Papel

¿Y si Otelo fuera mujer? Ya lo es

Habrá quién piense que esto es poco menos que propinar una patada a uno de los intocables de William Shakespeare

Otelo, con vestimenta militar, está interpretado por la actriz Golda Rosheuvel, junto a la delicada Desdémona (Emily Hughes)
Otelo, con vestimenta militar, está interpretado por la actriz Golda Rosheuvel, junto a la delicada Desdémona (Emily Hughes)larazon

Habrá quién piense que esto es poco menos que propinar una patada a uno de los intocables de William Shakespeare.

Otelo ahora es ella. Y, además, homosexual, ¿y qué? Habrá quién piense que esto es poco menos que propinar una patada a uno de los intocables de William Shakespeare. Una desfiguración marcada por la gracieta del director o de la directora de turno, en este caso, Gemma Bodinetz en el Everyman Theatre de Liverpool. Pero, dicho rápido y mal, qué es un clásico si no un texto que, cientos de años después de su escritura se adapta a la actualidad como un guante y nos habla del hoy como si se hubiera ideado ayer. «Hay que jugar con los clásicos», me comentaba hace no mucho Ernesto Caballero. Un par de retoques y aquello que se fraguó hace siglos nos deja retratados. Igual que se pule el lenguaje para no perder el mensaje y se adapta el vestuario para que la representación no huela a naftalina se puede alterar el género si la ocasión lo requiere. Con ésas, Golda Rosheuvel se mete en la piel de una mujer tan hábil como temerosa para liderar un ejército y, además, se acuesta y se casa con la hija de un peso pesado, Desdémona (Emily Hughes). Exactamente igual que el Otelo primigenio porque es como él. Una empresa que, para completar el aplauso y según firma la crítica británica, la actriz interpreta con «dignidad e inteligencia». Y es que cuando el teatro echa a rodar (prácticamente) todo vale. «El escenario es el lugar de la libertad», se hartan de decir autores, actores y demás. Que se lo digan a Blanca Portillo cuando entonó en 2012 el «¡Ay mísero de mí, ay, infelice!» de Segismundo. Un papel para machos que, de pronto, Helena Pimenta transformó en asexual y para el que puso a una mujer al frente. Se defendía así: «El personaje es un ser humano que representa el recorrido vital de toda persona, su despertar a la conciencia y su capacidad, desde la concepción más animal, para reconstruir la dignidad. Me parecía que el hecho de que lo interpretara una actriz, aunque fuera vestida de hombre, significaba que ellos no son los únicos que tienen derecho a tener un recorrido vital, sino también las mujeres», explicaba entonces Helena Pimenta. Es –o debería ser– la normalidad del teatro y, por ende, de su sociedad, la del siglo XXI.