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United Artists: y los locos se adueñaron del manicomio

La Filmoteca de Cataluña celebra con un ciclo de películas el centenario de la fundación, con Chaplin y Griffith, entre otros, de una compañía que buscaba independiencia artística en el sistema de estudios del Hollywood dorado
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La Filmoteca de Cataluña celebra con un ciclo de películas el centenario de la fundación, con Chaplin y Griffith, entre otros, de una compañía que buscaba independiencia artística en el sistema de estudios del Hollywood dorado.
Todo arte apareja su negocio, como el ying se alimenta del yang, y viceversa. No hay uno sin el otro, por más que añoremos una pureza edénica que nunca existió. Prácticamente desde la primera vez que los hermanos Lumière pusieron en marcha su extraño juego de vida y sombras, una empresa estaba naciendo, un imperio se estaba forjando. Cine y negocio son la misma cosa, aunque el modo de entender y promediar sus cualidades (más o menos artísticas, más o menos comerciales) haya variado de mil maneras. En esa tensión entre el creador y el empresario una compañía de características únicas, creada hace exactamente 100 años, jugó un papel esencial. Fue la United Artists y un ciclo que se alargará tres meses en la Filmoteca de Cataluña ayuda a comprender, contextualizar y homenajear aquella aventura de la industria.
Hollywood, alrededor del que en apenas unos años atrás se habían arracimado los estudios, era en los 10 un cruce entre el Lejano Oeste y la Fiebre del Oro. Atraídos por el celuloide, distribuidores, exhibidores y productores de todo pelaje luchaban por una parte del pastel, pero rápidamente el dinero tendió a la concentración. Primero el trust propiciado por Edison, luego las primeras «majors»: Universal, Paramount, Fox... Con los mimbres del «star system» y la primacía de los estudios ya bosquejado, un vaquero en horas bajas dio el primer pistoletazo libertario en la industria. Era William S. Hart, una estrella del «western» mudo que no lograba encaje en el sistema después de que, tras años de ser el más taquillero, un tipo de filmes con más acción y menos elocuencia lo hicieran envejecer rápido. En 1918 coincide con otro grupo de estrellas que se sienten agraviadas por la industria: Mary Pickford, la «novia de América», su esposo el galán Douglas Fairbanks, el genial director D.W. Griffith y el cómico mudo más importante de la historia, Charles Chaplin. Todos coinciden en el síntoma del enfermo: el factor comercial se come la creatividad, el dinero secuestra la independencia, los empresarios nos maniatan y encima se llevan el dinero que generamos. Los cuatro (Hart, por un motivo u otro se quedó fuera) fundaron al año siguiente United Artists, un estudio propio que les permitiera salirse del engranaje y conquistar la libertad creativa. «La creación de UA es la consolidacion de que el mundo del cine cambiaba a gran velocidad; se estaba creando una industria y no solo descansaba sobre una pata, la financiera y la industrial, sino también la creativa. Y ellos se reivindicaron ahí», explica a LA RAZÓN Octavi Martí, director adjunto y responsable de programación de la Filmoteca de Cataluña.
Pero... ¿artistas con mando en caja? ¿En serio es eso posible? Hollywood lanza una mueca sardónica. Famosa es la frase de, presuntamente, Richard A. Rowland, presidente de Metro Pictures: «Así que los locos se han hecho cargo del manicomio». Los locos eran ya entonces celebridades y el tiempo los ha confirmado a muchos de ellos como genios indiscutibles, caso no solo de Chaplin, sino también de Griffith, que buscó en la United Artists un refugio después del fiasco de «Intolerancia». La aventura de UA arranca con un puñado de éxitos formidable: «Lirios rotos» (Griffith, 1919), «La marca del zorro» (Fred Niblo, 1920), «La mujer de París» (Chaplin, 1923)... Estrellas del mudo como Rodolfo Valentino («El hijo del caíd»), Gloria Swanson y Buster Keaton se van incorporando a la compañía a medida que otros, como Griffith en 1924, se bajan del carro. Más tarde Fainbarks, en declive tras la explosión del sonoro, abandona el barco. Pickford, ya empresaria más que artista, y Chaplin, ambas cosas a la vez, siguen siendo los socios fundadores vigentes.
Cada uno trae lo suyo
Insiste Bertrand Tavernier en «50 años de cine americano» que «no existe propiamente hablando un “estilo UA”, puesto que el estudio no se implicaba directamente en el aspecto material y técnico de la producción». A diferencia del sistema cerrado de las “majors”, que además tendían a mojar en todos los procesos de la cadena (producción, distribución y exhibición, con salas propias o indirectamente controladas), UA es una plataforma de financiación y cobertura. Cada uno trae lo suyo en materia creativa. Eso sí, prima la calidad, aunque sin olvidarse del negocio. Con los años firmarán películas muy baratas tendentes a un público amplio y sin exigencias (que entran en géneros menores) y otras obras independientes de corte intelectual, políticas a menudo.
Chaplin permanece durante todo ese tiempo como la cabeza más reconocible de United Artists, hasta el punto de que hay quien habla irónicamente de «United Myself». Con UA rodará «El gran dictador», «Luces de ciudad» y otras obras maestras. «De los grandes del cine mudo, Chaplin es el único cómico que sobrevive al sonoro y lo es porque tiene control real sobre lo que hace, además de por su éxito y talento; es un artista de verdad, se lo considera a sí mismo y lo es –explica Octavi Martí–. Buster Keaton, por ejemplo, no se da cuenta de que lo es; se trata de un elemento del engranaje que, cuando deja de ser útil, tiran. Pero Chaplin era un crac y llevaba el control de los rodajes a rajatabla».
En los años 30 y 40, United Artists sigue lanzando películas que ya son memoria del cine mundial: «Primera plana» (Lewis Mileston), «Nuestro pan de cada día» (King Vidor), «Ser o no ser» (Ernst Lubitsch). Con «Rebecca» (Hitchcock, 1940) lograría su primer Oscar. En aquella época sus ganancias ascendían a 10 millones de dólares y producían unas 20 películas al año. Al calor de UA habían emergido productores y creadores de todo tipo y surgidos del mundo independiente, como Walt Disney, que después sería el emporio que aún es hoy, David Selznick, Alexander Korda, Howard Hughes, Goldwyn...
Después de la Segunda Guerra Mundial el escenario cambia en la industria del cine. La llamada Edad Dorada de Hollywood entra en crisis. «Las leyes Antitrust se materializan y obligan a separar distribución, exhibición y producción –señala el director adjunto de la Filmoteca–. United Artists no tenía un circuito propio de salas, aunque sí controlaban algunas indirectamente. En cambio, Metro, Paramount, Fox, etc, sí tenían salas propias y controlaban muchas. Podían decirle a los exhibidores: si quereis dar esta película tenéis que comprar un paquete de 30. Todo eso entra en crisis a finales de los 40 y obliga a dividir empresas, acabando con el sistema de grandes estudios y cambiando los tipos de contratos». El último mohicano de la UA original, Charles Chaplin, vende sus acciones en los 50. A partir de ahí, UA se desnaturaliza. Sigue lanzando películas hasta los 80, algunas muy sobresalientes e icónicas, pero su participación está diluida, integrada luego en Metro Goldwyn Meyer. «Se puede decir que a medidos de los 50 se acaba UA tal y como lo conocemos, finaliza una productora para creadores y artistas, que tenía un criterio distinto a las demás a la hora de funcionar, con un sistema menos de fábrica», concluye Martí. Para entonces, la aventura libertaria de unos artistas en busca de sueldos justos y manejo creativo del producto por encima del lucro de las grandes corporaciones ha logrado dar al mundo un puñado bien amplio de obras maestras. Los locos dieron lustre al manicomio.