«Venus»: Aquellos años que no volverán
Autor: Víctor Conde. Dirección: Víctor Conde. Intérpretes: Ariana Bruguera, Diego Garrido, Nuria Herrero, Antonio Hortelano. Pavón Teatro Kamikaze. Hasta el 28 de septiembre de 2017.
Había despertado cierta curiosidad el estreno de un proyecto de Víctor Conde, conocido sobre todo por trabajos más comerciales, en el sencillo ambigú de un teatro como El Pavón, que se ha granjeado en esta nueva andadura un merecido reconocimiento de público y crítica precisamente por tratar de sobrevivir en el ámbito privado con una programación que atiende a criterios estrictamente artísticos y no comerciales. Así que algo habrían visto en esta obra los chicos de Kamikaze, que regentan la sala, para decidir exhibirla. Y algo tiene que merezca la pena, desde luego, y no poco, esta entretenida y amable función que juega de manera inteligente con una infalible herramienta para meterse al espectador en el bolsillo: la evocación del pasado en un plano netamente afectivo. Tratando de aunar gravedad y candidez en el tono, Conde dirige esta pieza escrita por él mismo para rendir un bonito homenaje a los sueños de juventud y al despertar del amor, y lo hace en el marco de un tiempo concreto, la década de los 70, sobre el cual parecen volver ahora sus miradas muchos creadores. Antonio Hortelano, muy convincente en un registro menos cómico de lo que suele ser habitual en sus trabajos para el teatro, da vida a Jorge, un tipo meditabundo que vuelve a su ciudad para el entierro de su padre. Allí, en un bar donde pasó buena parte de su juventud, los fantasmas del pasado acuden a visitarlo. De este modo, el argumento obliga al director a configurar una eficaz y nebulosa estructura dramática en la que la superposición de planos temporales y espaciales, de mundos evocados y mundos aparentemente reales, se resuelve con gran pericia. La relación con sus padres y con su primer amor, Alicia, serán los asuntos a los que Jorge, por medio del recuerdo, tratará de dar un nuevo significado que pueda dignificar su bagaje emocional. En esa reconciliación del protagonista con su pasado hay permanentes guiños al cine –Cary Grant, Jean Seberg, Deborah Kerr...– y a la música –Bowie, Dylan...– como elementos decisivos en la formación de la sensibilidad de todo adolescente. Y no desaprovecha la ocasión Conde de usar esa música para ilustrar las escenas de una obra que, también en el tempo y en el lenguaje –a veces un poquito efectista–, adquiere una estética, precisamente, muy cinematográfica.
LO MEJOR
El atractivo tema del amor juvenil está insertado en una historia técnicamente bien contada
LO PEOR
Alguna escena, como la de la madre abrazando y dando consejos al hijo, roza lo simplón