Deportes
Michael Jordan es “una persona horrible”
El documental biográfico sobre su vida, “The Last Dance”, termina el lunes, y el jugador de baloncesto temía que la gente tuviera una mala percepción de su carácter
Unos días antes del estreno de «The Last Dance», el documental sobre la figura de Michael Jordan que culmina el lunes sus dos últimos capítulos, el jugador confesaba que temía que la gente fuera a pensar que es una persona horrible. Si no lo han visto, en la película se cuenta cómo uno de los atletas más impresionantes que haya visto la Tierra exigía a sus compañeros el mismo compromiso y sacrificio que él ofrecía a los dioses del baloncesto, a veces, zahiriendo más que motivando.
Los deportes son la mitología de la era moderna y solo hay un Zeus verdadero. Pueden discutir si Apolo era Pelé, Messi o Maradona. Lo que ustedes quieran. Pero no ha habido ninguno tan perfecto estadística y estéticamente, las dos grandes coordenadas de esta universal religión. Hoy en día, el deportista profesional se baja del escenario y sigue con su vida. Michael, no. Él se tomaba el baloncesto personalmente. Y digo estos elogios, pero yo odiaba a Michael Jordan. No sólo porque aún conservo una camiseta del mercurial John Starks cuando defendía a mis amados Knicks y «his Airness» tuviera por costumbre pasarnos por encima, ni tampoco por su sonrisa perfecta y su suspensión perfecta y por las zapatillas que nunca me pude permitir. Le odiaba pero no era por su culpa. En los noventa, si jugabas al baloncesto, siempre había un admirador de Jordan cometiendo una herejía en las canchas y pabellones. Todos los jugadores tienen una percepción sobre su propio juego, pero entre los seguidores del de los Bulls se daba la mayor distancia entre la real y la de sus fantasías. Y había otra correlación casi perfecta. Ese imitador del 23 era incompatible conmigo en el parqué y me ahorraré los epítetos que expliquen las razones. Hoy, con mirada de adulto, lo comprendo. Era tan sublime, tan divino Jordan, que los mortales, como Ícaro, trataban de volar para imitarle con alas hechas de cera, y antes de despegar ya estaban aterrizando convertidos en cuñados.
La dimensión de Jordan alcanza el lenguaje. Antes de él, con Larry y Magic, el baloncesto conquistó la televisión nacional americana. El juego era emocionante, imaginativo y moderno. Pero la sublimación heroica que necesita el consumo de masas se la debemos a Jordan. Él fue el primero en ser colocado con chinchetas en las paredes de millones de adolescentes, volando sobre otros jugadores en ridículas y humillantes situaciones. Por eso, para Jordan se acuñó en inglés el verbo «posterizar», que no hace referencia al héroe sino al villano: es aparecer retratado como los franceses en «La carga de los mamelucos» mientras un fulano sujeta un balón. El documental humaniza al dios del baloncesto, un hombre con los ojos inquietantemente amarillos, por cierto. Vean si no cómo apuesta veinte pavos con los miembros de seguridad del pabellón y le chincha perderlos. Sin embargo, después de asistir a su vida, yo solo puedo pensar en Zeus sentado en su trono, flotando sobre el Olimpo y sacudiendo suavemente la ceniza de su puro mientras piensa: «Debo de ser una persona horrible». Y sonríe, como Jordan sabía hacerlo, con la mano llena de anillos.
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