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cultura
La verdadera playa que no nos permitió ver el Mayo del 68
El museo Cristo de la Sangre de Murcia exhibe «Bajo los adoquines», un montaje del artista Chemi Ros que parte de un eslogan de esa revuelta para reflexionar sobre la identidad

El hombre piensa con ideas, pero se expresa con eslóganes. El Mayo del 68 sobrevino en una colección de ingeniosidades que aspiraban a catapultar el pensamiento a un anaquel superior, pero, al final, todo quedó reducido a unas frases con más tirón publicitario que hondura filosófica. Aquella explosión de juventud, ilusiones y manifestaciones, que, eso sí, dejó por medio toda una suma de carteles, fotografías y demás, dio para que, por supuesto, Francia se construyera otro falso mito, como hizo antes con la Resistencia. Todo aquel blanco y negro, porque a pesar de que ya estaba inventado el color en la fotografía y el cine, esos días se tienden a recordar en monocromo, ha dado ahora para que el artista Chemi Ros se desmarque con una proposición artística original: «Bajo los adoquines», que exhibe el Museo Cristo de la Sangre, en Murcia, bajo la mirada del comisario Pedro Alberto Cruz. Parte de una de las frases acuñadas durante esa revuelta universitaria decía: «Bajo los adoquines, la playa». Ros invierte la idea y, en realidad, le da enjundia al convertir algo que va dirigido a la masa en una reflexión particular. El creador antepone lo individual, el criterio propio, antes que lo colectivo, pero lo hace en una obra de sentidos polifónicos: es de naturaleza autobiográfica, pero no se olvida de que toda persona vive inmersa en una sociedad y que una playa es un espacio público. Para llevar a cabo este trabajo ha metido 14.000 kilos de arena en una sala. Un espacio salpicado por 39 botellas, una por cada año de edad. En el interior de estos envases hay tres tipos de recuerdos: las cartas escritas por sus exparejas, fotografías de su álbum familiar y objetos que aluden a sus vivencias. El espacio es una recreación de la Manga del Mar Menor, donde Chemi Ros creció, y la intención es que el visitante pueda circular por el interior de la pieza y que lo pueda hacer según sus propios impulsos, intuiciones o antojos, porque no hay un camino marcado ni una ruta preestablecida. Una intención que no es accidental. Tiene un propósito, una alegoría escondida, por así decirlo: no existen relatos. El hombre debe dar sus propios pasos para construirse su biografía.
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