
Crisis en el AVE
Atrapados. Crónica de un país que no merecen: "Pensábamos que este tren estaba evacuado"
Más de doce horas en el AVE Madrid- Sevilla dieron para mucho: caos y ciencia ficción convierten un corto viaje en una eternidad,

Yo no tenía que estar ahí. No era el sitio ni la hora. Una avería cambió los planes. Y el coche por el tren. La primerísima hora de la mañana por las doce del mediodía, lo que ya me hace llegar justa a Sevilla a trabajar. Qué ingenua. El maletón para casi dos semanas. Ordenadores, libros, el sinfín de cosas para todos estos días. Muchísima gente en Atocha un lunes previo a un puente, tan cerca de Semana Santa y de pronto ¡mayo! La vida no para... Pensábamos en la odisea de llegar hasta el asiento tan cargada hasta que de pronto la vida se ríe de ti y la verdadera odisea comienza apenas pasadas las doce y media de la mañana y el tren Madrid-Sevilla que tantas veces he tomado hace un alto en el camino. Apenas hemos salido y con una voz muy tenue se escucha algo así como "apagón nacional". ¿Apagón nacional? Suena a coña, mientras mi vecino de asiento y yo nos sonreímos tímidamente sin tener la remota idea de lo que está pasando. Vamos al móvil. A san Google que lo sabe todo "apagón nacional", pero el apagón ya nos había llegado hasta la médula, sin tener ni puñetera idea. La oscuridad nos había atrapado, pero todavía vivíamos en el júbilo de pensar en llegar a comer a Sevilla. A estas alturas si caía algún mensaje ya era suerte. Los justos para confirmar que no había luz, que España estaba off, que se estaba liando gorda... Que se despertaban los fantasmas del pasado, porque algo que nos trascendía estaba ocurriendo de nuevo sin control y la pandemia es un monstruo que creemos superado y dormido, pero ayer floreció de nuevo para recordarnos que tiramos para adelante, pero los miedos están al acecho.
Sin luz ni red
Sin luz ni red. Aislados entre Los Yébenes y Mora, en Toledo, éramos, supimos después, uno de los catorce trenes de Renfe que se quedaron de Madrid a Sevilla. No nos parecían tantos para estar tan solos. Luego supimos del caos. En ese momento no sabíamos nada. Repartieron el agua que había y la comida, que se quedó más que corta para lo que venía. (Unas patatas fritas, previo pago, fue mi razonamiento del día). Anda que no me acordaría de ellas, cada mijita a lo largo del día. (Con su sal por encima, aunque dieran sed y eso hubiera que valorarlo a falta de agua).
Cada vagón un mundo. Un micromundo que se convirtió en el nuestro y único. No había más. No podíamos saber qué ocurría fuera. La tecnología estaba en nuestra contra y no solo porque se había caído la red, sino porque solo los teléfonos antiguos o las radios de toda la vida nos permitían mantener un nexo de unión con el exterior. ¿Qué demonios había pasado? ¿Había que preocuparse? ¿Hijos, padres? ¿Estarían bien? ¿Ciberataque? ¿Nos cambiaba la vida? Todos tenemos en mente una pandemia que empezó por dos semanas y acabó por años... Y se olía, además del baño, siento lo escatológico, lo superaré, ese malestar de no querer nombrar pero que nos pertenecía a todos de ponerse las piernas blandas ante la idea de volver a andar ese camino.
Entre vagón y vagón las reuniones alrededor de las radios. De pronto, estábamos en otro mundo, otro planeta, tan solos, tan necesitados de aliento, tan vulnerables, tan diferentes. Los había con ganas de bailar sevillanas y celebrar cumpleaños, a otros no se le borraba la sonrisa ni las ganas de disfrutar del momento, algún ataque de ansiedad, lágrimas que brotaban sin remedio, mareos controlados y casi sin control, ánimos aquí y allá al que se veía más flojo. Humor a raudales y un civismo en tiempos de incertidumbre y complejo que te reconcilia con la humanidad. Es increíble ver cómo la gente supera la mediocridad de las instituciones.
Pasaban las horas y la gente aguantaba el tirón sin una miserable noticia, sin que dejaran bajar del vagón, porque así lo había decidido el responsable, como dice el protocolo, pero igual era un día excepcional. Hasta que ocho horas después nos saltamos las normas, porque la carga del ambiente era tremenda y contraproducente para la gente mayor.
La Guardia Civil
Quizá pasaban las ocho o nueve de la noche, sin comida y con el agua más que racionada, cuando llegó la Guardia Civil para decirnos: "Nos habían dicho que este tren estaba evacuado". Trajeron algo de agua y comida, para menores y mayores. Los del medio podíamos tirar.
Y una hora después una solución que nos dejó con el cuerpo cortado: llevarnos en autobús a Toledo. Desde ahí había que buscarse la vida para dormir y para volver. A todo esto sin móvil, sin red y sin batería. ¿Sin vida? En qué túnel del tiempo nos habíamos metido otra vez. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? En qué momento esta mañana tan feliz yo pensando en llegar a los toros a la Feria de Abril de Sevilla para ver a Marco Pérez y Zulueta y se había cruzado todo esto en el camino. Entre la decisión de susto o muerte estuvimos las 300 personas. "En la televisión dicen que el tren no va a salir hoy. No hay ninguna noticia". Sin luz, con calor sofocante, sin apenas agua ni comida. No había plan bueno.
Unos se fueron. Otros nos quedamos.
Sin noticias de casa. Sin noticias de Renfe. Sin noticias. (¿Sabéis lo que es esto para un periodista?)
Como si fuera una jugarreta para los que eligieron irse a Toledo al poco volvió un poquito de luz al tren. Sobra decir que solo pensar en mover la maleta era un desafío que me sobrepasaba. En honor a la verdad fue peor que eso. La confusión me hizo bajar y subir. Uno no piensa con claridad. ¡Qué loco! No fui la única. Se abría el debate. ¿Qué hacemos en Toledo? Bonito es, pero no estas condiciones...

Vino la luz y la opción de que aquello casi doce horas después se pusiera en movimiento. ¿Iríamos a Sevilla? Primero se nos informó de que nos dejarían en Villaseca de la Sagra y allí a saber cuándo otro tren nos llevaría a Madrid. El destino fue más generoso y por megafonía y ya con lento movimiento nos dijeron que el tren nos dejaría en Madrid.
La llegada a Atocha era desoladora. De eso ya sabrán, porque hay imágenes y se ha contado. Nuestro caos se sumó al suyo. Mi suerte era volver a casa. Salir de la estación y coger un taxi rozaba otra misión imposible. Apenas me moví en tantísimas horas, pero tengo la sensación de haber vivido mil vidas. De haberme alejado de la mía, de haber compartido infinitas miradas con desconocidos que me encantaría saber cómo acabó su aventura por Toledo, otros muchos de los que no me pude despedir, porque de pronto la vida se rompe en otra realidad, pero hubo horas unidas entorno a un transistor de otro tiempo compartiendo incertidumbre y sí, tal vez, miedo.
No llegué a Sevilla y me sorprendió saber que el festejo se había celebrado. No cabía en mi mundo. Un mundo dentro de tantos mundos. Tantas vidas y tantísimo obligado silencio.
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