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Ciudad de Panamá: el nuevo Singapur

La Ruta Quetzal BBVA visita la pujante capital del istmo más importante del mundo, donde modernidad y pobreza conviven a escasos metros de distancia
larazon
  • Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y especializado en Información Económica con un posgrado por la Universidad de Zaragoza, soy Jefe de Economía desde el año 2020. Estoy en la sección desde 2010, cuando entré como becario, salvo por un "breve" paso por la sección de Sociedad entre 2011 y 2013

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Ciudad de Panamá está de moda. La que fuera la primera urbe permanente del Pacífico –fundada por los españoles en 1519– crece a un ritmo espectacular, tanto económica como demográficamente. Basta con echar un vistazo al «skyline» para darse cuenta de que algo está cambiando en Panamá. Decenas de rascacielos, muchos de ellos de casi 300 metros de altura, nos hacen creer por un momento que estamos ante un nuevo Singapur, Hong Kong, Shanghái o Nueva York. Con todo, no es oro todo lo que reluce en Panamá: el fantasmagórico aspecto de muchas de esas torres de acero y cristal hace sospechar que pueda tratarse de una burbuja creada ad hoc como medida para el lavado de dinero del narcotráfico suramericano. A pesar de ello, no hay duda de que la ciudad es un centro financiero en auge, donde el turismo supone cada vez un mayor aporte para la economía del país, que antaño sólo miraba hacia el canal como fuente de riqueza. Incluso existe una especie de Silicon Valley estilo panameño, la llamada Ciudad del Saber, como ha podido comprobar la Ruta Quetzal BBVA, que estos días recorre el istmo de Panamá.
En este lugar, donde hoy conviven universidades, empresas de alta tecnología, laboratorios y organismos internacionales, no hace mucho –poco más de una década– circulaban los tanques y marchaban los soldados estadounidenses. Estas instalaciones de 120 hectáreas, ubicadas estratégicamente junto al Canal de Panamá, fueron conocidas durante casi todo el siglo XX como Fuerte Clayton, coincidiendo con el control americano de la vía transoceánica más importante del planeta. De hecho, desde aquí se organizó la invasión del país por parte de EE UU en diciembre de 1989 para derrocar la dictadura militar del general Manuel Antonio Noriega. Mientras los cazas bombardeaban la capital, aquí prestaba juramento como nuevo presidente del país Guillermo Endara, ganador de las elecciones de mayo de ese año.
Casi un cuarto de siglo después, los 227 expedicionarios de la Ruta Quetzal BBVA asisten a conferencias sobre biodiversidad o emprendimiento social en los mismos edificios desde los que el Comando Sur del ejército estadounidense dirigía los ataques contra el popular barrio de El Chorrillo –allí estaba el cuartel general de Noriega–, hoy «zona roja» donde las «balaceras» forman parte del día a día, como nos advierte el taxista mientras atravesamos las calles de esta zona, ruta de paso hacia el Casco Viejo de Panamá. En este promontorio rocoso, cuyos edificios coloniales han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, se refundó Ciudad de Panamá en 1673. En unas pocas «cuadras» –manzanas– las bellas y coloridas fachadas de las casas de época se mezclan con otras en ruinas y donde la pobreza más extrema campa a sus anchas. La ciudad original –Panamá La Vieja–, 2 kilómetros al noreste, había quedado destruida casi por completo dos años antes durante el ataque y saqueo del pirata británico Henry Morgan y sus 1.400 hombres. Por aquel entonces, Panamá –«abundancia de peces y mariposas», según el lenguaje de los indios Cueva– ya era un cruce de caminos vital para el comercio de la corona española con el Nuevo Mundo. Desde aquí partían las expediciones para la conquista de Perú y por aquí también pasaba luego la mayor parte del oro y de la plata inca de camino a España.
Hoy, desde el Casco Viejo, la pujanza de la ciudad se refleja en la colosal visión de los distritos financieros. A pocos metros se está levantando el moderno Museo de la Biodiversidad, obra de Frank Gehry. Las obras para embellecer y recuperar el centro tienen media ciudad levantada y los embotellamientos, de los que no se libran ni los populares «diablos rojos» –los coloridos y vistosos autobuses, poco a poco sustituidos por otros más modernos pero sin tanta personalidad–, son constantes. El metro de Panamá, cuya primera línea está en construcción –la española FCC participa en las obras– debería contribuir a aliviar el intenso tráfico, del que sólo es posible escapar –en parte– a través de los «corredores» de peaje.