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Teatro
Autoría: Miguel Murillo. Dirección y dramaturgia: Pedro A. Penco. Intérpretación: Guillermo Serrano, Miguel Ángel Amor, Rafa Núñez, Paula Iwsaki, Ana García, David Gutiérrez, José Lucía, Juan Carlos Castillejo, Chema Pizarro, Antonio M., Francis Lucas, Silvia González Gordillo y Ana Batuecas. Festival de Mérida (Teatro Romano). Hasta el 13 de julio.
Igual que ya hizo con Hipatia de Alejandría en el montaje homónimo que vio la luz hace tres años en este mismo lugar, el director extremeño Pedro A. Penco regresa al imponente Teatro Romano de Mérida para explorar, por medio de la ficción, el lado más humano de otro gran personaje histórico: en este caso, Alejandro Magno. La vida sentimental y amorosa del gran conquistador griego es el asunto fundamental de ‘Alejandro y el eunuco persa’, una obra de nueva creación que se estrenó anoche sin la desorbitada afluencia de público, para sorpresa de muchos, a la que ya nos habíamos acostumbrado en el Festival de Mérida desde que el productor Jesús Cimarro se hiciera cargo de su dirección.
Miguel Murillo, con quien Penco ya había colaborado en numerosos montajes -incluido el de Hipatia-, firma un texto demasiado largo y reiterativo, teniendo en cuenta la naturaleza de los conflictos que aborda y la sencillez estructural de las tramas que maneja, que hubiera encontrado mejor acomodo en la novela que en el teatro. Hay una alternancia de planos espaciales y temporales, algunos de los cuales están protagonizados por personajes sin mucho peso dentro del meollo dramático, que poco aportan a la dimensión representativa y que, sin embargo, sí podrían despertar interés en el lector de una novela, por la descripción de ambientes y de contextos que este género permite para ponerlos de relieve.
La inclusión de elementos llamativos, pero poco funcionales, como un caballo real, o el uso de un coro que no hace sino incidir en lo que el espectador ya ha visto o va a ver a continuación, así como la propia magnitud del teatro romano, que obliga a los actores a hacer unos desplazamientos interminables, acaban por hacer más fatigoso aún el ritmo de una función que se alarga sin necesidad hasta las dos horas y cuarto. Ganaría en contundencia y emoción si se recortasen escenas y se concentrase la acción.
En el capítulo interpretativo, destaca, aunque no tenga demasiadas posibilidades para el lucimiento personal, Guillermo Serrano, tan convincente como siempre dando vida, en esta ocasión, al protagónico Alejandro Magno. Peor aprovechadas están las cualidades, y la conocida versatilidad, de una actriz como es Paula Iwasaki encarnando a un personaje, el de Olimpia, con muy poco recorrido en verdad dentro de una obra que, eso sí, está tratada y colocada sobre el escenario con oficio y corrección en todas sus facetas artísticas. Por cierto, una curiosidad de la propuesta es que cuenta en el reparto con Silvia González Gordillo haciendo un personaje muy secundario pero bien resuelto. Quien fuera directora del Festival de Teatro Clásico de Cáceres hasta hace dos ediciones regresa así a los escenarios muchos años después de haber abandonado la interpretación para dedicarse a la gestión cultural.
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