
Prohibición
Jesús Calleja habla de toros sin tópicos ni vetos
El popular presentador no ha evadido opinar sobre la idea de prohibir los toros en España en un podcast

Jesús Calleja no se apunta a la consigna fácil. Lejos de responder con una afirmación tajante, el presentador leonés dejó claro en su paso por el pódcast "Ac2ality" que la palabra “prohibir” no encaja en su forma de entender el mundo. Y menos cuando se trata de una tradición que forma parte del ADN cultural de España desde hace siglos. ¿A favor o en contra de los toros? le preguntaron. Y Calleja toreó la cuestión con temple: “No me gusta la palabra prohibir nunca, en ninguna situación. Todo tiene matices, nada tiene que ser absoluto”.
La frase no es solo una salida diplomática, sino una declaración que va más allá de su postura personal. La tauromaquia, guste más o menos, no es una moda ni un espectáculo importado: es un arte milenario, una seña de identidad que ha atravesado generaciones, con todo lo que eso implica. Que se pueda discutir, transformar o incluso reinterpretar, no significa necesariamente que deba ser vetada. Al contrario: el debate gana cuando se le permite respirar, no cuando se asfixia por decreto.
En realidad, Jesús Calleja ya había manifestado su incomodidad con ciertos aspectos del toreo. Lo hizo en 2017, durante un episodio de su programa “Planeta Calleja” con Cayetano Rivera. Ahí, planteó de frente la cuestión: “¿No es un anacronismo, en pleno siglo XXI, que se utilice el toro y matarlo en la plaza para diversión?”. El torero respondió desde su experiencia: “No matamos al toro para divertirnos”. No hubo aplausos fáciles ni silencios incómodos. Fue un intercambio real, donde cada uno sostuvo sus argumentos sin insultar la historia ni reducirla a una consigna.
Calleja propuso entonces una alternativa: “Que el toro no muera”. Cayetano no se cerró. “Me parece bien”, respondió. Un acuerdo parcial, sí, pero significativo: abrir una vía de conversación sobre una de las prácticas culturales más debatidas sin recurrir al dogma ni al desprecio. Ese es el valor que muchos han olvidado en torno a la tauromaquia. Porque se puede estar en desacuerdo, incluso emocionarse con la posibilidad de cambio, sin necesidad de dinamitar lo que otros consideran parte de su legado.
Y ahí está el centro del asunto. La tauromaquia es más que el acto final en la arena. Es campo, es crianza, es economía rural, es un universo de símbolos que vive en pueblos donde la tradición aún tiene sentido, donde el toro bravo no es solo víctima o verdugo, sino animal venerado. A menudo, quienes piden su prohibición más férrea desconocen la complejidad del ecosistema que rodea a la fiesta. Y cuando se desconoce, la prohibición rara vez arregla algo.
Jesús Calleja, con su tono pausado y su discurso templado, no defendió el toreo ni lo atacó. Pero sí defendió algo que parece cada vez más escaso: la necesidad de pensar antes de prohibir. Su respuesta no fue cómoda ni populista, pero precisamente por eso resultó valiosa. En un país donde el “a favor” y el “en contra” parecen los únicos registros posibles, Calleja eligió otra forma de mirar: la del matiz.
¿Y si esa fuera, al final, la forma más honesta de hablar sobre los toros? Escuchar, dialogar y comprender que la cultura, como el toreo, no se entiende sin riesgo ni arte. Porque hay tradiciones que no se imponen: se heredan, se discuten y —si toca— se transforman. Pero no se borran sin más.
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