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Crítica de teatro

"The Producers": Los tejemanejes dentro del teatro ★★★★☆

Este corrosivo disparate fue estrenado por Mel Brooks en Broadway en 2001 a partir de su película homónima, filmada 34 años antes

Àngel Llàcer caracterizado como Hitler en "The Producers"
Àngel Llàcer caracterizado como Hitler en "The Producers"Agencia EFE

Música y letras: Mel Brooks. Libreto: Mel Brooks y Thomas Meehan. Dirección: Àngel Llàcer y Enric Cambray. Dirección musical: Manu Guix y Gerard Alonso. Interpretación: Armando Pita, Ricky Mata, Mireia Portas, Oriol Burés, José Luis Mosquera, Bittor Fernández... Nuevo Teatro Alcalá. Hasta el 19 de mayo de 2024.

Los musicales que mejor conectan con el público menos devoto del género son casi siempre aquellos que tienen una declarada intención satírica y gamberra. Y eso es lo que sucede con The producers, un corrosivo disparate que Mel Brooks estrenó en Broadway en 2001 a partir de su película homónima, filmada 34 años antes. Mucho más que en la partitura, creada por el propio Brooks, el interés de esta obra residía, y reside aún, en la irreverente comicidad del guionista y director estadounidense para criticar desde dentro el mundo del espectáculo.

La obra cuenta la relación de amistad y negocios entre el productor en horas bajas Max Bialystock y un contable llamado Leopold Bloom que le hará ver que los fracasos pueden reportar muchos más beneficios económicos que los éxitos. Con esa premisa empresarial, los dos se embarcarán en un prometedor proyecto teatral: llevar a las tablas el peor texto que hayan leído nunca –escrito por un enloquecido neonazi llamado Franz Liebkind-, contando para ello con el director más nefasto del momento: el excéntrico gay Roger De Bris (transformado en esta versión española en Roger De Bacle).

Plegándose a las convenciones del género musical, que siempre adopta un tono amable y un desarrollo argumental sencillo y previsible con final feliz, el libreto firmado por Brooks y Thomas Meehan arremete, no obstante, contra la falta de escrúpulos de los productores y su nulo interés por el hecho artístico como tal; contra la sinrazón de algunas fórmulas semilegales que favorecen más el pufo que el esfuerzo y la calidad; contra la ridícula frivolidad de muchos creadores, disfrazada en ocasiones de extravagancia; y contra el juicio endeble y caprichoso de la crítica.

Àngel Llàcer y Enric Cambray dirigen la simpática adaptación de Marc Gómez con desparpajo y buen pulso en líneas generales, si bien el primer acto se desarrolla con más potencia y mejor ritmo que el segundo, que se ve un poquito más lastrado por la decisión de incorporar la participación del público en la escena de las audiciones –opción demasiado explotada desde el punto de vista comercial y bastante pobre desde el punto de vista artístico- y por la sucesión de algunas escenas muy cortas que exigen mucho cambio de decorado. Y eso que el diseño escenográfico que ha hecho Enric Planas no puede ser más versátil y, a la vez, más apropiado para contar la historia con la prestancia debida. Manu Guix y Gerard Alonso contribuyen muy bien, en la dirección musical, a que la partitura suene integrada en el trazado dramático sin renunciar a la grandiosidad que pueden tener algunos números de manera aislada.

En cuanto al elenco, hay en él algunos de los mejores actores que cabe encontrar hoy haciendo musicales; el problema, común a la gran mayoría de propuestas en este género, es que los directores no animan suficientemente a sus intérpretes -suele ocurrir más bien lo contrario- para que rompan el cliché en la composición de sus personajes. Afortunadamente, hay aquí algunos actores cuya arrolladora personalidad escénica sí les permite alejarse un poco del estereotipo y dar cierta entidad a sus roles. Destacan especialmente Armando Pita, muy convincente y seguro en el papel de Max Bialystock; Oriol Burés, un auténtico ciclón cada vez que se sube a las tablas; y Mireia Portas, a la que no tenía bien echado el ojo y de la que ya me declaro fan incondicional: pocos intérpretes he visto que puedan compaginar, como ella, una vis cómica tan original y pronunciada con las aptitudes musicales que requiere este tipo de teatro.

  • Lo mejor: La escena en la que Ulla, interpretada de forma memorable por Mireia Portas, pide trabajo a los productores y exhibe sus cualidades no tiene desperdicio.
  • Lo peor: Comprobar que, a día de hoy, la comedia comercial puede llegar a ser más irreverente e incorrecta políticamente que el teatro supuestamente culto y arriesgado.