Milo Rau declara la guerra a los conejitos de chocolate
El director y dramaturgo ocupa el escenario de Condeduque con su teatro político para denunciar los abusos de las multinacionales en el corazón del Amazonas
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Antígona, es la sociedad tradicional; y Creonte, el capitalismo ilustrado. Y a partir de ahí, de la lucha entre ambos, Milo Rau abre la caja de Pandora de su teatro político en Antigone in the Amazon, la pieza con la que se presenta esta misma tarde-noche en el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid (hoy y mañana en Condeduque) y en la que cine y teatro se fusionan sobre el escenario para dar voz a esas personas que ponen el cuerpo "frente a la infamia" y que usan su cuerpo como herramienta política desde el arte.
El director de teatro y dramaturgo (Berna, 1977) se marcha esta vez al otro lado del océano Atlántico, a la cuenca del Amazonas, en Brasil, como broche final a su Trilogía de los mitos antiguos (tras Orestes en Mosul, en la antigua capital del Estado Islámico; y la película sobre Jesús El Nuevo Evangelio, en los campos de refugiados del sur de Italia). Junto a indígenas, activistas y actores, levantó la Antígona de Sófocles en un terreno ocupado "como un sangriento choque entre la sabiduría tradicional y el turbocapitalismo global, una epopeya de la lucha de la humanidad contra su caída autoinfligida por la codicia de beneficios, la ceguera y la arrogancia", presenta el festival.
"La idea era encajar en el contexto del mundo actual pero también hacer del arte una microecología, es decir, crear algo que sea más grande y más sostenible que la pieza misma. Por ejemplo –explica–, en Mosul creamos una escuela de cine y en el sur de Italia lanzamos una nueva marca de tomates, distribuida en un centenar de tiendas en Europa. En Brasil, con el movimiento campesino sin tierra, lanzamos una campaña y seguimos colaborando juntos. Es un lugar donde intento vincular activismo y arte".
Rau incide en la idea de qué puede conseguir el arte comprometido, si es útil allá donde la política fracasa. Él, por lo menos, lo intenta: "Según estudios de Global Witness y Save the Rainforest, nuestros conejitos de chocolate de 'producción justa', elaborados con aceite de palma 'verde', contienen en realidad la sangre de pequeños agricultores desplazados y el olor a quemado de la Amazonía devastada. Pero si uno entra en los sitios web de las empresas en cuestión, lo primero que ve son largos artículos sobre sostenibilidad, producción justa, reforestación", explica un director que se revuelve ante esa doble moral.
Apunta el suizo con el dedo de su teatro a ese "rostro de la destrucción sonriente" como excusa para recurrir a los personajes de Antígona, como Creonte, "un personaje muy interesante, deslumbrante. No es un dictador loco, sino un gobernante completamente moderno que sabe exactamente cómo transfigurar la explotación y la destrucción. Aquí es donde nosotros, junto con el MST [Movimiento de los Sin Tierra], intervenimos. Arrancaremos la máscara de la cara de las corporaciones de una manera activista clásica e intentaremos mostrar alternativas reales".
Porque, como dice la actriz y activista Kay Sara en su discurso final, "esta locura debe parar": "A los pueblos indígenas –señala– sólo se nos ha prestado atención en nuestra defensa de la selva tropical desde hace unos pocos años. Mi pueblo fue primero oprimido y luego colonizado, lo que significa que muchos indígenas siguen sin tener derecho a su tierra”.
"El MST es el movimiento más grande de América Latina y quizás del planeta –comenta el director–, que ocupa un territorio más grande que Bélgica, como una nación dentro de una nación. Acabo de leer Los persas, de Esquilo, donde un imperio se enfrenta a una pequeña sociedad de ciudadanos que han decidido llamarse 'nación' y defenderse. Esto es lo que la sociedad civil está haciendo en el MST. Pero había otra cosa importante: la cuestión de los cuerpos desaparecidos de los activistas. Al comienzo de Antígona, se trata de Polinices, este hermano que no está enterrado, origen del conflicto. Sin embargo, hubo una masacre en el norte de Brasil, en la ruta de la Carretera Transamazónica, que cruza la selva, y creamos el coro con los supervivientes. Hay allí una identificación lógica y politizada entre lo que cuenta la tragedia y lo ocurrido en Brasil. Antígona tiene un carácter universal, por eso es una de las tragedias más representadas: podemos adaptarla a nuestra vida personal, a nuestra sociedad, a cualquier lucha identitaria, económica o política". MST entregó a Milo Rau su historia, convirtiéndolo en su invitado, y el europeo les "paga" con una visibilidad en el Viejo Continente que no tienen. "Esta gente, con Bolsonaro, eran considerados medio ilegales, pero eso no es cierto y por eso quiero intento ayudarles en su 'legalización'".
De inicio, el proyecto apostó por entregar al MST los derechos que se consiguieran en la gira "y firmamos un contrato con ellos, con los actores y con las organizaciones. Además, hicimos una campaña con intelectuales de Europa y de Estados Unidos, como Varoufakis, Angela Davis o Noam Chomsky, y conseguimos su apoyo al MST. Son los mayores productores de arroz de Latinoamérica, pero sus productos no son distribuidos porque la red está en manos de compañías europeas como Nestlé, así que también empezamos a distribuir sus productos en Europa, en supermercados biológicos", justifica un director que se autoadvierte del "peligro del teatro europeo que trata de dar lecciones y ser moralmente superior a las generaciones anteriores". "Debemos colaborar con las personas que saben".
Antigone in the Amazon mira de frente al estado amazónico de Pará en 1996, cuando un grupo de campesinos y campesinas marchaban por la reforma agraria y un batallón policial abrió fuego contra ellos: 19 personas resultaron "asesinadas", denuncian todavía hoy. Y ha sido este mismo año cuando se ha revivido la masacre en un acto en el que 200 personas bloquearon una carretera rural de la selva, donde no faltó el equipo de filmación de Milo Rau en ese afán de darle visibilidad a la injusticia "desde el impulso solidario, desde el cariño y el respeto que, sin embargo, no pueden evitar cierto extractivismo".
El director pone la alarma así en el plato de los europeos blancos de clase media alta, en aquellos que tienen delante un Danone natural azucarado... con aceite de palma; o un chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta... y aceite de palma; o un Ferrero Rocher... a base de aceite de palma. De esta forma, la Antígona de Rau retrocede a tiempos pandémicos en los que la empresa brasileña Agropalma intensificó su actividad para que sus clientes (las empresas a las que señala la pieza) no sufrieran la falta de una materia prima esencial en sus productos. Pero ni ecológico, ni justo, ni sostenible, "este comercio es uno de los responsables del robo de tierras, violación de derechos humanos, destrucción amazónica y explotación agroindustrial más intensiva del mundo, con lo que eso conlleva en tiempos de emergencia climática tratándose del pulmón del planeta", afirman. Aunque, como empezó a vislumbrarse en Antígona (de Sófocles), la razón de Estado (capitalista) se pone por encima de la tradición, la ley del hombre por encima de la ley de los dioses. Y como nos enseña la tragedia griega, esta megalomanía solo nos aboca al desastre colectivo.