Morante, año nivel dios
El Ministerio de Cultura le acaba de conceder el Premio Nacional de Tauromaquia
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Morante acaba de cumplir los 42. Podría estar de vuelta, pero está de celebración. Un premio Nacional de Tauromaquia acaba de caer en sus manos. No había mejor año, ni manera más clara de cerrar un círculo que ha sido sagrado y sublime en este 2021. Fue Morante quien quiso tirar para adelante en la tibieza de una temporada todavía rara. Fue Morante quien apostó por anunciarse con ganaderías diferentes con el fin de ilusionar a la afición. Lo hizo en El Puerto con seis de Prieto de la Cal y un sonoro batacazo. El “No hay billetes” y la expectación levantada sí fue un triunfo. Luego vino la plenitud de su toreo. El año en el que Morante ha visto con más claridad a los toros, ha forzado la máquina magistral que tiene entre sus muñecas para ser capaz de hacer la tauromaquia eterna, clásica, con ese punto arrebujado que le es tan personal. Pocos torean tan cimentados a la arena. El valor del bueno, aunque hablemos de la etiqueta de torero artista.
A Morante se le concede la medalla del arte, hace mucho tiempo que conquistó la del valor, y este año ha desvelado su propio misterio de redescubrirse con muchos más toros y hacer faenas antológicas a animales de medio muletazo. En Sevilla cortó un rabo, simbólico. Le dieron dos, pero lo que ocurrió en la Maestranza no echa cuentas a dos trofeos. Fue de las tardes inolvidables que pone el toreo de pie en pleno siglo XXI y arroja la mediocridad de tantos a los infiernos.
Regresó, antes de venirse a Madrid con la de Alcurrucén y sumar un trofeo, a su Sevilla para cerrar con la de Miura. Hacía décadas que una figura no se anunciaba con la mítica divisa, hacía siglos que nadie cuajaba así a un toro que embestía con la cara por las nubes. El toreo es posible cuando lo hace un Morante que mira cara a cara cada tarde a dios.