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"La casa de Bernarda Alba": Lorca y el tremendismo ★★★☆☆

Ana Wagener interpreta a una Bernarda que humaniza todo lo posible
Patricia López Arnaiz (izda.) y Ana Wagener, en "La casa de Bernarda Alba"
Patricia López Arnaiz (izda.) y Ana Wagener, en "La casa de Bernarda Alba"BSP
La Razón

Madrid Creada:

Última actualización:

Autor: Federico García Lorca. Director: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Ester Bellver, Ana Cerdeiriña, Eva Carrera, Ane Gabarain, Claudia Galán, Paula Womez, Belén Landaluce, Patricia López Arnaiz, Chupi Llorente, Lola Manzano, Inma Nieto, Celia Parrilla, Sara Robisco, Isabel Rodes y Ana Wagener. Teatro María Guerrero, Madrid. Hasta el 31 de marzo.
Seré sincero: no siento por el teatro de Lorca la veneración que todo el mundo parece sentir. Muchos, qué duda cabe, disfrutan verdaderamente con cada una de sus obras cuando las ven representadas; otros muchos, no albergo dudas de esto tampoco, se suman a ese mismo carro de la veneración por mero postureo, sabedores de que el autor granadino se ha convertido, más allá de su literatura –es decir, más allá del impacto real y puramente artístico que su lectura pueda provocarles–, en una especie de símbolo irrefutable que conviene idolatrar en determinados círculos sociales.
Dejando al margen las excepciones –en obras que, curiosamente, se representan poco y en cierto modo son consideradas menores–, a mí, qué le vamos a hacer, no me interesan demasiado sus personajes, porque no encuentro su complejidad por ninguna parte, ni me interesa mucho tampoco lo que ocurre con ellos, porque los veo colocados bajo una óptica tremendista que, lejos de hacerlos más conmovedores, termina por desnaturalizarlos. Ya sé que decir esto puede constituir un delito a juicio de algunos, pero es lo que pienso.
En cualquier caso, si no nos empeñáramos tanto en objetivar el arte, y entendiéramos lo que este es en puridad, no debería resultar llamativo, sino lógico y corriente, que uno tenga sus gustos, emociones y afinidades particulares como receptor subjetivo de una obra artística que nace –porque, si no, sería una obra de artesanía– del espíritu asimismo subjetivo de su creador.
Cuento todo esto para dejar claro que La casa de Bernarda Alba nunca me podrá fascinar a título personal, por más que pueda reconocer la destreza poética de quien la escribió. Da igual cómo se haga, quién la dirija y quién la interprete. Cada vez que entro en una sala para ver un nuevo montaje de la obra, o de otras del mismo autor –y lo hago con frecuencia porque Lorca está hasta en la sopa–, no puedo evitar ser prejuicioso y pensar que me voy a aburrir como una ostra.
Pues bien, he aquí que… esta vez… no ha sido así.
No me he aburrido, y esto ya es mucho, porque Alfredo Sanzol ha tratado precisamente de huir, hasta donde el texto lo permite, de todo ese tremendismo que antes he mencionado. Jugando con el contraste de blancos y negros de manera original, ya en la propia ambientación –merced al trabajo de Blanca Añón como escenógrafa y de Pedro Yagüe como iluminador– y en el diseño del vestuario que ha hecho Vanessa Actif –asistida por Sandra Espinosa–, se intuye una clara voluntad de quitar sordidez al drama para situarlo en un espacio mucho más simbólico y mítico. Y esa suerte de asepsia se advierte en la manera de expresar escénicamente la historia, potenciada en su dimensión de fábula metafórica y no tanto como tragedia costumbrista, y también en el tratamiento de los personajes. Es paradigmático, en este sentido, el caso concreto de Bernarda Alba –muy bien interpretada por Ana Wagener para humanizarla todo lo posible–, que se nos muestra, dentro del grupo de mujeres en el que ejerce de matriarca, como otra víctima más del opresivo sistema en el que se hallan enclaustradas, y no como la exasperante y perversa dueña del destino fatal de todas ellas. En cuanto al resto del amplísimo elenco, hay que decir que está bien cohesionado y tiene suficiente empaque, si bien es verdad que algunas actrices muy secundarias podrían haber dado más brillo al texto que tienen otras en papeles protagonistas.
Todo esto permitió que esta vez saliera de la sala, si no fascinado –ya he dicho que eso creo que sería imposible con este título–, sí al menos entretenido y mínimamente interesado por lo que había sucedido ante mis ojos.
  • Lo mejor: El maravilloso telón de encaje que simboliza la rutinaria e insatisfactoria vida de las mujeres que viven tras él.
  • Lo peor: La música y el marcado movimiento de algunas escenas no terminan de percibirse bien integradas en el conjunto.