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Un cuarto de siglo sin Canorea, uno de los últimos empresarios románticos

Un empresario que transformó la Maestranza y marcó una época en la tauromaquia

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Aquejado de un principio de neumonía, lo que le impidió desplazarse a Madrid para asistir al entierro de la Condesa de Barcelona, tal y como era su deseo, fue hospitalizado en una clínica sevillana, pero su corazón no resistió ya los embates de la enfermedad y el 28 de enero fallecía Diodoro Canorea, uno de los empresarios taurinos más emblemáticos y queridos y un personaje carismático.

Cuando falleció ya llevaba varias semanas trabajando en la configuración de la siguiente Feria de Abril, habiendo anunciado ya su decisión de que el ganadero Victorino Martín no volvería ese año a la Maestranza, a pesar de que desde su presentación en Sevilla en 1997 concitaba la máxima atención de los aficionados. También unos días antes había firmado un contrato de apoderamiento con Morante de la Puebla que incluía 50 corridas de toros y una desorbitada cantidad económica.

Diodoro Canorea Arquero nació en la población toledana de Cabezamesada, el 22 de noviembre de 1922, comenzando su vida laboral en el Banco Central en Madrid. Fue en esta institución donde conoció a Carmen Pagés Prieto, hija de Eduardo Pagés, a la sazón empresario de Sevilla desde el año 1934, y con ella, que contaba 17 años de edad, contrajo matrimonio unos años después, entrando a formar parte del equipo empresarial de su suegro y llegando a la gerencia de la plaza sevillana después de que su mujer, a la muerte de su padre, lograse ganar la batalla judicial emprendida contra los colaboradores de Eduardo Pagés, Manolo Belmonte y Enrique Ruiz, haciendo que, por poderes, fuese su marido el responsable de una de las plazas más importantes del mundo.

A partir de 1959 se hizo cargo de la gerencia de La Maestranza, cuando la Feria de Abril sólo constaba de cinco festejos, siendo durante los siguientes 40 años el máximo responsable de los espectáculos de la plaza sevillana, logrando aumentar de manera significativa su abono y actividad, consolidando el abono abrileño en dos semanas de toros.

Pero su actividad empresarial no se limitó al coso maestrante, gestionando también plazas como las de Zaragoza, Córdoba, Ciudad Real, Toledo, Jaén, Cádiz, El Puerto de Santa María, Ibiza, Pozoblanco, Andújar o Écija. Hasta durante un corto período fue responsable de la Monumental de Las Ventas, en una experiencia que no fue nada positiva para sus intereses. Su talante y espíritu emprendedor le llevó a explotar simultáneamente hasta 23 plazas en una sola temporada, organizando feras y festejos asímismo en plazas de Francia, Portugal y América.

Él fue quien logró dar la actual importancia de la que goza la corrida del Domingo de Resurrección con la que se abre la temporada en Sevilla, dándole ese carácter de gran acontecimiento. Y fue Canorea el primero en pagar el famoso “kilo” -un millón de pesetas de la época- a Manuel Benítez ‘El Cordobés”, haciendo que fueran otros varios toreros los que quisieron los mismos honorrios que el torero de Palma del Río aunque no sería hasta más tarde cunado lo lograron. Fue ese trato recibido por El Cordobés lo que motivó la reaparición de Antonio Ordóñez en 1965 aunque no hubo acuerdo con el de Ronda para torear en La Maestranza hasta 1967.

Amable y afable, muy educado, antepuso el sentimentalismo y el romanticismo a la cuenta de resultados. Siempre tuvo una gran habilidad para contentar a todo el mundo. Cuando se publicaban los carteles de la Feria de Abril, con las ausencias lógicas de todo ciclo, Canorea siempre decía lo mismo: “Es un torero muy joven, y ahí está la plaza, para otro año”, una frase que cayó bien y hoy es usada por todo aquel organizador de una ciclo en el que alguún diesyro se ha quedado fuera.

Su figura siempre estuvo ligada a Curro Romero, quien desde que tomó la alternativa en 1959 no faltó a ninguna feria sevillana, siempre con Canorea de empresario: “Nunca hubo entre nosotros un sí o un no, y en nuestra relación siempre hubo una gran armonía”, declaró el Faraón de Camas en su funeral, al que acudió una amplísima representación del mundo taurino.

Auspiciado por un nutrido grupo de aficionados hispalenses y capitaneados por José Luís del Serranito, en el año 2015 se contruyó el monumento que inmortaliza su figura, una obra en bronce, obra del artista gaditano Jesús Cuesta Arana y que tras batallar durante años con las autoridades sevillanas para ser instalado en La Maestranza, acabó en el museo que posee en su Mesón del Serranito el propio José Luis del Serranito, un maletilla que en su día atosigó a don Diodoro para que le diese una oportunidad que, naturalmente acabó llegando.

Tras su muerte fueron su hijo Eduardo y su yerno Ramón Valencia quienes se hicieron cargo de la Empresa Pagés, si bien era su viuda la titular de la misma, pero siempre estuvo al margen de la gestión empresarial.