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Gabino Diego: "Si una obra no gusta a las mujeres ya puedes irte a casa"

El intérprete madrileño celebra el 20 aniversario de "La curva de la felicidad" en el Teatro Infanta Isabel
Gabino Diego, en el "hall" del Teatro Infanta Isabel junto a Penny
Gabino Diego, en el "hall" del Teatro Infanta Isabel junto a PennyDavid JarPHOTOGRAPHERS

Madrid Creada:

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Aguarda Gabino Diego en el «hall» del Teatro Infanta Isabel junto a Penny, un pastor ganadero australiano que transmite toda la paz del mundo. Nada le inmuta. Se mueve su dueño, ahí que va con él; se sienta, hace lo propio. El actor, por su parte, se aferra a la correa de su perro como si eso le diera toda la seguridad del mundo a la hora de contestar las preguntas y, en general, para caminar por la vida. Y es unos metros más allá, en el escenario, donde Gabino Diego tendrá que luchar contra la crisis de los 50 –con Josu Ormaetxe, Antonio Vico y Jesús Cisneros– en La curva de la felicidad, un texto de Edu Galán y Pedro Gómez que cumple 20 años.
−¿Qué da forma a la «curva»?
−El paso del tiempo. Los cuarenta no perdonan para la barriga. No sé si será porque el hombre está sentado todo el día en la butaca viendo el fútbol... Había un filósofo indio que decía que cuantos más años cumples, más cerca estás de la vida, más sabes, más herramientas tienes para ser feliz.
−Si la felicidad se mide en «curva», usted ha sido poco feliz...
−Ya le dije al productor de esta función que ni tenía «curva» ni me estaba quedando calvo. La edad sí la había cumplido, aunque ya esté rondando los 60.
−Bueno, usted tiene ese pacto con el Diablo de siempre...
−Pero cuando era pequeño no me dejaban entrar en las discotecas. Siempre tenía que sacar el carné.
−¿Ha cumplido con las respectivas crisis de la edad?
−Siempre hay momento para una crisis. Al cumplir los 20 piensas que llegas tarde, que tenías que haber empezado a tocar un instrumento a los 15; a los 30 dices «si lo hubiera hecho a los 20...»; en los 40 te das cuenta de que con 30 no eras tan viejo... Recomiendo a la gente que si quiere hacer algo, que lo haga, que la vida es corta y nunca se es viejo para hacer nada. Todo es una cuestión de espíritu.
−¿Y a qué edad se sintió más vulnerable?
−En la adolescencia, quizá. Se juntó todo. No era buen estudiante, todos los veranos me tocaba estudiar... La recuerdo horrorosa.
−Se ha confesado usted seguidor de esta función...
−Sí, la vi tres veces antes de este proyecto. Me gustaba esa frescura y espontaneidad. Todos los que han pasado han dejado su sello.
−En este tiempo, la sociedad ha cambiado mucho a la hora de hacer humor o, al menos, en la sensibilidad con los chistes. ¿Han tenido que variar algo?
−Ahora tenemos que mirar bien para no ofender a nadie. Pero en este caso es un montaje muy blanco que no ofende. Sí divierte mucho a las mujeres, que es muy importante. Si la obra no gusta a las mujeres ya puedes hacer las maletas e irte a tu casa. Ellas son las que van al teatro y arrastran al marido. Se juntan quince mujeres sin problemas para ir al teatro. Se lo pasan bomba viendo a estos hombres que se creen Peter Pan y que piensan que se pueden comer el mundo, que pueden estar con chavalitas jóvenes y al final es el mundo el que se los come a ellos.
−¿Tiene algo de Quino, su personaje en la obra?
−Es un eterno picarón con sentido de humor. Uno siempre tiene algo de sus personajes, hasta de los malos. Con Quino comparto que hemos vivido separaciones y nos hemos enamorado. Según cumples años vives más experiencias. Es inevitable.
−En 2015 dijo en LA RAZÓN que los hombres estábamos «descolocados». ¿Nos hemos situado?
−Desde pequeños se nos ha dicho que éramos lo más. Y ha llegado un momento en el que te das cuenta de que no es así. Nos dijeron que teníamos que ser algo en la vida porque si no eras un fracasado. El hombre es una víctima...
−¿Víctima de sí mismo?
−Sí. Se ha hecho creer que no puede llorar ni emocionarse y tiene que ser fuerte... Todo eso, por suerte, no es así y se nos permite ser frágiles.
−Pero no somos de teatro.
−Van muchas más mujeres, igual que ellas leen más. En ese sentido, me siento mucho más femenino porque me interesa menos el fútbol y más esto del arte. Solo veo los partidos buenos. Soy más de la sensibilidad de la literatura y de que me cuenten una historia. Cuando jugaba al fútbol lo que me gustaba era levantar al que se caía. Y resulta que el fútbol no iba de eso, sino de quitarle la pelota al otro, y si se le podía engañar, mejor. Me interesan detalles como una palmada de apoyo al contrario. El fútbol podría servir para unir a las personas. El rugby tiene más de eso, se van a tomar cervezas juntos. De «La sociedad de la nieve» me ha gustado la solidaridad que muestran entre ellos. ¿Sería así porque eran un equipo de rugby? Lo mismo otros se hubieran matado...
−¿Y usted no vuelve al cine?
−De momento, sigo con el teatro, pero estoy hablando alguna cosa... Lo que pasa es que el teatro siempre es la madre que te acoge, como decía Rotaeta. No hay nada como esto. El contacto con la gente, recorrer España...
−¿No van pesando las giras?
−Para nada, son un placer.