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Zarzuela

«El potosí submarino», o la obsesión por hacerse rico a cualquier precio

El Teatro de la Zarzuela recupera un título de Emilio Arrieta y libreto de Rafael García Santisteban, una satírica zarzuela cómico-fantástica sobre la corrupción en los bajos fondos del Estado

Imagen del ensayo de «El potosí submarino» Gemma Escribano

Una de las impagables tareas de la Zarzuela, aparte de ser el único teatro de España dedicado exclusivamente a mantener vivo nuestro género lírico, es que lleva años dedicados a la recuperación de un rico Patrimonio empolvado en los cajones y anaqueles del olvido. Una ardua labor que poco a poco va sacando a la luz piezas olvidadas o perdidas en la noche de los tiempos, como es el caso de «El potosí submarino», una zarzuela cómico-fantástica en tres actos en verso del maestro Emilio Arrieta y libreto de Rafael García Santisteban, rescatada tras un largo proceso iniciado por María Encina Cortizo, con la colaboración del musicólogo Enrique Mejías y de Rafael R. Villalobos, que la ha versionado.

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Estrenada en el Teatro de los Bufos Arderius el 21 de diciembre de 1870, pertenece a un momento en que lo bufo triunfaba con obras de apariencia fantástica que escondían una profunda crítica social. En aquellos años, el beneficio individual, la corrupción o el «pelotazo» estaban a la orden del día y eran el escenario perfecto para personajes que querían enriquecerse con sus «tejemanejes». Después de 130 años sin ser representada –desde 1895-, la obra llega al Teatro de la Zarzuela, que ofrecerá diez funciones del 19 al 30 de noviembre con la dirección escénica de Rafael R. Villalobos y la musical de Iván López Reynoso al frente de un doble reparto formado por Manel Esteve/Enric Martínez-Castignani; Carolina Moncada/Nuria García Arrés; Alejandro del Cerro/Enrique Ferrer; María Rey-Joly/Irene Palazón; Mercedes Gancedo/Laura Brasó; Juan Sancho/José Luis Sola, Rafa Castejón, Marina Fita, Luis Tausía y Ricardo Rubio. «Una producción que nace con la voluntad de reutilizar materiales escenográficos y vestuario ya usados por la Zarzuela en “La violación de Lucrecia” para reflexionar sobre el impacto medioambiental y de hacerla sostenible», ha explicado Villalobos.

La producción reutiliza materiales escenográficos y vestuarios ya utilizados por el Teatro para otro títuloGemma Escribano

Eufemismos y escándalos

Tras la apariencia de una obra de inspiración «juliovernesca», como tantas de mitad del XIX influenciadas por Offenbach en Madrid, se esconde una sátira política centrada en la corrupción y el tráfico de influencias en la España inmediatamente posterior a la expulsión de Isabel II y la Gloriosa Revolución de 1868. El doctor Misisipí, timador profesional, ha fundado una falsa sociedad de crédito que le permitirá hacerse rico cuando convenza a sus posibles accionistas de que ha averiguado las coordenadas de un antiguo galeón hundido cargado de tesoros. Este viaje al fondo marino no es sino un eufemismo de la corrupción en los bajos fondos del Estado y punto de partida de «El potosí submarino», que Villalobos ha actualizado trayéndola a 1993, que él llama «de la resaca». «Tras morir Franco, en el 92 nos sentimos arriba del todo, Expo, Olimpiadas, Madrid capital cultural…Pero llega el 93. ¿Y ahora qué? –se pregunta–. Aparece esa obsesión de los españoles por volverse ricos a cualquier precio, un año recordado por escándalos como los de Banesto o Ibercorp, llega al primer móvil, el AVE…» . Al leer la obra, prosigue, «conecté enseguida con ese año que me fascina y desde ahí hago la versión actualizada en verso. Una versión desacomplejada que afronto desde el amor absoluto al original y al espíritu de García Santisteban y Arrieta, respetando el texto de todos los cantados, que, vistos con perspectiva, pueden chocar por sexistas o machistas, pero, lejos de cambiarlos me pareció más valiente mirarlos de frente y sin complejos porque al final reflejan la España de 1870 y me ayudaron a mostrar la de 1993. Una España donde la mujer sigue estando hiper sexualizada en la televisión, auto -cosificada, perennemente confrontada; quería utilizar el texto junto a la puesta en escena para reflexionar sobre su significado, cómo vivieron las suripantas y las vedettes del siglo XX, cómo lo hicieron las mujeres a principio de los 90 en la televisión de José Luis Moreno, reflexionar mirándonos de frente, sin maquillar el texto ni huir de eso».

Y, para ello, Villalobos diferencia los tres actos con distintos lenguajes: «El primero tiene una clave realista, un ambiente de oficina del año 93. El segundo parte de la televisión, de Ibáñez Serrador a las bromas de Martes y Trece de las nocheviejas. Y un tercero inspirado en el teatro, como el de Lina Morgan, que yo llamo el ibuprofeno de la resaca, porque nos hacían soltar una sonrisa», explica el director, que reconoce lo difícil que ha resultado para los actores y cantantes por la cantidad de texto que han tenido que estudiar y por ser en verso. «Para que la comedia funcione debe ser matemática, milimétrica, todo es una gran coreografía donde cada gesto, palabra o chiste está trabajado al milímetro. En ella van a reconocer a muchos personajes de la época, estafadores de medio pelo, miembros de la “beautiful people” recién salidos de la cárcel, vedettes que se auto cosifican y domadoras encerradas en un universo patriarcal, unos que se nombran y otros no, pero hacen un retrato de lo que fue la España de 1993, por otro lado, no tan alejada de la de hoy», concluye Villalobos.