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Fernando Aramburu: "Quiero que mi última palabra sea poética"

Se destapa como poeta en un volumen que recopila sus versos de juventud y un poco más allá (de 1977 a 2005), "Sinfonía corporal"
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), en el Hotel de las Letras de la Gran Vía madrileña
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), en el Hotel de las Letras de la Gran Vía madrileñaGonzalo Pérez MataPHOTOGRAPHERS

Madrid Creada:

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Fernando Aramburu es “el de Patria. Reconoce el autor que es así como le asaltan por la calle: “Ya he leído tu libro”, “como si solo tuviera uno...”, suspira al tiempo que le quita peso al asunto de aquella “tormenta”, dice, editorial. Hasta bromea con su editor, Juan Cerezo –asiente a su lado–, sobre la posibilidad de suprimir su nombre de la cubierta de los futuros libros para cambiarlo por “El de Patria”. Pero Fernando Aramburu también es el autor que no sabes por dónde va a salir; lo mismo tira por la calle del texto confesional, que por una novela más o menos convencional o se apunta al ensayo. En ese remolino “nunca he sabido explicar que hay unos puntos en común, un progreso, una interdependencia”, sostiene un Fernando Aramburu que también es poeta: “Un poeta con un escritor de prosa dentro”, puntualiza su editor.
Porque el de San Sebastián (1959) fue poeta mucho antes que “bestseller”. Era cuando la melenaza ochentera le daba “un toque entrañable y simpático”, ríe ante la fotografía que ilustra la pequeña biografía de Sinfonía corporal, una obra que, a fuerza de su “buen amigo” Francisco Javier Irazoki, reúne su poesía de 1977 a 2005. Una faceta que el propio Aramburu señala como “desconocida” pese a que lo nuevo “no contiene ningún texto inédito. Todo se publicó en editoriales de provincias y tuvo una distribución rudimentaria”. “Le dediqué años de intensidad y muchas horas”, cuenta.
Tusquets recupera ahora, en un solo volumen, seis libros de juventud que “dialogan con sus temas de siempre”, presenta Cerezo: preocupación por el entorno social, el momento que vivió en el País Vasco, la relación con los padres, la sensación de plenitud teñida de melancolía, poemas otoñales y lluviosos sobre el sentido de la vida, el amor y su celebración... “En este libro estoy entero y verdadero”, defiende un Aramburu que en la novela escribe “de asuntos de verdad sin dejar mi verdad personal”. “Aquí estoy”, repite quien tuvo “el temor de avergonzarme con textos antiguos, aunque no fue el caso”.
Solo el título distingue la esencia de esa poesía preliminar: “'Sinfonía' por la búsqueda de un estilo musical con las propiedades poéticas de la lengua; y 'corporal' porque mi poesía es física, canta al amor, al erotismo, al derrumbe, a la decrepitud, a la muerte”. La poesía en el donostiarra es “vocación”, y “la novela es un trabajo que requiere una serie de habilidades y conocimientos”, defiende.
Escritor (a secas) hasta ahora, Aramburu sonríe al llamarle “poeta”. “Tiene unas connotaciones altamente positivas para mí”, incluso acordándose de “cuando uno jugaba mal al fútbol y se le decía que no valía ni para poeta”. De hecho, continúa, “en una reseña agresiva me intentaron desacreditar llamándome 'poeta'”.
Pero la realidad de este 2023 es que el autor abandonó los versos hace mucho (o eso pensó). “Me dije: 'Chaval, solo vas a escribir poemas necesarios para ti', y lo dejé”. Dedicó un año entero a “despoetizarse”: “Empezó a ser una atadura y no me permitía escribir otros textos”. Le aterraban las rimas internas, situar una misma palabra en dos renglones cercanos, contar las sílabas y evitar las palabras “chuscas y malsonantes”. Aprendió a escribir sin la necesidad de encontrar frases eufóricas ni definitivas.
Fue una fobia casi adolescente. Simplemente apartó los versos para la intimidad de un hombre que se autodenomina como “un caracol metido en su concha que se dedica a la vida familia”. En realidad, “nunca lo he dejado, aunque tardé en darme cuenta. Agradezco que desarrolle mi sensibilidad poética porque eso me permite encontrarla allá donde se da, como en la obra de otros”.
Confiesa el autor que “lo último” que hace cada jornada es “leer uno, dos o tres” poemas de un libro que guarda en la mesilla: “De esa manera, tomo a diario mi dosis imprescindible de poesía” en mitad de una “Europa que está en peligro”, lamenta. “No me conformo con el ruido, lo feo o lo malsonante. Necesito, como todos, belleza, armonía, densidad de pensamiento... La poesía es una necesidad básica; otra cosa es que la gente la busque en los libros. Absolutamente todos los seres racionales se emocionan. Nadie puede prescindir de ese cosquilleo de un cuadro, de la secuencia de una película, de un jardín o de tener enfrente el mar. No me imagino a nadie que se ponga en éxtasis al lado de un martillo neumático. Todos necesitamos sensaciones agradables, un reencuentra, el amor... Todo eso lo llevo a área poética y por eso no me parece que esté en peligro”.
Es más, Fernando Aramburu ya fantasea con su final: “Cuando leo poesía me viene un calorcito a la mano... Volveré desde una atalaya personal diferente. Si nada se tuerce, y logro sobrevivir una o dos décadas, me gustaría que mi última palabra fuera poética. Un testimonio personal. Sería una despedida elegante, un agradecimiento a la vida”.

"SE HAN HECHO MEJORES VERSIONES DE MIS NOVELAS"

No se muerde la lengua Aramburu al ser preguntado por las versiones de sus novelas: "Se han hecho mejores versiones", confiesa sobre "La manzana de oro", de Jaime Chávarri: "No intervine y di libertad absoluta como siempre, nunca me entrometo: si el trabajo está bien hecho, me favorece y, si no, me distancio". Y donde tampoco busca excusas el escritor es en el manifiesto que firmó por el estreno, en el Festival de San Sebastián, de la entrevista de Jordi Évole a Josu Ternera: "No fue contra el documental, sino contra sus connotaciones, contra la presentación en un evento de nivel internacional sin anteponerle una base moral o un suelo".