Miguel Rellán: "Cada vez que me dan un premio pienso que se la he vuelto a colar"
El intérprete recoge esta noche el Godot de Honor, en el Teatro Pavón, por su "compromiso" sobre las tablas
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Se celebran hoy los II premios de la revista «Godot» y Miguel Rellán (1943) llega con los deberes hechos. Los más de 50 años de carrera le han valido para que se le reconozca su labor en una gala que concentrará en el Pavón a todo el panorama teatral de la capital y en la que el actor recogerá el Premio de Honor. Por edad y por años cotizados, podría estar en casa disfrutando de no hacer nada, pero eso no va con él: «O estás callado o tocando la trompeta», dice un tipo que alterna los rodajes de cine con la gira de Retorno al hogar. Rellán no duda en «tocar la trompeta» y LA RAZÓN le pilla entre idas y venidas. Se mueve de los escenarios a los rodajes de «Un hipster en la España vacía» y otro filme de Nacho G. Velilla «sobre el mundo del ajedrez».
−¿Se le da bien el ajedrez?
−Como dicen, sé mover las fichas. Y me da rabia porque mi madre jugaba muy bien. Mientras hacía la tortilla o unas espinacas rehogadas, se daba la vuelta y decía «como muevas esa te como». Era un prodigio. Lo mío es otra cosa.
−El teatro, por ejemplo. Nunca sobra un premio de honor, ¿no?
−Aunque sea una obviedad, es un honor. Yo creo que hay 300 personas por delante de mí que se lo merecen, pero...
−Por algo será.
−Sigo teniendo el síndrome del impostor. Cada vez que me dan un premio pienso que se la he vuelto a colar. Hay otras actividades que son Matemática pura, el teatro no. Si eres cirujano y el tío al que operas estaba cojo y sale andando, has triunfado; si corres y llegas el primero, también; pero el teatro está sujeto a la subjetividad.
−Es lo bueno/malo del arte. Ahí está su valor.
−Claro, pero uno siempre está en la cuerda floja.
−El teatro no se mide en cifras, pero más de 50 años de carrera no es mal aval.
−Una cosa es la calidad y otra la cantidad. Te puedo dar ejemplos de gente que aguanta porque cubre el expediente y no molesta.
−Los Godot valoran su «compromiso» con las tablas.
−Para mí el teatro es una necesidad, un bien que me viene desde que un grupo de insensatos formamos Esperpento para cambiar el mundo a mediados de los 60. Teníamos un compromiso político.
−¿Cuándo se dio cuenta de que no se podía cambiar el mundo?
−¿Quién dice eso?
−Uno tiene cara de idiota, pero no lo es. Te das cuenta enseguida, pero, estando de acuerdo con el maestro, no se cambia el mundo y sí las personas.
−¿Por ahí tiene que empezar la revolución?
−Así es. El compromiso es con el teatro. Yo me hice actor profesional para medio llenar la nevera. Cuando llegué a Madrid me di cuenta de que los grandes, como Fernán Gómez, hacían de todo. Me vine a hacer teatro con gente como Marsillach y he cumplido a rajatabla. He hecho de fascista en una película progresista, pero no de revolucionario en una película fascista. Y he hecho trabajos muy malos, pero en el teatro digo «no» muchas veces. Quiero que al espectador le pase lo que a mí, que salga distinto a cómo entró. Iñaki Gabilondo me dice que nuestros trabajos son como el del cirujano: lo importante es el paciente. No sirve de nada que haga una exhibición atlética y de interpretación si el público se va igual. Tiene que pasar algo, que se haga preguntas aunque no tengan respuestas. O que se emocione.
−¿No vale el simple entretenimiento?
−Hay un teatro destinado a eso y es lícito. El primer mandamiento es no aburrir. Billy Wilder ha dicho más a la humanidad que Ingmar Bergman porque ha llegado a más gente. «El apartamento» ha hecho pensar más que «El séptimo sello».
−Ahora que están de gira, ¿quién llena el teatro: Fran Perea y Rellán o el texto de Pinter?
−No lo sabemos. Pinter y Veronese deben tener su tirón, pero supongo que Fran y yo también tenemos nuestro público, como las folclóricas. Woody Allen decía que si se supiera la fórmula del éxito, el teatro ya sería de los bancos. En España hay afición al teatro, pero es una minoría y siempre lo será.
−El (dichoso) algoritmo ya hace música, ¿se meterá con los textos dramáticos?
−Lo voy a probar. Pero el hecho de que vaya la gente, el éxito, también se puede discutir. ¿Qué gente va?... El algoritmo hará música, pero qué música... Yo soy un loco de la música y cuando veo el éxito de determinadas canciones me doy cuenta de que el criterio de la gente ha pegado un bajón espectacular. Jalean cosas que tienen de música lo que yo monja.
−También decían que el rock era una locura...
−Todas las innovaciones se encuentran con una resistencia, como los acordes del jazz o Beethoven, pero, amigo, analicemos la música de ahora: tres acordes y compás uno por uno. Eso machaca el cerebro. No entiendo que se haya implantado el arte con fecha de caducidad. ¿Alguien se acuerda ya de la chica fue a Eurovisión?... No hay más preguntas, señoría.