas–. Y esto está presente siempre en el propio teatro: ¿hasta dónde se puede tensar o no la idea de verosimilitud? ¿Qué hace que veamos o no algo en el teatro como verdadero? Por eso es tan interesante ‘’Ordet’', porque no hay otra obra en la que se tense tanto ese concepto de verosimilitud». Y, en efecto, hasta tal punto se tensa que el espectador ha de percibir como verdadera una resurrección. Por eso Messiez quería que el público tuviese, en este proyecto, un especial protagonismo desde el principio del proyecto: «Hemos querido contar con los espectadores durante todo el proceso –asegura–. Es una obra que trata de conectarnos con lo espiritual, con el misterio; por ello nos parecía importante que ese público se sintiese parte de la función. No se trata de agradar a nadie, sino de sostener con fe aquello en lo que se cree. Y eso conlleva borrar ciertas fronteras entre ficción y realidad». De nuevo, la obsesión de Messiez. «El objetivo –añade Carlota Gaviño– es intentar hacer ver que la realidad puede ser otra».