Un viaje imprescindible por el patrimonio histórico español
Pasear por campos, pueblos y ciudades de nuestro país es darse cuenta del carácter único y precioso del patrimonio histórico-artístico del que disponemos. De la A a la Z, de Ávila, Barcelona o Burgos hasta Valencia, Vitoria o Zaragoza
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¿Quién de ustedes no ha soñado alguna vez con hacer un viaje inolvidable a través del tiempo y del espacio, del arte y de la arquitectura, del paisaje y de las edades? Un viaje así, que recorriera nuestra geografía, nos haría darnos cuenta sin duda del carácter único y precioso del patrimonio histórico-artístico de España. Campos, ciudades, recintos amurallados, iglesias, basílicas y catedrales, acueductos, monasterios, abadías y todo tipo de edificaciones históricas magníficamente conservadas, desde la Hispania romana a la Edad Moderna, pasando por la imprescindible Edad Media, caracterizan España como uno de los países sin lugar a dudas más ricos de todo el mundo en lo que al patrimonio histórico, artístico y bibliográfico se refiere. Así, al menos, lo han reconocido a menudo diversas instituciones internacionales, con especial mención de la UNESCO, con su célebre lista de lugares que son patrimonio de la humanidad.
Se diría que nuestro país no le va a la zaga a otros grandes de la historia del arte y la arquitectura en Occidente, como Francia o Italia, especialmente esta última, llamada no en vano “il bel paese”. Una comparación, siempre competitiva e ideal, con Italia se da de forma acostumbrada en nuestro país, por afinidad, historia, amistad y dimensiones, en busca siempre del famoso “sorpasso”. Pero si mucho habría que trabajar para alcanzar Italia en economía y nivel cultural, otro tanto, diría, ocurre en lo que atañe al patrimonio. No tanto, acaso, por el punto de partida, es decir, por la materia prima de ese patrimonio heredado de épocas pretéritas, sino más bien por todo lo que rodea la forma en que ha sido transmitido. Piensen, como ejemplo malo e improvisado, en la hábil y especial manera en la que el país alpino ha utilizado el “marketing” turístico o gastronómico –y también el histórico-artístico– desde siempre: ahí puede que haya una gran diferencia, al menos la primera, con nuestro país y la manera de tratar su patrimonio material o menos material.
Pero sin duda la más importante ventaja para Italia es el cuidado que ha tenido desde hace siglos su sociedad civil en mantener y conservar de forma armónica el paisaje urbano en relación con el patrimonio, la arquitectura civil de cada momento con la arquitectura singular de las piezas históricas, fortalezas, monasterios o catedrales. Aquí las tenemos, y ciertamente no menores, pero lo que las rodea es otro cantar. Rompe el corazón comparar cualquier ciudad italiana desde la Toscana a Calabria con ciudades de Castilla a Galicia en las que la arquitectura civil y habitacional, especialmente en la época del desarrollismo, con su notable feísmo y utilitarismo, ha estropeado notablemente el conjunto monumental de lugares emblemáticos: no citaré ejemplos, pero son de todos conocidos y al alcance de la memoria. Lástima que los años 60 y 70 hayan representado la gran catástrofe urbanística de España, que enterraba entre moles de hormigón y de construcciones económicas los grandes tesoros que tenemos. Prueben a pasar la frontera hacia Portugal, donde acaso la economía no despegó tanto en aquellos años, y no hay tanta sepultura de la belleza histórica en urbanismos improvisados y de aluvión desarrollista. Pasar esa frontera al país vecino parece un cruce a un lugar donde el urbanismo quedó más armonizado con la historia, acaso por necesidad.
Y sin embargo, pese a todo este despropósito histórico a fines del siglo XX, que sin duda alguna es digno de reflexión y ahora acción por parte de los poderes públicos y la sociedad civil, hay que subrayar siempre el enorme valor de nuestro patrimonio. No tiene fácil parangón en el mundo en cuanto a riqueza, variedad y belleza: acaso supera, de forma aislada y si se hacen números, al de las otras grandes naciones europeas que se han citado, y no menos a Italia. Para ello, les recomiendo que acudan a una obra magnífica, entre ensayo histórico y arte, que se acaba de culminar estos días y que puede que sea la obra más importante de reivindicación de nuestro patrimonio de los últimos años.
Va todo esto a propósito de la reciente culminación de una de las obras señeras de los últimos años que dan cuenta más a las claras de la maravilla de este patrimonio: es la trilogía que Miguel Sobrino acaba de cerrar, tras décadas de viajes, esfuerzos, dibujos y anotaciones, tras décadas dedicadas a glosar por escrito y a vuelapluma lo más granado de nuestro patrimonio histórico-artístico. Miguel Sobrino es escultor y profesor en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, y se ha especializado en arte y arquitectura, no solo en publicaciones especializadas, sino en artículos y trabajos divulgativos sobre patrimonio artístico y arquitectónico. Ha logrado la proeza de terminar más de dos mil quinientas páginas de trabajo sobre el patrimonio de la arquitectura española, que debe ser justipreciado como una gran labor en nuestro país. Pero no solo aquí, pues cuando se realiza un trabajo tan importante y de estas características, fruto de tantos años de esfuerzo, es de esperar que sea pronto traducido a otras lenguas y que tenga el eco merecido más allá de nuestras fronteras.
En efecto, hace pocos meses se daba a las prensas el último volumen, titulado “Castillos y murallas. Las biografías desconocidas de las fortalezas de España” (2022), de Miguel Sobrino, que se suma como punto final de su imprescindible trilogía a “Catedrales. Las biografías desconocidas de los grandes templos de España” (2009) y “Monasterios. Las biografías desconocidas de los cenobios de España” (2013). Al hilo de lo que comentaba, y sin pretender constituir un catálogo completo y razonado de las innumerables arquitecturas de valor en España, esta obra, publicada en La Esfera de los Libros, se me antoja un tríptico excepcional que selecciona las piezas imprescindibles del patrimonio histórico español. Destaca en este trabajo la ágil combinación de texto e imagen, pues Sobrino ha recorrido España con su bloc de dibujo y ha realizado cientos de ilustraciones a mano alzada que guían al lector por este viaje sublime y sentimental por la geografía de las más famosas construcciones de la historia de la cultura española.
Las catedrales que recorre Sobrino en su primer volumen son la joya de la corona de la arquitectura española de todos los tiempos. Es un recorrido magnífico de la A a la Z, de Ávila, Barcelona o Burgos hasta Valencia, Vitoria o Zaragoza. Como recuerda Théophile Gautier en su “Viaje por España” (1840), que cita Sobrino, “[los] católicos del norte, con nuestros templos volterianos, no tenemos ni idea del lujo, de la elegancia, de lo confortable de las iglesias españolas; estas iglesias están amuebladas, vivas, y no tienen el aspecto desoladoramente desierto de las nuestras.” En segundo lugar, Sobrino pasa revista a los monasterios más célebres, desde el de Palancar al de El Escorial, marcan la historia de la espiritualidad, las órdenes, el arte y la literatura. El recorrido por murallas y castillos, que se ofrece en el último volumen, el más reciente, desde Ávila a Olite o Manzanares el Real, no es menos sugerente, pues viene a desvelar las rutas de la reconquista y el renacimiento, pero también de las grandes aportaciones de estos edificios a la arquitectura del poder político y con unas buenas vistas a su papel socioeconómico y cultural. Lo más sorprendente de este tríptico de casi tres mil páginas es de qué manera, como sucede en cierta literatura de viajes, el paisaje deviene protagonista de excepción. La trilogía de Miguel Sobrino viene, pues, a realizar ese sueño del que hablaba al principio, el de realizar un viaje inolvidable e imprescindible por la geografía histórica y artística de nuestro país. Catedrales, monasterios, castillos y murallas son evocados con esbozos, datos, historias y leyendas que animan a emprender un viaje no solo literario sino también real, a coger la mochila y marchar en pos de esos caminos y edificios. En suma, nunca está de más valorar como conviene, como hace esta travesía histórico-cultural, nuestro imprescindible patrimonio. Nada tiene que envidiar al de los otros grandes países europeos.