Franquismo y terrorismo, ante el espejo
Mariano Llorente lleva a la Cuarta Pared una pieza que habla de dos tipos de violencia "con orígenes diferentes, pero con una conexión profunda", asegura el director
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Mariano Llorente no sabe separarse de la memoria. Bromea con ser "muy pesado", pero defiende que no se puede vivir sin ella. "Está en todas partes cuando rascas un poco". Él –Premio Nacional de Literatura Dramática en 2015 (El triángulo azul)–, no quiere olvidar la historia de su abuelo "brutalmente asesinado en los 40, cuando le ataron a un caballo y le desollaron vivo. Mi abuela tuvo que reconocerle por la ropa porque no le quedaba cara". Aquello le marcó tanto como la muerte de su tío: "Le ahorcaron con 18 años". "Todo eso forma parte de nuestras vidas", dice el director con resignación. "Me interesa el cambio climático y el futuro de mi hijo, pero también arreglar lo que no se hizo bien".
Es esa tendencia inevitable a mirar al pasado con la que Llorente (con Micomicón Teatro) vuelve a los escenarios, a la Sala Cuarta Pared (hasta el 3 de febrero), con una pieza en la que enfrenta la violencia de la dictadura con la del terrorismo de ETA. Dos realidades que "se miran a la cara", dice: "Diferentes orígenes, causas y consecuencias, pero con una conexión profunda por quitar la vida a un ser humano por razones políticas".
El montaje pone sobre el escenario a una mujer octogenaria que acepta tener una entrevista con el preso de ETA arrepentido que mató a su hijo en uno de los llamados encuentros que comenzaron en Nanclares de Oca en 2011. La conversación alterna la serenidad, los "flashbacks" e incluso el buen humor con la tensión y el dolor de los años en los que ETA ocasionó más de ochocientos muertos. Dos personas unidas por el terror: el asesinato de un hijo. "La mirada que nos atraviesa es, por un lado, la mirada de quién accionó el detonador y, por otro, la de la madre que escucha. Hay silencios difíciles y revelaciones muy duras entre el preso arrepentido de ETA y la anciana que perdió al hijo".
La protagonista (interpretada por María Álvarez) se abre durante el encuentro con el verdugo hasta confesarle que su padre también fue víctima de la represión franquista. "Le han dado por la izquierda y por la derecha", resume la actriz. Aunque lejos de la rabia, "ella solo quiere sanar y cerrar heridas, que es lo que la obliga a seguir buscando respuestas. Cree en la reconciliación, en quitar el polvo para no cometer los mismos errores". "Y eso a su vez va despertando la curiosidad del preso por saber qué pasó y cómo lo mataron", comenta el director.
La obra se mueve del instante preciso en que un hombre que fumaba un cigarro en un descanso del trabajo es despedazado por un coche bomba, en 1989, al momento exacto en que un alcalde republicano recibe un tiro en la nuca y es arrojado a una fosa, en 1936. Y entonces la anciana, que era madre, se convierte en niña de 8 años y se transforma en hija de un padre que, del mismo modo, fue brutalmente asesinado.
Álvarez se mete así en la piel de un personaje que tiene mucho de Ascensión Mendieta (1925-2019), "pero que no es ella", puntualiza el director y autor de Nuestros muertos. Una mujer que, como lamenta Llorente, "tuvo que sufrir demasiado para encontrar a su padre asesinado por el simple hecho de pertenecer a UGT".
Fue ese el punto de partida de una función que aprovecha ese diálogo de la Vía Nanclares "plagado de silencios y preguntas sin respuesta" para llevar la mirada hacia esa dictadura que dejó más de cien mil desaparecidos por todo el país. "Una conversación donde el coche bomba convive con las pistolas de una cuadrilla de falangistas, para adentrarnos en la soledad de quien fue víctima de ambos", presentan de este juego de espejos entre franquistas y etarras. "Y estallan algunas preguntas insoportables –imagina Llorente–: "¿También nosotros hubiéramos matado a Lorca por españolazo? Al fin y al cabo, matamos a José Luis López de Lacalle después de comprar los periódicos de la mañana".
Coincide el estreno de Nuestros muertos con el de Altsasu en La Abadía, donde Vox ha llamado durante toda la semana a una concentración de protesta por entender que la obra "fomenta el odio a España". Ni Juan Mayorga –director del centro– ni María Goiricelaya –directora y autora de la pieza– le dieron más importancia a la cita más allá de la libertada de expresión; y Llorente se pone de su parte: "Los artistas tenemos derecho a meternos en charcos complejos". Aunque pone un pero a la convocatoria: "Lo que me parece mal es que se brame sin ver la obra", afirma un Llorente que dice haber sufrido la censura en sus propias carnes con el "Cancionero republicano", en 2006. "Nos cerraron literalmente las puertas del teatro [Circo, en Albacete] con poliuretano para que no pudiéramos abrirlas".