Lucía Carballal ante muchos escombros, un padre y un castillo
La autora se planta en el Teatro de la Comedia con "La fortaleza", donde se pregunta qué hacer con la herencia recibida y si tiene sentido atender al pasado con los ojos del presente
Madrid Creada:
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El origen (encargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico) es cristalino: El castillo de Lindabridis. A partir de ahí, libertad absoluta para Lucía Carballal. La obra (posiblemente la más fantasiosa) de Calderón de la Barca se convirtió de pronto en «una de esas cosas que uno hereda de sus antepasados» –escribe al inicio de la pieza–, como si fuera un camafeo o un bodegón pintado al óleo. «Lo miras y piensas qué valioso, qué suerte tenerlo». Pero encontrarle acomodo o un uso práctico ya es otro tema...
Mientras en la sala grande del Teatro de la Comedia el equipo de Nao d’Amores presenta el original en versión de Ana Zamora, el cometido cinco plantas por encima de ese escenario es el de dialogar con ese montaje. Eva Rufo es la encargada de abrir boca con el primero de los tres monólogos de La fortaleza (le siguen Mamen Camacho y Natalia Huarte, por orden de llegada, en su día, a la CNTC) y, con ello, de poner en situación a los espectadores: «Había un rey que tenía dos hijos: Lindabridis y Meridián. Entonces este rey, en el final de su vida, en el lecho de muerte, les pide que se acerquen, les quiere hablar. Los mira a ambos. Dice: "Mi reino será heredado por...". Y justo antes de nombrar al heredero, el rey se muere. Así que la herencia se queda sin resolver. Los dos hermanos empiezan a competir entre ellos. Ambos quieren reinar, pero Lindabridis es una mujer, así que su hermano dice: "Yo no voy a entrar en guerra contigo. Tienes que encontrar un marido y contra él sí lucharé". Entonces, Lindabridis inicia un viaje en su castillo para buscar ese marido que la defienda como heredera... Y van apareciendo pretendientes y hay unos enredos. Toda la obra es la búsqueda de ese marido. Y al final ella se casa con un conde, pero aun así pierde su reino».
En esa trama se introdujo Carballal. Encontró la conexión en los padres de ambas. «Me interesaba lo que pasó antes de que se iniciara la obra». ¿Por qué? «Porque mi padre murió como el de Lindabridis (...) Yo tenía 21 años cuando mi padre murió. Heredé cajas y cajas de libros. Cientos de planos de los edificios que construyó, dibujados a mano. Objetos exóticos que fue comprando en sus viajes (...) Cuando vaciamos la casa de mi padre, no sabíamos qué hacer con sus cosas. Alguien nos aconsejó que nos apartáramos de ellas durante un tiempo, que las guardáramos en un container de esos grandes que hay a las afueras de la ciudad».
El sarcasmo invade una pieza que se detiene en el empeño de «acercar» los clásicos al hoy. «Hay que "acercar" la Gioconda a la gente, la Celestina a la gente, las vasijas neolíticas a la gente». Se pregunta qué significa aquello. «¿Alguien lo sabe?», interpela Rufo con el Museo Van Gogh, de Ámsterdam como ejemplo: «Vas allí y de todos los cuadros principales se ha hecho una versión moderna que incluye un dibujito de Pikachu (...) Han insertado a Pikachu en Los girasoles de Van Gogh, en La habitación de Van Gogh está Pikachu. Y gracias a eso tú, pues, sientes que Van Gogh es más "cercano" y que eres parte de sus cuadros, parte de su excelencia, como si esa excelencia te necesitara a ti para algo. Como si no fueras tú el que debe "moverse" hacia la excelencia, "elevarse" hacia la excelencia. ¿De verdad hay que tenerle tanto miedo al esfuerzo? Yo lo pregunto. ¿Tiene que ser la obra la que se esfuerce en llegar a ti?».
Carballal zambulle al público en su propia historia a través de esta suerte de «autoficción»... o no. «Quizá sea eso, aunque la verdad es que no lo llamo así porque es un género que rechazo, probablemente, por las críticas que cosecha. Se usa el término de manera peyorativa y creo que de manera injusta. Existen proyectos fallidos que se caracterizan por trabajar con la propia biografía, pero no tiene sentido llevar eso a una categoría. Al final, escribir de cualquier cosa es un ejercicio de autorreferencias. Cuando Picasso retrató a Dora Maar decía más de sí mismo que de la propia Dora Maar».
Se aparta a Lindabridis y para dejar paso a Jesús Carballal, padre de la autora, un hombre que no llegó a ser primerísima espada en la arquitectura española de los 80-90, pero que sí se ganó un hueco importante en esa limpieza de las formas franquistas, principalmente, en «La Provincia», como llaman al lugar donde encontró trabajo de arquitecto municipal. «Mis padres lloran. Los dos son madrileños, soberbios de capital, jamás habían pisado Murcia, es más, pensaban que morirían sin pisar Murcia, pero no había alternativa».
Allí desarrollaría su imperio de «fortalezas», enumera Mamen Camacho mientras pasan las fotografías en la Sala Tirso de Molina: una residencia de verano para sus nuevos suegros, una «torre del homenaje», «la galería de aposentos», un «castillo» en Beniel, «saeteras», bares, «palacios», la estación de autobuses de Cartagena...
Con la citada muerte, Carballal se metió sin quererlo en «un castillo que iba a alejarme del mundo durante años» hasta que logró pisar suelo. «Y quizá es eso lo que le pasa a Lindabridis. Que está en pleno duelo. Su padre acaba de morir. Por eso está ausente. Por eso es tan lánguida, tan obediente. Puede que esté preguntándose qué habría dicho su padre, el rey, si hubiese completado aquella frase ¿me habría nombrado a mí como heredera o a mi hermano, o a los dos, o a ninguno?», escribe.
A diferencia de la protagonista de Calderón, que apenas nombra a su padre (solo como «hombre sol»), la directora de La fortaleza no tiene complejos en hablar de «las dificultades sentimentales de los hombres de los 80-90 para relacionarse con sus hijos. ¿Hasta qué punto tiene sentido mirar ese pasado con la perspectiva del presente?», se cuestiona con «los clásicos», por extensión, en la cabeza. «Hoy estas cosas se ven de otra manera –interpreta Camacho en escena–. Ahora se diría que es un padre ausente, ¿no? Tóxico, narcisista, perjudicial para el bienestar de un menor. Alguien comentaría "es horrible hacerle 'ghosting' a tus propios hijos", incluso a él se lo diría alguien "¿oye, no crees que los niños lo están pasando mal?, no sé, ¿no ves que te buscan, te esperan? Eres su padre". Incluso él mismo habría leído algún artículo de estos, de la sección de psicología del dominical, uno de esos que explican que el abandono de un padre puede quebrar a una persona para siempre. Pero eran los años 80, los primeros 90, nadie pronunciaba esas palabras. Ni siquiera existían estas palabras».
La distancia entre Madrid, donde vivía con su madre, y Murcia era demasiada para una niña de ocho años. Fue entonces cuando Lucía Carballal, cuenta en la obra, empezó «a creer en Dios»: «La idea de un Dios Padre que no tiene presencia pero que está. Como una atmósfera».
- Dónde: Teatro de la Comedia (Sala Tirso de Molina), Madrid. Cuándo: hasta el 3 de marzo. Cuánto: 25 euros.